/ lunes 6 de septiembre de 2021

Consejos al Príncipe. Las Lealtades

“Quiero dejar claro, Su Excelentísima y Suprema Eminencia, que, no obstante que he dejado patente que estas líneas no van dirigidas de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia, Dios nos libre, al populacho más corriente que común y que prolifera por todos los recovecos de tu imperio, he recibido las más injustas y calumniosas críticas al contenido de las entregas anteriores: que no, que es misógino, que no, que es un machista, que no, que es un pervertido como El Marqués de Sade en los 120 Días de Sodoma, que no, que por esas ideas los políticos están como están, etcétera. No, estas líneas están pensadas sólo para los superiores entendimientos como los tuyos, pues así como no es dable pedirle a un membrillo que produzca manzanas, tampoco no es pertinente esperar que las comprensiones de los desarrapados entiendan las entrañas del ejercicio del poder.

Toca ahora advertirte prudentemente sobre esa actitud humana tan volátil y tan efímera que es La Lealtad hacia el gobernante. Bien hemos expuesto que lo ideal es que te allegues súbditos que sean capaces, pero sobre todo fieles, pues sobre esta segunda columna podrás armar tu estructura para ejercer la autoridad. La Lealtad se tiene, pero también se gana, y lo más difícil es conservarla, y sobre este último aspecto, su permanencia, es el motivo de esta arenga.

Bien debes entender que al mundo sólo lo mueven tres componentes fundamentales: el amor, el dinero, y la envidia. Los demás sentimientos son realmente intrascendentes. En este aspecto, debes entender que si algo te va a sobrar en tus celestiales encomiendas es la tirria, pues observarás que al asumir tu encargo, el mundo se va a modificar a tu alrededor: de repente todos se te pondrán como tapete, recibirás cientos de invitaciones para convertirte en padrino de los hijos de todos tus conocidos y también desconocidos, serás objeto de cortejo de las más hermosas mujeres, sí, aquéllas que antes te despreciaban y burlaban de tus atributos físicos o intelectuales, serás un Apolo sobre la tierra, la última Coca Cola en el desierto, espécimen superdotado, director único de los destinos cósmicos del universo, es decir, Zeus vuelto a nacer, para qué te digo más. En este contexto surgen dos problemas: que te lo creas, y que este nuevo orden terrenal te va a generar los más agrios resentimientos, pues tú nunca sabrás que callos pisaste, ni qué liviandades aprovechaste, o que conciencias ofendiste, y de aquí a las traiciones, sólo un paso faltará. Por ello es imprescindible que te asegures, a toda costa, y cueste lo que cueste, la incondicionalidad de tus escuderos.

Volveré a las historias de Carlos I, quien ya dijimos, gobernó en estos andurriales hará unos cinco o seis sexenios, y quien tenía particulares métodos para asegurarse ese pre requisito, objeto de estas líneas. Te contaré sólo tres de ellas.

Primera. Previos los nombramientos correspondientes, ordenaba a uno de sus incondicionales hiciera una transferencia bancaria por una suma importante de dinero al recién integrado al gabinete, digamos un millón de dólares. Lo mandaba llamar o le informaba que ese era su regalo de bienvenida al equipo, que el dinero lo podría utilizar libremente y sin compromiso en lo que quisiera, ropa de lujo, viajes, carros de marca europea, una nueva residencia, etcétera, pues era de esperarse que los allegados Al Señor fueran dignos demostrando su nuevo estatus social. El dinero provenía, eso no lo sabía el incauto, de alguna cuenta de narcotraficantes, secuestradores, de tratantes de blancas, de ladrones de bancos, o de esas linduras delincuenciales a las que el dinero les sobra. No es necesario explicarte que esta información serviría algún día para jalar fuertemente la cadena de las ingratitudes exteriorizadas.

Segunda. Al final del año, cuando los presupuestos estatales se están cerrando, amplía significativamente la línea de recursos públicos de los que es responsable tu víctima. Dile que sobró ese dinero, y que se lo tiene que gastar pero de inmediato, porque se va a perder, y que eso sería considerado grave. Libertad de disposición, con el mensaje de “atáscate que ahora es cuando”. Previas las licitaciones a modo, sin ser públicas, adjudicadas a familiares, amigos o prestanombres del susodicho, comprando probablemente lápices que cuestan diez pesos en unos mil pesos cada uno, como se suele estilar, documenta bien esas irregularidades con una auditoría dirigida y precisa, y tendrás a ese chucho comiendo siempre de tu mano.

Tercera. Envíale a la más suculenta y voluptuosa meretriz de que dispongas, obsequiosa y adiestrada en el arte de los amores ilícitos, para que sea cómplice y actriz en esas películas prohibidas que se graban en cámaras ocultas donde se mostrará las miserias y también las depravaciones del incauto, las desviaciones cóncavas y convexas con las que goza en privado y despista en público, sus ridiculeces emotivas y sus carencias volitivas, harto frecuentes en esos transes apasionados, en fin, no abundaré sobre esto pues no se trata de abusar de la imaginación, ni de ilustrarte sobre la evidente utilidad de ese material didáctico.

