/ miércoles 21 de febrero de 2018

Constitución y política valores básicos de la democracia III/III

De manera general puede decirse que los sistemas políticos que aspiran a calificarse como de democráticos buscan, a través de fórmulas electorales adecuadas como la manera de transformar a las elecciones en selecciones; esto es, que no se tenga que excluir a la minoría, sino que se puedan conjugar, en la responsabilidad política, a agentes provenientes de la mayoría con otros designados por las minorías. Es así como los sistemas son verdaderamente abiertos. ¿Qué tanto se ha conseguido abrir los sistemas? Los grados son variables. Las fórmulas que un día funcionan, otro dejan de hacerlo, al menos en la medida de los propósitos originales. Por eso la democracia requiere correctivos permanentes. Una democracia no es inmutable.

Las fórmulas electorales son esencialmente dinámicas. En tanto que en parte alguna se ha acuñado una forma inmejorable de hacer representar los muy diversos intereses de los pueblos, tampoco existen mecanismos aptos para toda ocasión y todo problema. En un conglomerado social las variaciones son constantes: cambia la pirámide de edades, la concentración urbana, la distribución de la riqueza, el reparto de la cultura, los símbolos dominantes, las tendencias ocupacionales, las instituciones jurídicas, los hábitos cotidianos, los patrones de producción y consumo. Todo fluye ¿por qué entonces no ha de ocurrir lo mismo con los procedimientos para que se exprese de manera distinta un pueblo que también es distinto? Por eso no puede haber una sociedad abierta con instituciones cerradas.

En los últimos 30 años hemos aplicado cuatro sistemas electorales diferentes. Ninguno ha sido malo. En cada caso se ha tratado lo de atender las exigencias de una sociedad que experimenta cambios intensos. Se intenta resolver el problema básico de una sociedad abierta: equilibrar intereses en conflicto, sin admitir o cancelar ninguno. En una sociedad abierta puede haber intereses dominantes, mientras que en la sociedad cerrada sólo hay intereses incluyentes.

Los avances que ha experimentado la política mexicana en los últimos años se han realizado en un doble sentido; hacer confiable el proceso electoral y abandonar la retórica de la intransigencia.

En México casi todo el mundo, vive un intenso cambio. Decirlo a estas alturas resulta casi un lugar común; pero vale la pena reiterarlo sólo para tener presente que la discusión sobre la forma del Estado alcanza todos los confines del planeta e incluye todos los temas susceptibles de ser plantados en torno a las formas contemporáneas de organización política y social.

Entre nosotros los planteamientos han sido de gran profundidad. A propósito de la reforma del estado se suscitan cuestiones concernientes a la participación estatal en la actividad económica, a la justicia social, a la democracia, a la redefinición de las facultades de los órganos del poder, a la interacción entre la sociedad y su gobierno, y en suma, a los postulados de filosofía política que sustentan diferentes sectores y corrientes de opinión.

De manera general puede decirse que los sistemas políticos que aspiran a calificarse como de democráticos buscan, a través de fórmulas electorales adecuadas como la manera de transformar a las elecciones en selecciones; esto es, que no se tenga que excluir a la minoría, sino que se puedan conjugar, en la responsabilidad política, a agentes provenientes de la mayoría con otros designados por las minorías. Es así como los sistemas son verdaderamente abiertos. ¿Qué tanto se ha conseguido abrir los sistemas? Los grados son variables. Las fórmulas que un día funcionan, otro dejan de hacerlo, al menos en la medida de los propósitos originales. Por eso la democracia requiere correctivos permanentes. Una democracia no es inmutable.

Las fórmulas electorales son esencialmente dinámicas. En tanto que en parte alguna se ha acuñado una forma inmejorable de hacer representar los muy diversos intereses de los pueblos, tampoco existen mecanismos aptos para toda ocasión y todo problema. En un conglomerado social las variaciones son constantes: cambia la pirámide de edades, la concentración urbana, la distribución de la riqueza, el reparto de la cultura, los símbolos dominantes, las tendencias ocupacionales, las instituciones jurídicas, los hábitos cotidianos, los patrones de producción y consumo. Todo fluye ¿por qué entonces no ha de ocurrir lo mismo con los procedimientos para que se exprese de manera distinta un pueblo que también es distinto? Por eso no puede haber una sociedad abierta con instituciones cerradas.

En los últimos 30 años hemos aplicado cuatro sistemas electorales diferentes. Ninguno ha sido malo. En cada caso se ha tratado lo de atender las exigencias de una sociedad que experimenta cambios intensos. Se intenta resolver el problema básico de una sociedad abierta: equilibrar intereses en conflicto, sin admitir o cancelar ninguno. En una sociedad abierta puede haber intereses dominantes, mientras que en la sociedad cerrada sólo hay intereses incluyentes.

Los avances que ha experimentado la política mexicana en los últimos años se han realizado en un doble sentido; hacer confiable el proceso electoral y abandonar la retórica de la intransigencia.

En México casi todo el mundo, vive un intenso cambio. Decirlo a estas alturas resulta casi un lugar común; pero vale la pena reiterarlo sólo para tener presente que la discusión sobre la forma del Estado alcanza todos los confines del planeta e incluye todos los temas susceptibles de ser plantados en torno a las formas contemporáneas de organización política y social.

Entre nosotros los planteamientos han sido de gran profundidad. A propósito de la reforma del estado se suscitan cuestiones concernientes a la participación estatal en la actividad económica, a la justicia social, a la democracia, a la redefinición de las facultades de los órganos del poder, a la interacción entre la sociedad y su gobierno, y en suma, a los postulados de filosofía política que sustentan diferentes sectores y corrientes de opinión.

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