/ lunes 6 de julio de 2020

Crónica del poder │¡Sálvese quien quiera! Grito irresponsable

La Organización Mundial de la Salud lo grita por todos los horizontes de los continentes: ¡Despierten! Debemos parar este virus ahora, reanuden actividades con medidas más estrictas, no ignoren los números, éstos no mienten. México y América Latina ya superan a Europa en contagios y mortalidad por la pandemia. Y los pueblos del mundo como si nada, entre ellos Zacatecas, donde la propagación se agiganta y crece la letalidad, para demostrar que, el coronavirus sigue indomable, tan campante como el primer día, y que los zacatecanos no somos indómitos sino frágiles y más vulnerables.

Nada tiene de normal la nueva normalidad. Hay un contrasentido y una gran mentira que a diario practicamos con descaro, desazón y cinismo. La irradiación del optimismo electorero allá en Estados Unidos y aquí en nuestro México, choca de frente ante la potente letalidad del virus, que, por muy tempraneras, anticipadas o precipitadas que sean, derrumba esperanzas y sobre la crisis y los cotidianos cadáveres, sobreviene la decadencia de los votos. Así les va a Donald Trump y López Obrador, que están que se la creen, superpotenciados y victoriosos ante sus multiplicados adversarios y más lo sentirán el miércoles que se vean allá en Washington.

Ese descaro e irresponsable indiferencia, todos los días la vemos entre la población zacatecana. Tal parece que Alejandro Tello está ya envuelto en el lenguaje de Hugo López-Gatell "la pandemia en Zacatecas está en una planicie, se tienen más de 10 días en un promedio de 22 a 40 casos, y hay algunos días que sube ese número, pero se pudiera decir que estamos estabilizados y creciendo, pero no bajando y los decesos creciendo." O sí pero no, o todo lo contrario, dice la gente, pero la crisis parece incontenible, y todo por el descuido y desenfado de la gente en todos los sectores, escenarios y ambientes.

No hace falta detallar que ya se han superado los mil contagiados y que se han registrado más de 100 fallecimientos, porque a la gente ni le importa y le vale madres. Ni entienden ni aceptan que estamos en medio del mayor de los peligros mortales y continúan en el imparable relajamiento de movilidad. Más todavía, no hay autoridad que valga o se respete, no hay un liderazgo que convenza de los riesgos que producen y reproducen tragedias. Los taxistas como siempre, desordenados; los camioneros, en el extremo de su ignorancia; los constructores, llorando por más obras, pero incapaces de darles siquiera un cubrebocas a sus chalanes o transportarlos con respeto a la sana distancia; en los comercios, adelante pasen aunque no tengan medidas de protección, lo importante es vender y encarecer; las familias siguen metidas en sus fiestas de aniversario, bodas y santos patrones. Los gobiernos se exhiben impotentes para avenirlos a las reglas.

En su salud lo hallarán

Porque ni el fundamental cubrebocas alcanza la gente a utilizar, porque no quieren. Los agentes de tránsito ni los policías estatales o preventivos municipales se atreven a llamar la atención a quienes no lo traen, sean en vehículos o en las calles; en las plazas y jardínes, en los tianguis y mercados la gente se arremolina sin atender a la sana distancia, las columnas ante los transportes públicos, igual; no hay exigencia ni reclamos; los médicos y enfermeras sufren por incansables jornadas de trabajo y sus directivos y sindicatos no les dan respuesta a requerimientos de insumos de protección. Todo es una convergencia de indiferencias, negligencia e irresponsabilidad, que nadie puede reorientar ni conducir a la normalidad. El escenario afectado por la pandemia, afuera está desquiciado, abierto e invitando a morir.

La Organización Mundial de la Salud lo grita por todos los horizontes de los continentes: ¡Despierten! Debemos parar este virus ahora, reanuden actividades con medidas más estrictas, no ignoren los números, éstos no mienten. México y América Latina ya superan a Europa en contagios y mortalidad por la pandemia. Y los pueblos del mundo como si nada, entre ellos Zacatecas, donde la propagación se agiganta y crece la letalidad, para demostrar que, el coronavirus sigue indomable, tan campante como el primer día, y que los zacatecanos no somos indómitos sino frágiles y más vulnerables.

Nada tiene de normal la nueva normalidad. Hay un contrasentido y una gran mentira que a diario practicamos con descaro, desazón y cinismo. La irradiación del optimismo electorero allá en Estados Unidos y aquí en nuestro México, choca de frente ante la potente letalidad del virus, que, por muy tempraneras, anticipadas o precipitadas que sean, derrumba esperanzas y sobre la crisis y los cotidianos cadáveres, sobreviene la decadencia de los votos. Así les va a Donald Trump y López Obrador, que están que se la creen, superpotenciados y victoriosos ante sus multiplicados adversarios y más lo sentirán el miércoles que se vean allá en Washington.

Ese descaro e irresponsable indiferencia, todos los días la vemos entre la población zacatecana. Tal parece que Alejandro Tello está ya envuelto en el lenguaje de Hugo López-Gatell "la pandemia en Zacatecas está en una planicie, se tienen más de 10 días en un promedio de 22 a 40 casos, y hay algunos días que sube ese número, pero se pudiera decir que estamos estabilizados y creciendo, pero no bajando y los decesos creciendo." O sí pero no, o todo lo contrario, dice la gente, pero la crisis parece incontenible, y todo por el descuido y desenfado de la gente en todos los sectores, escenarios y ambientes.

No hace falta detallar que ya se han superado los mil contagiados y que se han registrado más de 100 fallecimientos, porque a la gente ni le importa y le vale madres. Ni entienden ni aceptan que estamos en medio del mayor de los peligros mortales y continúan en el imparable relajamiento de movilidad. Más todavía, no hay autoridad que valga o se respete, no hay un liderazgo que convenza de los riesgos que producen y reproducen tragedias. Los taxistas como siempre, desordenados; los camioneros, en el extremo de su ignorancia; los constructores, llorando por más obras, pero incapaces de darles siquiera un cubrebocas a sus chalanes o transportarlos con respeto a la sana distancia; en los comercios, adelante pasen aunque no tengan medidas de protección, lo importante es vender y encarecer; las familias siguen metidas en sus fiestas de aniversario, bodas y santos patrones. Los gobiernos se exhiben impotentes para avenirlos a las reglas.

En su salud lo hallarán

Porque ni el fundamental cubrebocas alcanza la gente a utilizar, porque no quieren. Los agentes de tránsito ni los policías estatales o preventivos municipales se atreven a llamar la atención a quienes no lo traen, sean en vehículos o en las calles; en las plazas y jardínes, en los tianguis y mercados la gente se arremolina sin atender a la sana distancia, las columnas ante los transportes públicos, igual; no hay exigencia ni reclamos; los médicos y enfermeras sufren por incansables jornadas de trabajo y sus directivos y sindicatos no les dan respuesta a requerimientos de insumos de protección. Todo es una convergencia de indiferencias, negligencia e irresponsabilidad, que nadie puede reorientar ni conducir a la normalidad. El escenario afectado por la pandemia, afuera está desquiciado, abierto e invitando a morir.