El pasado 4 de abril se cumplió el quincuagésimo aniversario de su asesinato, cometido por un delincuente a sueldo. ¿A sueldo de quién? No se sabe. O sí se sabe, pero no se dice. Aquel jueves, cuando la tarde empezaba a refrescar, Martin Luther King salió a un balcón del motel Lorraine, en Memphis, y allí lo estaba esperando la muerte que él ya había presentido en más de una ocasión. Una muerte (por disparo de un arma de fuego accionada por mano blanca) entonces habitual en EEUU para los de su raza, por cuyos derechos civiles él bregó en calidad de líder con los únicos recursos que consideraba admisibles: las marchas pacíficas y la palabra.
¿El precio? Una ristra larga de amenazas, vejaciones, atentados, acoso policial, detenciones, encarcelamientos y multas.
Martin Luther King perdura como figura positiva en el recuerdo colectivo. Sería deseable que no cesaran de sonar entre nosotros las voces de los hombres buenos.