A tu superior consideración.”

“Quiero dejar claro, Su Excelentísima y Suprema Eminencia, que, no obstante que he dejado patente que estas líneas no van dirigidas de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia, Dios nos libre, al populacho más corriente que común y que prolifera por todos los recovecos de tu imperio, he recibido las más injustas y calumniosas críticas al contenido de las entregas anteriores: que no, que es misógino, que no, que es un machista, que no, que es un pervertido como El Marqués de Sade en los 120 Días de Sodoma, que no, que por esas ideas los políticos están como están, etcétera. No, estas líneas están pensadas sólo para los superiores entendimientos como los tuyos, pues así como no es dable pedirle a un membrillo que produzca manzanas, tampoco no es pertinente esperar que las comprensiones de los desarrapados entiendan las entrañas del ejercicio del poder.

Toca ahora advertirte prudentemente sobre esa actitud humana tan volátil y tan efímera que es La Lealtad hacia el gobernante. Bien hemos expuesto que lo ideal es que te allegues súbditos que sean capaces, pero sobre todo fieles, pues sobre esta segunda columna podrás armar tu estructura para ejercer la autoridad. La Lealtad se tiene, pero también se gana, y lo más difícil es conservarla, y sobre este último aspecto, su permanencia, es el motivo de esta arenga.

Bien debes entender que al mundo sólo lo mueven tres componentes fundamentales: el amor, el dinero, y la envidia. Los demás sentimientos son realmente intrascendentes. En este aspecto, debes entender que si algo te va a sobrar en tus celestiales encomiendas es la tirria, pues observarás que al asumir tu encargo, el mundo se va a modificar a tu alrededor: de repente todos se te pondrán como tapete, recibirás cientos de invitaciones para convertirte en padrino de los hijos de todos tus conocidos y también desconocidos, serás objeto de cortejo de las más hermosas mujeres, sí, aquéllas que antes te despreciaban y burlaban de tus atributos físicos o intelectuales, serás un Apolo sobre la tierra, la última Coca Cola en el desierto, espécimen superdotado, director único de los destinos cósmicos del universo, es decir, Zeus vuelto a nacer, para qué te digo más. En este contexto surgen dos problemas: que te lo creas, y que este nuevo orden terrenal te va a generar los más agrios resentimientos, pues tú nunca sabrás que callos pisaste, ni qué liviandades aprovechaste, o que conciencias ofendiste, y de aquí a las traiciones, sólo un paso faltará. Por ello es imprescindible que te asegures, a toda costa, y cueste lo que cueste, la incondicionalidad de tus escuderos.

Volveré a las historias de Carlos I, quien ya dijimos, gobernó en estos andurriales hará unos cinco o seis sexenios, y quien tenía particulares métodos para asegurarse ese pre requisito, objeto de estas líneas. Te contaré sólo tres de ellas.

Primera. Previos los nombramientos correspondientes, ordenaba a uno de sus incondicionales hiciera una transferencia bancaria por una suma importante de dinero al recién integrado al gabinete, digamos un millón de dólares. Lo mandaba llamar o le informaba que ese era su regalo de bienvenida al equipo, que el dinero lo podría utilizar libremente y sin compromiso en lo que quisiera, ropa de lujo, viajes, carros de marca europea, una nueva residencia, etcétera, pues era de esperarse que los allegados Al Señor fueran dignos demostrando su nuevo estatus social. El dinero provenía, eso no lo sabía el incauto, de alguna cuenta de narcotraficantes, secuestradores, de tratantes de blancas, de ladrones de bancos, o de esas linduras delincuenciales a las que el dinero les sobra. No es necesario explicarte que esta información serviría algún día para jalar fuertemente la cadena de las ingratitudes exteriorizadas.

Segunda. Al final del año, cuando los presupuestos estatales se están cerrando, amplía significativamente la línea de recursos públicos de los que es responsable tu víctima. Dile que sobró ese dinero, y que se lo tiene que gastar pero de inmediato, porque se va a perder, y que eso sería considerado grave. Libertad de disposición, con el mensaje de “atáscate que ahora es cuando”. Previas las licitaciones a modo, sin ser públicas, adjudicadas a familiares, amigos o prestanombres del susodicho, comprando probablemente lápices que cuestan diez pesos en unos mil pesos cada uno, como se suele estilar, documenta bien esas irregularidades con una auditoría dirigida y precisa, y tendrás a ese chucho comiendo siempre de tu mano.

Tercera. Envíale a la más suculenta y voluptuosa meretriz de que dispongas, obsequiosa y adiestrada en el arte de los amores ilícitos, para que sea cómplice y actriz en esas películas prohibidas que se graban en cámaras ocultas donde se mostrará las miserias y también las depravaciones del incauto, las desviaciones cóncavas y convexas con las que goza en privado y despista en público, sus ridiculeces emotivas y sus carencias volitivas, harto frecuentes en esos transes apasionados, en fin, no abundaré sobre esto pues no se trata de abusar de la imaginación, ni de ilustrarte sobre la evidente utilidad de ese material didáctico.

A tu superior consideración.”