/ martes 26 de abril de 2022

Apuntes sobre una muerte violenta

La muerte violenta de Debanhi Escobar en Nuevo León ha causado una conmoción nacional pocas veces vista, dada la gran cantidad de personas y mujeres desaparecidas y asesinadas en los últimos años, y particularmente, en los últimos meses. Causas de esta inusual reacción pueden ser las particularidades del caso en cuestión, el carisma de la víctima o el hartazgo social acumulado, eso sería lo de menos para cualquier efecto práctico, el caso es que es necesario hacer algunas anotaciones mínimas que nos deben llamar a la reflexión sobre lo que está sucediendo a lo largo y ancho del territorio nacional relacionado con la situación de la violencia en general e inseguridad que estamos experimentando todos día con día. Queremos aclarar, desde ahora, que esta perorata no se refiere a alguna autoridad o gobierno en particular, sino que se esbozarán conclusiones o ideas generales, aplicables a la mayoría de los territorios del país, pues no es nuestra intención, lo juramos, incitar a un levantamiento social para derrocar el orden constitucional inexistente en los últimos tiempos, ni mucho menos socavar la ficticia reputación de nuestros gobernantes.

La primer sensación que se tiene es que ya no existe capacidad y/o voluntad de las fuerzas del orden para brindar seguridad a los ciudadanos. Y no hablo de una seguridad personal o social con muchas exigencias y florituras, como caminar por cualquier ciudad europea con aquélla tranquilidad de barrio alemán durmiendo, me refiero a que ya ni siquiera nos atrevemos a circular por las carreteras nacionales, en casi cualquier lado del país, sin el temor de ser asaltados, bajados de nuestros vehículos y robados, cuando bien nos vaya. Ya de plano a veces dejamos instrucciones a nuestros familiares de qué hay que hacer si no regresamos: no dejar morir de hambre los perros y los gatos, pagar las facturas pendientes y avisar de nuestra desaparición a la autoridad que más confianza se tenga, que prácticamente es a ninguna. Andar de copas a altas horas de la noche, en cualquier calle, en cualquier ciudad, es un lujo que ya no existe ni de chiste en México. Denunciar un secuestro o un robo a instancias que sabemos muchas veces infiltradas por los mismos que secuestran y roban es un chiste de mal gusto que se explica por si mismo.

Otro pensamiento que constante se escabulle y vuelve y vuelve a aparecer en mis tres neuronas útiles, es que no podemos echarle la absoluta y única responsabilidad de las carencias y deficiencias en este tipo de investigaciones a las fiscalías encargadas de estos abominables casos, y ello deviene de que nuestras prioridades como sociedad, o las prioridades de los políticos, para los efectos es lo mismo, no son precisamente la formación de instituciones de justicia sólidas y con los suficientes recursos. Muchas veces reclamamos y pedimos realizar indagatorias como si del FBI se tratara, con tecnologías de punta al servicio de la verdad, agentes entrenados vayan ustedes a saber en qué universidades y centros de capacitación del primer mundo, etcétera, cuando lo que tenemos son fiscalías que andan mendigando para comprar papel y lápiz, pagar la nómina, la luz y el agua, con computadoras de hace diez años, agentes del ministerio público atascados de expedientes, con cientos o miles pendientes y policías de investigación que usan sus vehículos propios y a veces hasta sin gasolina; pues en estas condiciones no les podemos pedir mucho, creo, y no es para eximirlos de responsabilidad, simplemente dibujar la realidad y sobre ella sacar conclusiones y proponer soluciones. En cualquier lugar civilizado, digamos, Estados Unidos, Alemania, entre otros, en cualquier caso se gastan decenas o centenas de miles de dólares, a veces millones, se destinan recursos humanos y materiales considerables para llevar a los responsables a la justicia, aquí queremos hacer lo mismo con unos pocos pesos. Los resultados allí están, nos gusten o no.

Finalmente, tiene mucho de verdad aquélla frase que dice más o menos que “un país es en lo que gasta, hacia dónde se van sus dineros públicos”, y allí tenemos pues que mientras los alemanes (siempre pongo de ejemplo estos sujetos), destinan billones y billones de euros a educación, salud, seguridad, desarrollo tecnológico, carreteras de trescientos kilómetros por hora, etcétera, aquí nos andamos gastando lo poco que tenemos en grillas, campañas políticas, partidos ídem, intrigas palaciegas y pensando cuál será el próximo grupo de poder al que le echaremos la culpa de nuestras históricas desgracias, pero si se puede, en el inter, que nos acomode en algún puesto o nos den de perdis, un contratillo sin licitar.

