/ miércoles 30 de octubre de 2019

Criminalidad mexicana

Quienes tenemos ya algunas décadas encima, viviendo en este país, y por tanto, podemos comparar lo que acaecía en otros tiempos en materia de criminalidad, seguimos con creciente preocupación el aumento incesante y aparentemente sin retorno de la misma. La última década, aproximadamente, poco más, ha sido particularmente traumática para todos nosotros: pasamos de ser un lugar con una palpable tranquilidad en la materia, a ser uno de las naciones más inseguras del mundo. El primero en América Latina, según muchos reportes internacionales que ni siquiera hay que citar para no distraer la fugaz atención del lector. Recordamos con tristeza inconsolable cuando, por ejemplo, la gente salía de su casa dejando la puerta abierta o simplemente emparejada, sin ningún miedo o temor de que alguien pudiese entrar a robar; y estoy hablando de apenas hace pocos ayeres. Por supuesto tampoco se trata de voltear al pasado y añorar tiempos que jamás, pero jamás de los jamases van a regresar. Cuando había que viajar a la Ciudad de México, o máximo, al Estado del mismo nombre, habría que ir con pocas precauciones: no llevar reloj o joyas, cargar con efectivo (poco) y aprenderse de memoria teléfonos de amigos o familiares para el caso de un fortuito asalto callejero que casi nunca pasaba a mayores.

En la actualidad salir a cualquier carretera o calle de México es una aventura de alto calado que incluye la posibilidad real de que te secuestren, violen o maten por puro deporte. ¿Porqué comenzamos a destazarnos y robarnos sin ton ni son entre nosotros?

La anterior será una pregunta muy difícil de contestar. Sólo recordaremos que ya muchas mentes ilustres y brillantes se han ocupado de tratar de explicar lo que pasa en la cavidad craneana de un criminal. En un principio se explicó la naturaleza de las conductas antisociales a partir de la religión, pues ésta tenía una normatividad basada en Dios, y quien violaba los preceptos de la ley divina y humana era un irredento pecador. Mucho tiempo después surgieron las explicaciones científicas del más puro positivismo, encontrando aquí a Cesar Lombroso quien tomaría de referencia a Darwin sobre los seres humanos poco evolucionados dando inicio a lo que se denominó como antropología criminal y atribuyendo el fenómeno en comento a causas físicas, fisiológicas y genéticas. Enrico Ferri y Rafael Garófalo, partiendo de estos hallazgos, incorporaron explicaciones sociológicas y psicológicas. Con posterioridad, y a la fecha, existen escuelas que, partiendo de estos hallazgos, han considerado a la conducta desviada como un fenómeno multifactorial, en donde concurren causas de todo tipo: económicas, políticas, sociales, psicológicas, morales, religiosas, físicas, genéticas, fisiológicas y un sin fin de etcéteras posibles.

En la actualidad en nuestro país se han ensayado una multiplicidad de explicaciones, pudiéndose hacer un catálogo tan extenso como se quiera: la pobreza creciente, el crecimiento de la población, el aumento de desocupados, los deficientes servicios públicos, el aumento de centros de vicios y de inmoralidad, la desorientación ética de la escuela y el quebrantamiento de la moral familiar, el cine y la televisión como escuelas de morbosidad, la relajación de las costumbres, el chantaje periodístico, la mala educación pública, la deficiente situación sanitaria y hasta el garrotazo que se dio al “avispero”… y podríamos anotar miles de etcéteras más.

Lamentablemente en el discurso político oficial se cierran las posibilidades que explican la criminalidad a la corrupción de tiempos anteriores y a la pobreza también generada en el pasado.

Si queremos salir del atolladero que la escalada delincuencial representa, debemos, indefectiblemente, entender nuestra situación reseñada con explicaciones multifactoriales y multicausales, sólo de esta manera se podrán implementar una serie de políticas que puedan incidir y atacar los orígenes precisos de este mal social. De otra manera, seguiremos dando palos de ciego y al mismísimo avispero ya citado.


