/ jueves 23 de junio de 2022

De linchamientos

Con sobrada razón desde el siglo XVIII Tomás Hobbes eternizó una frase que, no solamente quedaría para posteridad, sino que fundamentalmente establecía las bases del llamado Estado Moderno: “homo homini lupus”, que significa “el hombre es el lobo del hombre”, o “el hombre es un lobo para el hombre”. Es decir, el estado natural de los seres humanos los lleva a una lucha continua y permanente contra su prójimo, pues hay que sobrevivir en un territorio reducido, con escasez de alimentos y de todos los elementos que permiten la satisfacción de las necesidades básicas, aunado esto a la contienda por el poder, que desde tiempos inmemoriales es una constante cosmológica. Entonces, para evitar que nos destrocemos, surge la imperiosa necesidad de delegar en una entidad superior (el Estado) la administración de la violencia para vivir en paz, conforme a ciertas reglas que establezcan la convivencia civilizada, naciendo así también la idea del llamado “Contrato Social”, concepto, este sí, harto elevado, propio de mentes superiores, pero que es necesario traer a colación debido al desastroso estado de cosas en el cual nos encontramos en este país que pareciera no tiene rumbo ni dirección, como dice la atinada letra de una canción popular.

La realidad que enfrentamos ha superado las expectativas de las mentes más torcidas en materia de violencia criminal. Somos testigos mudos e irresponsables, día con día, de una transformación brutal en la filosofía que tenemos a cerca de la vida y de la muerte: ejecuciones, secuestros, violaciones y robos como palomitas que saltan a le vuelta de la esquina; las carreteras se han vuelto intransitables, por su inseguridad, quisiéramos tener alas para transportarnos de una ciudad a otra; ya hasta cambiamos nuestros hábitos de parranda, impensable salir a emborracharse más allá de cuando se oculta el sol; el Departamento de Estado de nuestros vecinos del Norte, recomienda y alerta a sus súbditos no pararse en ningún punto de este territorio, salvo causa de extrema urgencia o para venir a pagar un rescate de algún familiar secuestrado, no es broma; y para acabarla de fregar, ya hasta sin agua nos vamos a quedar en un futuro no muy lejano.

Y lo que nos faltaba: la normalización cultural de los linchamientos colectivos.

En días pasados fue noticia nacional el linchamiento de un abogado, al parecer ajeno a los hechos delictivos que la turba le atribuía, suceso ocurrido en Puebla, en algún andurrial de por aquéllas latitudes, profesionista con una vida honesta, estudioso, con posgrados en el extranjero, y que, para su mala suerte, se encontraba en el momento equivocado, en el lugar equivocado, y diríamos, en el país equivocado y con las autoridades equivocadas. Todos estos factores, y los que a continuación mencionaremos, provocaron que una turba lo golpeara, le arrojara gasolina y lo incendiaria vivo, provocándole, como consecuencia, una de las muertes más horribles a las que se pueda someter a un ser humano.

Estas muestras de bestialidad generalizada se están normalizando en nuestro inconsciente colectivo, y pueden existir explicaciones, que no justificaciones, sobre lo acaecido, pues es verdad que un Estado ausente y una esquizofrenia social que tiene como causa la impunidad como regla en las investigaciones delictivas, son el caldo de cultivo de estas espectaculares manifestaciones de venganza privada y de legítima defensa ante males reales o imaginarios que no se atienden por parte de quienes debieran atenderlos.

Podríamos decir que la vigencia plena de un Estado de Derecho es inversamente proporcional al número de linchamientos colectivos que suceden en el país, y que se cuentan ya por cientos cada año. La ausencia de un Estado que venga a impartir justicia es lo que provoca ese despertar del lobo en los hombres.

Yo si creo que hemos llegado al punto, quizá de no retorno, en donde es necesario que los ciudadanos revisemos y ajustemos las cláusulas y términos de ese Contrato Social que tenemos celebrado con nuestras autoridades.