La muerte violenta de Debanhi Escobar en Nuevo León ha causado una conmoción nacional pocas veces vista, dada la gran cantidad de personas y mujeres desaparecidas y asesinadas en los últimos años, y particularmente, en los últimos meses. Causas de esta inusual reacción pueden ser las particularidades del caso en cuestión, el carisma de la víctima o el hartazgo social acumulado, eso sería lo de menos para cualquier efecto práctico, el caso es que es necesario hacer algunas anotaciones mínimas que nos deben llamar a la reflexión sobre lo que está sucediendo a lo largo y ancho del territorio nacional relacionado con la situación de la violencia en general e inseguridad que estamos experimentando todos día con día. Queremos aclarar, desde ahora, que esta perorata no se refiere a alguna autoridad o gobierno en particular, sino que se esbozarán conclusiones o ideas generales, aplicables a la mayoría de los territorios del país, pues no es nuestra intención, lo juramos, incitar a un levantamiento social para derrocar el orden constitucional inexistente en los últimos tiempos, ni mucho menos socavar la ficticia reputación de nuestros gobernantes.

La primer sensación que se tiene es que ya no existe capacidad y/o voluntad de las fuerzas del orden para brindar seguridad a los ciudadanos. Y no hablo de una seguridad personal o social con muchas exigencias y florituras, como caminar por cualquier ciudad europea con aquélla tranquilidad de barrio alemán durmiendo, me refiero a que ya ni siquiera nos atrevemos a circular por las carreteras nacionales, en casi cualquier lado del país, sin el temor de ser asaltados, bajados de nuestros vehículos y robados, cuando bien nos vaya. Ya de plano a veces dejamos instrucciones a nuestros familiares de qué hay que hacer si no regresamos: no dejar morir de hambre los perros y los gatos, pagar las facturas pendientes y avisar de nuestra desaparición a la autoridad que más confianza se tenga, que prácticamente es a ninguna. Andar de copas a altas horas de la noche, en cualquier calle, en cualquier ciudad, es un lujo que ya no existe ni de chiste en México. Denunciar un secuestro o un robo a instancias que sabemos muchas veces infiltradas por los mismos que secuestran y roban es un chiste de mal gusto que se explica por si mismo.

Otro pensamiento que constante se escabulle y vuelve y vuelve a aparecer en mis tres neuronas útiles, es que no podemos echarle la absoluta y única responsabilidad de las carencias y deficiencias en este tipo de investigaciones a las fiscalías encargadas de estos abominables casos, y ello deviene de que nuestras prioridades como sociedad, o las prioridades de los políticos, para los efectos es lo mismo, no son precisamente la formación de instituciones de justicia sólidas y con los suficientes recursos. Muchas veces reclamamos y pedimos realizar indagatorias como si del FBI se tratara, con tecnologías de punta al servicio de la verdad, agentes entrenados vayan ustedes a saber en qué universidades y centros de capacitación del primer mundo, etcétera, cuando lo que tenemos son fiscalías que andan mendigando para comprar papel y lápiz, pagar la nómina, la luz y el agua, con computadoras de hace diez años, agentes del ministerio público atascados de expedientes, con cientos o miles pendientes y policías de investigación que usan sus vehículos propios y a veces hasta sin gasolina; pues en estas condiciones no les podemos pedir mucho, creo, y no es para eximirlos de responsabilidad, simplemente dibujar la realidad y sobre ella sacar conclusiones y proponer soluciones. En cualquier lugar civilizado, digamos, Estados Unidos, Alemania, entre otros, en cualquier caso se gastan decenas o centenas de miles de dólares, a veces millones, se destinan recursos humanos y materiales considerables para llevar a los responsables a la justicia, aquí queremos hacer lo mismo con unos pocos pesos. Los resultados allí están, nos gusten o no.

Finalmente, tiene mucho de verdad aquélla frase que dice más o menos que “un país es en lo que gasta, hacia dónde se van sus dineros públicos”, y allí tenemos pues que mientras los alemanes (siempre pongo de ejemplo estos sujetos), destinan billones y billones de euros a educación, salud, seguridad, desarrollo tecnológico, carreteras de trescientos kilómetros por hora, etcétera, aquí nos andamos gastando lo poco que tenemos en grillas, campañas políticas, partidos ídem, intrigas palaciegas y pensando cuál será el próximo grupo de poder al que le echaremos la culpa de nuestras históricas desgracias, pero si se puede, en el inter, que nos acomode en algún puesto o nos den de perdis, un contratillo sin licitar.