/ miércoles 8 de mayo de 2019

Benedicto XVI sobre los abusos

El pasado mes de abril se publicó una reflexión del Papa emérito Benedicto XVI sobre “La Iglesia y el escándalo de los abusos sexuales”. Explica que “entre las libertades que la Revolución de 1968 quería conquistar estaba la libertad sexual total, que no permitía ya ninguna norma”, ningún referente ético. También una parte de la teología moral católica se vio influenciada por este clima relativista, en donde la frontera entre lo bueno y lo malo ya no era tan clara. Y se llegó a considerar que la Iglesia sólo podía opinar en cuestiones de fe, como si ésta no tuviera relación con la forma de vivir.

El ambiente general afectó la formación de los futuros sacerdotes, se relajó la disciplina y luego en la vida sacerdotal surgieron conductas inaceptables, que no siempre fueron bien manejadas. La falta de obediencia y amor a Jesucristo, comenta el Papa emérito, nos han desviado del camino. “El poder del mal emerge de nuestro rechazo de amar a Dios”. Un mundo sin Dios pierde su sentido, y entonces “no hay ningún criterio del bien o del mal”, y se desvanece la frontera entre verdad y mentira. “Cuando Dios muere en una sociedad, se nos dijo, ésta se hace libre”, pero en realidad la libertad desaparece porque “muere el sentido, lo que proporciona orientación”.

“¿Cómo pudo la pedofilia alcanzar tales proporciones?”, se pregunta el Papa emérito. La razón está en la ausencia de Dios. También en la Iglesia a veces “preferimos no hablar de Dios, porque ese discurso no parece ser práctico”, y por eso necesitamos volver a Dios como fundamento de nuestra vida. Dios puede parecer alejado de las cosas que nos preocupan, pero si lo ignoramos todo cambia y el poder se convierte en el único principio, y se impone el más fuerte, no la verdad.

Benedicto XVI lamenta el olvido de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, consecuencia de la pérdida de fe, que debemos renovar como creyentes. La Iglesia tiene que devolver al mundo la conciencia de que Dios nos ama, y de que Él es la verdadera fuerza contra el mal. El Papa nos previene también contra la tentación de construir una Iglesia a nuestra medida. “Tampoco hoy la Iglesia está hecha solo de malos peces y mala hierba”, y por supuesto no es “una especie de aparato político”. Debemos redescubrir la Iglesia que vive en las almas de tantas personas ordinarias que con sencillez viven una fe profunda y que nos muestran al Dios que nos ama, pues sólo en contacto con Él podemos renovarnos y ser creíbles. Mucha tarea nos queda por hacer dentro de la Iglesia.

El pasado mes de abril se publicó una reflexión del Papa emérito Benedicto XVI sobre “La Iglesia y el escándalo de los abusos sexuales”. Explica que “entre las libertades que la Revolución de 1968 quería conquistar estaba la libertad sexual total, que no permitía ya ninguna norma”, ningún referente ético. También una parte de la teología moral católica se vio influenciada por este clima relativista, en donde la frontera entre lo bueno y lo malo ya no era tan clara. Y se llegó a considerar que la Iglesia sólo podía opinar en cuestiones de fe, como si ésta no tuviera relación con la forma de vivir.

El ambiente general afectó la formación de los futuros sacerdotes, se relajó la disciplina y luego en la vida sacerdotal surgieron conductas inaceptables, que no siempre fueron bien manejadas. La falta de obediencia y amor a Jesucristo, comenta el Papa emérito, nos han desviado del camino. “El poder del mal emerge de nuestro rechazo de amar a Dios”. Un mundo sin Dios pierde su sentido, y entonces “no hay ningún criterio del bien o del mal”, y se desvanece la frontera entre verdad y mentira. “Cuando Dios muere en una sociedad, se nos dijo, ésta se hace libre”, pero en realidad la libertad desaparece porque “muere el sentido, lo que proporciona orientación”.

“¿Cómo pudo la pedofilia alcanzar tales proporciones?”, se pregunta el Papa emérito. La razón está en la ausencia de Dios. También en la Iglesia a veces “preferimos no hablar de Dios, porque ese discurso no parece ser práctico”, y por eso necesitamos volver a Dios como fundamento de nuestra vida. Dios puede parecer alejado de las cosas que nos preocupan, pero si lo ignoramos todo cambia y el poder se convierte en el único principio, y se impone el más fuerte, no la verdad.

Benedicto XVI lamenta el olvido de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, consecuencia de la pérdida de fe, que debemos renovar como creyentes. La Iglesia tiene que devolver al mundo la conciencia de que Dios nos ama, y de que Él es la verdadera fuerza contra el mal. El Papa nos previene también contra la tentación de construir una Iglesia a nuestra medida. “Tampoco hoy la Iglesia está hecha solo de malos peces y mala hierba”, y por supuesto no es “una especie de aparato político”. Debemos redescubrir la Iglesia que vive en las almas de tantas personas ordinarias que con sencillez viven una fe profunda y que nos muestran al Dios que nos ama, pues sólo en contacto con Él podemos renovarnos y ser creíbles. Mucha tarea nos queda por hacer dentro de la Iglesia.