/ domingo 29 de septiembre de 2019

A un lustro de la noche de Iguala

Nos faltan 43 y muchos más. Son cinco años de la noche de Iguala. Un lustro de una larga noche para los padres que esperan el amanecer de la justicia, el eterno anhelo de conocer el paradero de sus hijos. Cinco años de dolorosa esperanza.

Aquel 26 de septiembre se evidenció la fragilidad del Estado de derecho en nuestro país y la incapacidad de las instituciones para garantizar la seguridad de los mexicanos.

Sigue lastimando profundamente el caso de nuestros normalistas. Una herida que no ha cerrado. La desgracia y la atrocidad pone a prueba el grado de resiliencia de los mexicanos.

Con la desaparición de los jóvenes de la Normal Rural Isidro Burgos, se hizo latente el secuestro de las instituciones del Estado por la corrupción y el crimen organizado. Se hizo latente la obscena indiferencia del anterior gobierno con los familiares de las víctimas.

Hilda Hernández Rivera, madre de César Manuel González, lo describe acertadamente en su intervención desde la Cámara de Diputados: “El gobierno anterior nos dio un trato de disidentes políticos, no de víctimas de desaparición forzada”.

Ante un país inmerso en una violencia que supera la razón y la perpetua injusticia que nos lastima a todos, la madre del normalista lo sentencia de esta manera: “México no es el mismo desde ese 26 de septiembre de 2014”.

Las tinieblas de Ayotzinapa se reproducen en todas las coordenadas del país. Las fosas de Colinas de Santa Fe en Veracruz, conocido como el narcocementerio más grande de Latinoamérica donde grupos criminales dejaron 22 mil fragmentos óseos, el más reciente ejemplo.

De 2006 a la fecha, 3 mil 024 fosas con 4 mil 874 cuerpos. 43 mil personas desaparecidas, 250 mil homicidios. Cifras del cruento holocausto donde nadie es ajeno a la violencia y la inseguridad.

La notoria deficiencia de las instituciones se ha traducido en impunidad, injusticia y violación a los derechos humanos. Se actúa sin datos oficiales; con información poco clara, confiable o especializada; sin observar protocolos y lineamientos; con políticas públicas incompletas.

“Los hechos de Iguala nos obligan a reflexionar sobre el momento que vive México: retratan con crudeza la degradación de las instituciones que deberían procurar justicia y resguardarnos, y al mismo tiempo nos retratan como sociedad, mostrando cuáles son nuestros temores más profundos, pero también nuestras esperanzas. En medio de la polarización y soledad que se vive en un país como México, la gente ha comenzado a olvidar que el dolor que provoca la injusticia contra los otros debiera ser nuestro propio dolor, porque en cualquier instante el otro puede ser uno mismo”, Anabel Hernández.

Nos faltan 43 y muchos más. Son cinco años de la noche de Iguala. Un lustro de una larga noche para los padres que esperan el amanecer de la justicia, el eterno anhelo de conocer el paradero de sus hijos. Cinco años de dolorosa esperanza.

Aquel 26 de septiembre se evidenció la fragilidad del Estado de derecho en nuestro país y la incapacidad de las instituciones para garantizar la seguridad de los mexicanos.

Sigue lastimando profundamente el caso de nuestros normalistas. Una herida que no ha cerrado. La desgracia y la atrocidad pone a prueba el grado de resiliencia de los mexicanos.

Con la desaparición de los jóvenes de la Normal Rural Isidro Burgos, se hizo latente el secuestro de las instituciones del Estado por la corrupción y el crimen organizado. Se hizo latente la obscena indiferencia del anterior gobierno con los familiares de las víctimas.

Hilda Hernández Rivera, madre de César Manuel González, lo describe acertadamente en su intervención desde la Cámara de Diputados: “El gobierno anterior nos dio un trato de disidentes políticos, no de víctimas de desaparición forzada”.

Ante un país inmerso en una violencia que supera la razón y la perpetua injusticia que nos lastima a todos, la madre del normalista lo sentencia de esta manera: “México no es el mismo desde ese 26 de septiembre de 2014”.

Las tinieblas de Ayotzinapa se reproducen en todas las coordenadas del país. Las fosas de Colinas de Santa Fe en Veracruz, conocido como el narcocementerio más grande de Latinoamérica donde grupos criminales dejaron 22 mil fragmentos óseos, el más reciente ejemplo.

De 2006 a la fecha, 3 mil 024 fosas con 4 mil 874 cuerpos. 43 mil personas desaparecidas, 250 mil homicidios. Cifras del cruento holocausto donde nadie es ajeno a la violencia y la inseguridad.

La notoria deficiencia de las instituciones se ha traducido en impunidad, injusticia y violación a los derechos humanos. Se actúa sin datos oficiales; con información poco clara, confiable o especializada; sin observar protocolos y lineamientos; con políticas públicas incompletas.

“Los hechos de Iguala nos obligan a reflexionar sobre el momento que vive México: retratan con crudeza la degradación de las instituciones que deberían procurar justicia y resguardarnos, y al mismo tiempo nos retratan como sociedad, mostrando cuáles son nuestros temores más profundos, pero también nuestras esperanzas. En medio de la polarización y soledad que se vive en un país como México, la gente ha comenzado a olvidar que el dolor que provoca la injusticia contra los otros debiera ser nuestro propio dolor, porque en cualquier instante el otro puede ser uno mismo”, Anabel Hernández.