Con sobrada razón desde el siglo XVIII Tomás Hobbes eternizó una frase que, no solamente quedaría para posteridad, sino que fundamentalmente establecía las bases del llamado Estado Moderno: “homo homini lupus”, que significa “el hombre es el lobo del hombre”, o “el hombre es un lobo para el hombre”. Es decir, el estado natural de los seres humanos los lleva a una lucha continua y permanente contra su prójimo, pues hay que sobrevivir en un territorio reducido, con escasez de alimentos y de todos los elementos que permiten la satisfacción de las necesidades básicas, aunado esto a la contienda por el poder, que desde tiempos inmemoriales es una constante cosmológica. Entonces, para evitar que nos destrocemos, surge la imperiosa necesidad de delegar en una entidad superior (el Estado) la administración de la violencia para vivir en paz, conforme a ciertas reglas que establezcan la convivencia civilizada, naciendo así también la idea del llamado “Contrato Social”, concepto, este sí, harto elevado, propio de mentes superiores, pero que es necesario traer a colación debido al desastroso estado de cosas en el cual nos encontramos en este país que pareciera no tiene rumbo ni dirección, como dice la atinada letra de una canción popular.

La realidad que enfrentamos ha superado las expectativas de las mentes más torcidas en materia de violencia criminal. Somos testigos mudos e irresponsables, día con día, de una transformación brutal en la filosofía que tenemos a cerca de la vida y de la muerte: ejecuciones, secuestros, violaciones y robos como palomitas que saltan a le vuelta de la esquina; las carreteras se han vuelto intransitables, por su inseguridad, quisiéramos tener alas para transportarnos de una ciudad a otra; ya hasta cambiamos nuestros hábitos de parranda, impensable salir a emborracharse más allá de cuando se oculta el sol; el Departamento de Estado de nuestros vecinos del Norte, recomienda y alerta a sus súbditos no pararse en ningún punto de este territorio, salvo causa de extrema urgencia o para venir a pagar un rescate de algún familiar secuestrado, no es broma; y para acabarla de fregar, ya hasta sin agua nos vamos a quedar en un futuro no muy lejano.

Y lo que nos faltaba: la normalización cultural de los linchamientos colectivos.

En días pasados fue noticia nacional el linchamiento de un abogado, al parecer ajeno a los hechos delictivos que la turba le atribuía, suceso ocurrido en Puebla, en algún andurrial de por aquéllas latitudes, profesionista con una vida honesta, estudioso, con posgrados en el extranjero, y que, para su mala suerte, se encontraba en el momento equivocado, en el lugar equivocado, y diríamos, en el país equivocado y con las autoridades equivocadas. Todos estos factores, y los que a continuación mencionaremos, provocaron que una turba lo golpeara, le arrojara gasolina y lo incendiaria vivo, provocándole, como consecuencia, una de las muertes más horribles a las que se pueda someter a un ser humano.

Estas muestras de bestialidad generalizada se están normalizando en nuestro inconsciente colectivo, y pueden existir explicaciones, que no justificaciones, sobre lo acaecido, pues es verdad que un Estado ausente y una esquizofrenia social que tiene como causa la impunidad como regla en las investigaciones delictivas, son el caldo de cultivo de estas espectaculares manifestaciones de venganza privada y de legítima defensa ante males reales o imaginarios que no se atienden por parte de quienes debieran atenderlos.

Podríamos decir que la vigencia plena de un Estado de Derecho es inversamente proporcional al número de linchamientos colectivos que suceden en el país, y que se cuentan ya por cientos cada año. La ausencia de un Estado que venga a impartir justicia es lo que provoca ese despertar del lobo en los hombres.

Yo si creo que hemos llegado al punto, quizá de no retorno, en donde es necesario que los ciudadanos revisemos y ajustemos las cláusulas y términos de ese Contrato Social que tenemos celebrado con nuestras autoridades.