/ domingo 3 de octubre de 2021

Aznar y el perdón

El exterminio y genocidio, la aniquilación cultural, la milenaria marginación social y la exclusión histórica de los pueblos originarios de México cobran vigencia para contener el discurso del odio, la indolencia e incluso, la guasa. Reivindicar nuestra historia, significa reconocer el legado prehispánico, iniciando con la responsabilidad de aquellos estados que impulsaron el sometimiento denominado “la Conquista”.

La mofa de José María Aznar hacia Andrés Manuel López Obrador y la negativa a que España pida perdón a México deja sus enseñanzas. El agravio no sólo es para el presidente, representa una ofensa hacia los millones de indígenas que fueron brutalmente esclavizados, sometidos y masacrados bajo el estandarte de la evangelización. La burlesca perorata del ex presidente del gobierno español, representa el discurso de la deshumanización y la indiferencia que inició a partir del proceso de la colonización dejando la estela de sangre y exterminio.

Según diversas estimaciones, la población indígena en América prácticamente fue aniquilada. Entre 1550 a 1700, de 65 millones, sólo sobrevivieron 5 millones. Con fundamento en relatos, pinturas y tradición oral se deduce que más de 240 mil indígenas fueron masacrados durante el periodo de la Conquista, siendo entre 150 y 300 mil habitantes de Tenochtitlán, su mayoría integrantes de la nobleza azteca (pipiltín), explica la historiadora Josefina Muriel en su texto Divergencias en la Biografía de Cuauhtémoc.

La tragedia de la aniquilación es elocuente: “Este fue el modo como feneció el mexicano, el tlatelolca, y ya no teníamos escudos, ya no teníamos macanas, y nada teníamos que comer, ya nada comimos. Y toda la noche llovió sobre nosotros”, se lee en La Historia de la Conquista de Tlatelolco.

Efectivamente, el perdón y la responsabilidad de quienes ofendieron a los pueblos prehispánicos, es el primer paso para restaurar la historia. Posteriormente, es obligatorio iniciar un profundo proceso para la integración social y la valoración cultural de los legítimos herederos de nuestra tierra.

No sólo se trata de pedir perdón por las acciones u omisiones del pasado. Aún estamos en deuda con los cerca de 17 millones de indígenas distribuidos en 68 pueblos, quienes representan el 15.1% del total de la población mexicana, según información del Censo 2020 del Inegi. Nuestros pueblos nativos, siguen siendo un sector vulnerable debido a la evidente y cruel marginación, discriminación, violencia, despojo y carente acceso a educación, salud, vivienda y servicios básicos dignos.

Para la gloria y mejor destino de nuestra patria es indispensable revalorar la memoria de nuestro esplendor cultural prehispánico. En suma, los chascarrillos de Aznar son cosa seria.

El exterminio y genocidio, la aniquilación cultural, la milenaria marginación social y la exclusión histórica de los pueblos originarios de México cobran vigencia para contener el discurso del odio, la indolencia e incluso, la guasa. Reivindicar nuestra historia, significa reconocer el legado prehispánico, iniciando con la responsabilidad de aquellos estados que impulsaron el sometimiento denominado “la Conquista”.

La mofa de José María Aznar hacia Andrés Manuel López Obrador y la negativa a que España pida perdón a México deja sus enseñanzas. El agravio no sólo es para el presidente, representa una ofensa hacia los millones de indígenas que fueron brutalmente esclavizados, sometidos y masacrados bajo el estandarte de la evangelización. La burlesca perorata del ex presidente del gobierno español, representa el discurso de la deshumanización y la indiferencia que inició a partir del proceso de la colonización dejando la estela de sangre y exterminio.

Según diversas estimaciones, la población indígena en América prácticamente fue aniquilada. Entre 1550 a 1700, de 65 millones, sólo sobrevivieron 5 millones. Con fundamento en relatos, pinturas y tradición oral se deduce que más de 240 mil indígenas fueron masacrados durante el periodo de la Conquista, siendo entre 150 y 300 mil habitantes de Tenochtitlán, su mayoría integrantes de la nobleza azteca (pipiltín), explica la historiadora Josefina Muriel en su texto Divergencias en la Biografía de Cuauhtémoc.

La tragedia de la aniquilación es elocuente: “Este fue el modo como feneció el mexicano, el tlatelolca, y ya no teníamos escudos, ya no teníamos macanas, y nada teníamos que comer, ya nada comimos. Y toda la noche llovió sobre nosotros”, se lee en La Historia de la Conquista de Tlatelolco.

Efectivamente, el perdón y la responsabilidad de quienes ofendieron a los pueblos prehispánicos, es el primer paso para restaurar la historia. Posteriormente, es obligatorio iniciar un profundo proceso para la integración social y la valoración cultural de los legítimos herederos de nuestra tierra.

No sólo se trata de pedir perdón por las acciones u omisiones del pasado. Aún estamos en deuda con los cerca de 17 millones de indígenas distribuidos en 68 pueblos, quienes representan el 15.1% del total de la población mexicana, según información del Censo 2020 del Inegi. Nuestros pueblos nativos, siguen siendo un sector vulnerable debido a la evidente y cruel marginación, discriminación, violencia, despojo y carente acceso a educación, salud, vivienda y servicios básicos dignos.

Para la gloria y mejor destino de nuestra patria es indispensable revalorar la memoria de nuestro esplendor cultural prehispánico. En suma, los chascarrillos de Aznar son cosa seria.