Quienes tenemos ya algunas décadas encima, viviendo en este país, y por tanto, podemos comparar lo que acaecía en otros tiempos en materia de criminalidad, seguimos con creciente preocupación el aumento incesante y aparentemente sin retorno de la misma. La última década, aproximadamente, poco más, ha sido particularmente traumática para todos nosotros: pasamos de ser un lugar con una palpable tranquilidad en la materia, a ser uno de las naciones más inseguras del mundo. El primero en América Latina, según muchos reportes internacionales que ni siquiera hay que citar para no distraer la fugaz atención del lector. Recordamos con tristeza inconsolable cuando, por ejemplo, la gente salía de su casa dejando la puerta abierta o simplemente emparejada, sin ningún miedo o temor de que alguien pudiese entrar a robar; y estoy hablando de apenas hace pocos ayeres. Por supuesto tampoco se trata de voltear al pasado y añorar tiempos que jamás, pero jamás de los jamases van a regresar. Cuando había que viajar a la Ciudad de México, o máximo, al Estado del mismo nombre, habría que ir con pocas precauciones: no llevar reloj o joyas, cargar con efectivo (poco) y aprenderse de memoria teléfonos de amigos o familiares para el caso de un fortuito asalto callejero que casi nunca pasaba a mayores.

En la actualidad salir a cualquier carretera o calle de México es una aventura de alto calado que incluye la posibilidad real de que te secuestren, violen o maten por puro deporte. ¿Porqué comenzamos a destazarnos y robarnos sin ton ni son entre nosotros?

La anterior será una pregunta muy difícil de contestar. Sólo recordaremos que ya muchas mentes ilustres y brillantes se han ocupado de tratar de explicar lo que pasa en la cavidad craneana de un criminal. En un principio se explicó la naturaleza de las conductas antisociales a partir de la religión, pues ésta tenía una normatividad basada en Dios, y quien violaba los preceptos de la ley divina y humana era un irredento pecador. Mucho tiempo después surgieron las explicaciones científicas del más puro positivismo, encontrando aquí a Cesar Lombroso quien tomaría de referencia a Darwin sobre los seres humanos poco evolucionados dando inicio a lo que se denominó como antropología criminal y atribuyendo el fenómeno en comento a causas físicas, fisiológicas y genéticas. Enrico Ferri y Rafael Garófalo, partiendo de estos hallazgos, incorporaron explicaciones sociológicas y psicológicas. Con posterioridad, y a la fecha, existen escuelas que, partiendo de estos hallazgos, han considerado a la conducta desviada como un fenómeno multifactorial, en donde concurren causas de todo tipo: económicas, políticas, sociales, psicológicas, morales, religiosas, físicas, genéticas, fisiológicas y un sin fin de etcéteras posibles.

En la actualidad en nuestro país se han ensayado una multiplicidad de explicaciones, pudiéndose hacer un catálogo tan extenso como se quiera: la pobreza creciente, el crecimiento de la población, el aumento de desocupados, los deficientes servicios públicos, el aumento de centros de vicios y de inmoralidad, la desorientación ética de la escuela y el quebrantamiento de la moral familiar, el cine y la televisión como escuelas de morbosidad, la relajación de las costumbres, el chantaje periodístico, la mala educación pública, la deficiente situación sanitaria y hasta el garrotazo que se dio al “avispero”… y podríamos anotar miles de etcéteras más.

Lamentablemente en el discurso político oficial se cierran las posibilidades que explican la criminalidad a la corrupción de tiempos anteriores y a la pobreza también generada en el pasado.

Si queremos salir del atolladero que la escalada delincuencial representa, debemos, indefectiblemente, entender nuestra situación reseñada con explicaciones multifactoriales y multicausales, sólo de esta manera se podrán implementar una serie de políticas que puedan incidir y atacar los orígenes precisos de este mal social. De otra manera, seguiremos dando palos de ciego y al mismísimo avispero ya citado.