/ miércoles 8 de abril de 2020

Aislamiento

Si algo habrá que agradecer a este aislamiento, impuesto o voluntario, es el tiempo que se tendrá de sobra para reflexionar sobre las circunstancias cotidianas de la vida que otrora pensamos eran normalidades existenciales y ahora se están convirtiendo en pesadillas vivientes: el circular por la calle sin ver al prójimo como un arma mortal, foco de infección viral en potencia; los saludos y abrazos a los conocidos, ahora vistos como peligrosas conductas, propias de la imaginación de la más retorcida mente criminal; las compras en las tiendas departamentales y supermercados, convertidas en aventuras similares a los safaris en mundos prehistóricos llenos de Tiranosaurios Rex y pantanos burbujeantes de resinas hirvientes; el acudir a oficinas o edificios, donde conviven decenas o cientos de personas diariamente, transformados en los peores basureros de infecciones, más peligrosos aún que la visita a Chernobil después de la explosión atómica de cuya memoria ya no queremos acordarnos.

Si algo habrá que reconocer a esta reclusión monacal es el clóset de la ropa en perfecto estado de organización, el cuarto de las herramientas pulcro y limpio como jamás habríamos acostumbrado, el jardín podado, lleno de flores relucientes y llenas de vida, el librero categorizado, ahora sí, y después de décadas, por materias: los libros de Derecho, los cuadernos de trabajo de la olvidada Preparatoria y Secundaria, los ahora innombrables textos de negocios o administración, propios de las más retorcidas mentes neoliberales, en desuso y excomulgados por lo menos por este sexenio, las novelas e historias de la Antigua Roma, acomodadas, ahora sí, desde la propia fundación en el preciso 21 de abril del 753 a.C., Rómulo y Remo, el Rapto de las Sabinas, pasando por los Tarquinos, Publio Cornelio Escipión, los Escipiones, en general, Mario, Sila, César, Marco Tulio Cicerón, Pompeyo, Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, cientos más, etcétera, y concluyendo el viaje con el último emperador conocido y reconocido: Flavio Rómulo Augusto, y, por supuesto, la obra cumbre de la literatura universal, la de historias de caballeros andantes, colocado, como siempre en su posición de Biblia de esta biblioteca. Y así, la organización y clasificación según también las maquiavélicas telarañas mentales de su afanado lector.

Si por algo habrá que dar las gracias a este destierro de demencia es el reencuentro con Sancho, Dulcinea y Rocinante, con el Coronel Aureliano Buendía, Florentino Ariza y Femina Daza, la Cándida Eréndira y su Abuela Desalmada, los imaginarios hitlercitos de barrio (ahora de moda en casi todos los países latinoamericanos) del Otoño del Patriarca, con el Emperador Claudio y su esposa Mesalina de Robert Graves, con Escipión El Africano, con Grushenka, Bruna Surfistinha y Sodoma del Marqués de Sade, lecturas estas últimas no recomendables para las mentes en debilidad extrema debido a la represión de la libido que conlleva cualquier tipo de recogimiento como el que ahora se padece y que resienten más los del género nacido y clasificado en un inicio del nacimiento como masculino.

En fin, no todo en el túnel negro es obscuro, al final del mismo siempre se podrá vislumbrar una luz clara, indicativo inconfundible del fin de la locura.

Si algo habrá que agradecer a este aislamiento, impuesto o voluntario, es el tiempo que se tendrá de sobra para reflexionar sobre las circunstancias cotidianas de la vida que otrora pensamos eran normalidades existenciales y ahora se están convirtiendo en pesadillas vivientes: el circular por la calle sin ver al prójimo como un arma mortal, foco de infección viral en potencia; los saludos y abrazos a los conocidos, ahora vistos como peligrosas conductas, propias de la imaginación de la más retorcida mente criminal; las compras en las tiendas departamentales y supermercados, convertidas en aventuras similares a los safaris en mundos prehistóricos llenos de Tiranosaurios Rex y pantanos burbujeantes de resinas hirvientes; el acudir a oficinas o edificios, donde conviven decenas o cientos de personas diariamente, transformados en los peores basureros de infecciones, más peligrosos aún que la visita a Chernobil después de la explosión atómica de cuya memoria ya no queremos acordarnos.

Si algo habrá que reconocer a esta reclusión monacal es el clóset de la ropa en perfecto estado de organización, el cuarto de las herramientas pulcro y limpio como jamás habríamos acostumbrado, el jardín podado, lleno de flores relucientes y llenas de vida, el librero categorizado, ahora sí, y después de décadas, por materias: los libros de Derecho, los cuadernos de trabajo de la olvidada Preparatoria y Secundaria, los ahora innombrables textos de negocios o administración, propios de las más retorcidas mentes neoliberales, en desuso y excomulgados por lo menos por este sexenio, las novelas e historias de la Antigua Roma, acomodadas, ahora sí, desde la propia fundación en el preciso 21 de abril del 753 a.C., Rómulo y Remo, el Rapto de las Sabinas, pasando por los Tarquinos, Publio Cornelio Escipión, los Escipiones, en general, Mario, Sila, César, Marco Tulio Cicerón, Pompeyo, Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, cientos más, etcétera, y concluyendo el viaje con el último emperador conocido y reconocido: Flavio Rómulo Augusto, y, por supuesto, la obra cumbre de la literatura universal, la de historias de caballeros andantes, colocado, como siempre en su posición de Biblia de esta biblioteca. Y así, la organización y clasificación según también las maquiavélicas telarañas mentales de su afanado lector.

Si por algo habrá que dar las gracias a este destierro de demencia es el reencuentro con Sancho, Dulcinea y Rocinante, con el Coronel Aureliano Buendía, Florentino Ariza y Femina Daza, la Cándida Eréndira y su Abuela Desalmada, los imaginarios hitlercitos de barrio (ahora de moda en casi todos los países latinoamericanos) del Otoño del Patriarca, con el Emperador Claudio y su esposa Mesalina de Robert Graves, con Escipión El Africano, con Grushenka, Bruna Surfistinha y Sodoma del Marqués de Sade, lecturas estas últimas no recomendables para las mentes en debilidad extrema debido a la represión de la libido que conlleva cualquier tipo de recogimiento como el que ahora se padece y que resienten más los del género nacido y clasificado en un inicio del nacimiento como masculino.

En fin, no todo en el túnel negro es obscuro, al final del mismo siempre se podrá vislumbrar una luz clara, indicativo inconfundible del fin de la locura.