/ miércoles 5 de junio de 2019

Ad-ministración

La palabra ad-ministración, según su raíz etimológica, implica la idea de cooperación, de un servicio con un objetivo del cual se tiene que dar cuentas. Coloquialmente entendemos gestionar recursos, establecer prioridades sobre qué hacer con ellos, cómo obtenerlos y hacerlos rendir más. Administrar puede referirse no sólo a bienes materiales, también inmateriales como el tiempo, la justicia, la salud o la felicidad que es el resultado de ciertas acciones, no un bien concreto que se pueda alcanzar definitivamente en este mundo.

Sin embargo, hablemos de lo material. No se debe gastar más de lo que se tiene, o planear bien un endeudamiento. Hay que priorizar en lo que se gasta, y evitar lo innecesario. A veces las organizaciones crecen sin rumbo claro, sobre todo si se piensa que los recursos siempre estarán disponibles. Existe desde el que nunca le rinde el dinero, hasta instituciones públicas y privadas en quiebra. La austeridad no suele estar de moda y a veces queremos frutos antes de tiempo. También es una virtud disfrutar lo que se tiene. Así de pobre es el que está en quiebra, como el que tiene y no gasta, aunque la preocupación sea diferente. Los dos terminan siendo malos administradores.

Aunque lo que tengamos sea fruto de nuestro trabajo y esté bien custodiado, al final no nos llevaremos nada, por eso no olvidemos que sólo somos administradores. El buen administrador, de lo propio o ajeno, de lo público o privado, vive con desapego, sabiendo que tiene que dar cuentas, al menos a su conciencia. Tampoco es válida la posición de quien cree no necesitar nada. En este mundo necesitamos lo material para vivir dignamente. Una cosa es desapego y otra pensar que somos ángeles.

Es triste constatar, sobre todo en ciertas instituciones públicas, cómo la mala administración afecta a tantas personas. Cuando se administra con mentalidad ideológica, es decir, desatendiendo los principios más sencillos de la buena administración, buscando sólo intereses personales o de grupo, llega un momento en donde se “cobra la factura”. Los números no mienten, son sencillos y lo mejor es que siempre son iguales, para ricos y pobres, instituciones públicas y privadas, y no conocen de política, así que no nos engañemos. Si las cuentas, los presupuestos, los ingresos y egresos no están bien hechos o bien planeados, al final no se pueden manipular. Si los números no dan, pues no dan, y nunca ceden ante presiones de ningún tipo. No se vale que por la pillería o falta de profesionalidad de algunos, ahora o en el pasado, otros sufran las consecuencias. El que trabaja tiene derecho a un salario justo, así como el deber de rendir en su trabajo. ¡Gracias!

La palabra ad-ministración, según su raíz etimológica, implica la idea de cooperación, de un servicio con un objetivo del cual se tiene que dar cuentas. Coloquialmente entendemos gestionar recursos, establecer prioridades sobre qué hacer con ellos, cómo obtenerlos y hacerlos rendir más. Administrar puede referirse no sólo a bienes materiales, también inmateriales como el tiempo, la justicia, la salud o la felicidad que es el resultado de ciertas acciones, no un bien concreto que se pueda alcanzar definitivamente en este mundo.

Sin embargo, hablemos de lo material. No se debe gastar más de lo que se tiene, o planear bien un endeudamiento. Hay que priorizar en lo que se gasta, y evitar lo innecesario. A veces las organizaciones crecen sin rumbo claro, sobre todo si se piensa que los recursos siempre estarán disponibles. Existe desde el que nunca le rinde el dinero, hasta instituciones públicas y privadas en quiebra. La austeridad no suele estar de moda y a veces queremos frutos antes de tiempo. También es una virtud disfrutar lo que se tiene. Así de pobre es el que está en quiebra, como el que tiene y no gasta, aunque la preocupación sea diferente. Los dos terminan siendo malos administradores.

Aunque lo que tengamos sea fruto de nuestro trabajo y esté bien custodiado, al final no nos llevaremos nada, por eso no olvidemos que sólo somos administradores. El buen administrador, de lo propio o ajeno, de lo público o privado, vive con desapego, sabiendo que tiene que dar cuentas, al menos a su conciencia. Tampoco es válida la posición de quien cree no necesitar nada. En este mundo necesitamos lo material para vivir dignamente. Una cosa es desapego y otra pensar que somos ángeles.

Es triste constatar, sobre todo en ciertas instituciones públicas, cómo la mala administración afecta a tantas personas. Cuando se administra con mentalidad ideológica, es decir, desatendiendo los principios más sencillos de la buena administración, buscando sólo intereses personales o de grupo, llega un momento en donde se “cobra la factura”. Los números no mienten, son sencillos y lo mejor es que siempre son iguales, para ricos y pobres, instituciones públicas y privadas, y no conocen de política, así que no nos engañemos. Si las cuentas, los presupuestos, los ingresos y egresos no están bien hechos o bien planeados, al final no se pueden manipular. Si los números no dan, pues no dan, y nunca ceden ante presiones de ningún tipo. No se vale que por la pillería o falta de profesionalidad de algunos, ahora o en el pasado, otros sufran las consecuencias. El que trabaja tiene derecho a un salario justo, así como el deber de rendir en su trabajo. ¡Gracias!