/ miércoles 20 de marzo de 2019

De animalismos

He visto desde hace años con absoluta estupefacción un comportamiento de muchísimos mis congéneres que se relaciona con el vínculo afectivo que han establecido con sus mascotas o con los animales en general. He observado como parejas que no tienen hijos consideran a su perro como si fuera su descendencia en línea recta consanguínea y en primerísimo grado, otorgándole una trato preferencial como vástago único, comprándole ropa cara de diseñador, sentándolo a comer y cenar en la mesa, dotándolo de una cama y un cuarto en el espacio marital, y comprándole boleto de avión para que viaje con ellos, con asiento de primera clase incluido y, además, referirse a él con frases de cariño y trato sumo afectivo que serían la envidia de muchísimos niños que han nacido en hogares disfuncionales. Me he percatado de la alharaca de guacamayas tropicales que provoca el fallecimiento de la mascota familiar, con llantos inconsolables y el otorgamiento de pompas fúnebres que serían la envidia hasta de cualquier clasemediero por el derroche en recursos económicos que provoca tan inconsolable e irreparable pérdida, y las semanas, meses y años de luto que se guarda a la memoria de tan insigne ausente. Leí en las noticias en días pasados que una ínclita Senadora de la República colocó a todas las féminas al mismo nivel que sus iguales animales, equiparando el otrora llamado género débil con cualquiera de las hembras animales que a usted se le pueda ocurrir, es decir, que son una y la misma cosa y por lo mismo merecen una protección legal y el reconocimiento constitucional de sus inalienables e imprescriptibles derechos.

Hasta hace poco me percaté de la existencia de un nuevo término que se acuñó para referirse seguramente a parte de este fenómeno: el llamado “animalismo”, que como todos los “itsmos” o doctrinas, se ubican dentro de las creencias humanas. El animalismo es un “movimiento por los derechos de los animales, es una ideología igualitarista que tiende a equiparar al ser humano con los demás animales, para lo que frecuentemente recurre a la empatía y compasión a los animales (sic), en todas sus necesidades, necesidad de su hábitat, alimenticias, necesidades de vivir en comunidad como hacen especies y tener en cuenta su existencia y a la denuncia de lo que consideran crímenes contra los animales…” (Wikipedia).

Derivado de estas, en mi parecer, absurdas creencias, he visto como una vecina casi mata (literalmente) a un automovilista por haber atropellado a su perro, que se salió sin cuidado a la calle y se vio arrollado por la propia negligencia de la dueña al no haber tenido el cuidado suficiente de amarrarlo, y no obstante las súplicas del implicado para resarcirle el daño, y comprarle otro animal igualito o parecido, a punto estuvo de perder la vida; he visto, como decía, con absoluta estupefacción, como dueños de perros los besan en la boca y les dan de comer de su plato, y esas mismas personas en ocasiones se han negado a darle de comer a un miserable vagabundo que ha implorado su ayuda; y en el ámbito de la política legislativa a nivel local y federal, ya hay propuestas para sancionar con cárcel a quien maltrate o prive de la vida a algún animal, como si de tortura u homicidio se tratara.

Ante estas conductas del suyo absurdas, habrá que analizar, a nivel psicológico, las carencias o necesidades afectivas que subyacen en el fondo de muchas de ellas, y a quienes pretenden tipificar como delito el maltrato animal o el perricidio, habrá que recordarles que la mejor y más útil herramienta para modificar conductas humanas y sociales no es la sanción última e indeseada de la ley penal, sino la buena educación, empezando por la propia.

He visto desde hace años con absoluta estupefacción un comportamiento de muchísimos mis congéneres que se relaciona con el vínculo afectivo que han establecido con sus mascotas o con los animales en general. He observado como parejas que no tienen hijos consideran a su perro como si fuera su descendencia en línea recta consanguínea y en primerísimo grado, otorgándole una trato preferencial como vástago único, comprándole ropa cara de diseñador, sentándolo a comer y cenar en la mesa, dotándolo de una cama y un cuarto en el espacio marital, y comprándole boleto de avión para que viaje con ellos, con asiento de primera clase incluido y, además, referirse a él con frases de cariño y trato sumo afectivo que serían la envidia de muchísimos niños que han nacido en hogares disfuncionales. Me he percatado de la alharaca de guacamayas tropicales que provoca el fallecimiento de la mascota familiar, con llantos inconsolables y el otorgamiento de pompas fúnebres que serían la envidia hasta de cualquier clasemediero por el derroche en recursos económicos que provoca tan inconsolable e irreparable pérdida, y las semanas, meses y años de luto que se guarda a la memoria de tan insigne ausente. Leí en las noticias en días pasados que una ínclita Senadora de la República colocó a todas las féminas al mismo nivel que sus iguales animales, equiparando el otrora llamado género débil con cualquiera de las hembras animales que a usted se le pueda ocurrir, es decir, que son una y la misma cosa y por lo mismo merecen una protección legal y el reconocimiento constitucional de sus inalienables e imprescriptibles derechos.

Hasta hace poco me percaté de la existencia de un nuevo término que se acuñó para referirse seguramente a parte de este fenómeno: el llamado “animalismo”, que como todos los “itsmos” o doctrinas, se ubican dentro de las creencias humanas. El animalismo es un “movimiento por los derechos de los animales, es una ideología igualitarista que tiende a equiparar al ser humano con los demás animales, para lo que frecuentemente recurre a la empatía y compasión a los animales (sic), en todas sus necesidades, necesidad de su hábitat, alimenticias, necesidades de vivir en comunidad como hacen especies y tener en cuenta su existencia y a la denuncia de lo que consideran crímenes contra los animales…” (Wikipedia).

Derivado de estas, en mi parecer, absurdas creencias, he visto como una vecina casi mata (literalmente) a un automovilista por haber atropellado a su perro, que se salió sin cuidado a la calle y se vio arrollado por la propia negligencia de la dueña al no haber tenido el cuidado suficiente de amarrarlo, y no obstante las súplicas del implicado para resarcirle el daño, y comprarle otro animal igualito o parecido, a punto estuvo de perder la vida; he visto, como decía, con absoluta estupefacción, como dueños de perros los besan en la boca y les dan de comer de su plato, y esas mismas personas en ocasiones se han negado a darle de comer a un miserable vagabundo que ha implorado su ayuda; y en el ámbito de la política legislativa a nivel local y federal, ya hay propuestas para sancionar con cárcel a quien maltrate o prive de la vida a algún animal, como si de tortura u homicidio se tratara.

Ante estas conductas del suyo absurdas, habrá que analizar, a nivel psicológico, las carencias o necesidades afectivas que subyacen en el fondo de muchas de ellas, y a quienes pretenden tipificar como delito el maltrato animal o el perricidio, habrá que recordarles que la mejor y más útil herramienta para modificar conductas humanas y sociales no es la sanción última e indeseada de la ley penal, sino la buena educación, empezando por la propia.