/ lunes 15 de octubre de 2018

De mexicanas culturas

Me comentaba un conocedor de los vericuetos existenciales del ser humano que en un libro que se titula “Un Mundo de Tres Culturas”, de Miguel Básañez, se establece que durante el transcurso de la historia han existido tres tipos de culturas predominantes: a) la llamada “cultura del honor”, donde las personas viven para respetar a Dios y a los autoridades; b) la “cultura del disfrute”, donde se vive para gozar la convivencia familiar y con los amigos, la fiesta, pues; y c) la “cultura del éxito”, que vive para ser eficientes y conquistar logros. Seguí explicando el expositor que en términos generales, las culturas orientales, como China, la India y Japón, por ejemplo, son más proclives a observar el primer tipo mencionado, es decir, la llamada cultura del honor. Que en los países latinoamericanos, y quizá considerando aquí también a España, Portugal e Italia, se tiene una tendencia hacia la cultura del disfrute, donde las relaciones familiares, de amigos y de comunidad son pilares fundamentales en la idea de felicidad individual. Y que los países anglosajones, Inglaterra, Estados Unidos, y otros, tienen una marcada inclinación hacia la cultura del éxito. Por supuesto, como en cualquier categorización general, no hay tipos puros, y existen pueblos donde se entremezclan algunas de estas clasificaciones, y se ponía el ejemplo de los paisanos (mexicanos, o descendientes de mexicanos que viven en Estados Unidos), donde hay una combinación interesante entre la cultura del disfrute y la del éxito, derivada, obviamente, de la mezcla racial y territorial del entorno que les tocó vivir.

El devenir cotidiano también queda marcado por el tipo de cultura en el que se nace. Por ejemplo, en las convivencias diarias de la gente de la cultura del éxito, en sus medios de comunicación y en las pláticas de pasillo no son raros los temas sobre el valor de las acciones en la bolsa, las tasas de interés, los planes de jubilación anticipada para abrir un negocio y el contenido de los libros de Michael Porter, profesor de Harvard que ilustra sobre estrategias empresariales.

En oriente, las historias de los kamikazes japoneses de la segunda guerra mundial y los guerreros samurái son contadas una y otra vez a las nuevas generaciones. Las ancestrales dinastías chinas, junto con sus monumentales obras de ingeniería, son el deleite de cuanto turista visita aquéllas remotas y extrañas tierras.

En nuestro país, en la contemporaneidad cotidiana, son lugar común las críticas acérrimas y destructivas que hacemos a los pequeños empresarios que triunfan, considerándolos unos corruptos y ladrones, que roban el dinero a sus pobres trabajadores; el descrédito sistemático, pero bien ganado, de la nefasta clase política que tenemos es la comidilla en todos los cafés de la esquina, allí donde los más holgazanes profesores universitarios gestan las más increíbles revoluciones proletarias; los comentarios ácidos sobre las más escandalosas bodas fifís, a las cuales no se ha sido invitado ni por error, son el pan nuestro de cada día; y la disposición inmediata para acudir al primer convivio al que seamos invitados, pero no bienvenidos, es la constante universal de cualquiera que siente el orgullo de ser mexicano.


Me comentaba un conocedor de los vericuetos existenciales del ser humano que en un libro que se titula “Un Mundo de Tres Culturas”, de Miguel Básañez, se establece que durante el transcurso de la historia han existido tres tipos de culturas predominantes: a) la llamada “cultura del honor”, donde las personas viven para respetar a Dios y a los autoridades; b) la “cultura del disfrute”, donde se vive para gozar la convivencia familiar y con los amigos, la fiesta, pues; y c) la “cultura del éxito”, que vive para ser eficientes y conquistar logros. Seguí explicando el expositor que en términos generales, las culturas orientales, como China, la India y Japón, por ejemplo, son más proclives a observar el primer tipo mencionado, es decir, la llamada cultura del honor. Que en los países latinoamericanos, y quizá considerando aquí también a España, Portugal e Italia, se tiene una tendencia hacia la cultura del disfrute, donde las relaciones familiares, de amigos y de comunidad son pilares fundamentales en la idea de felicidad individual. Y que los países anglosajones, Inglaterra, Estados Unidos, y otros, tienen una marcada inclinación hacia la cultura del éxito. Por supuesto, como en cualquier categorización general, no hay tipos puros, y existen pueblos donde se entremezclan algunas de estas clasificaciones, y se ponía el ejemplo de los paisanos (mexicanos, o descendientes de mexicanos que viven en Estados Unidos), donde hay una combinación interesante entre la cultura del disfrute y la del éxito, derivada, obviamente, de la mezcla racial y territorial del entorno que les tocó vivir.

El devenir cotidiano también queda marcado por el tipo de cultura en el que se nace. Por ejemplo, en las convivencias diarias de la gente de la cultura del éxito, en sus medios de comunicación y en las pláticas de pasillo no son raros los temas sobre el valor de las acciones en la bolsa, las tasas de interés, los planes de jubilación anticipada para abrir un negocio y el contenido de los libros de Michael Porter, profesor de Harvard que ilustra sobre estrategias empresariales.

En oriente, las historias de los kamikazes japoneses de la segunda guerra mundial y los guerreros samurái son contadas una y otra vez a las nuevas generaciones. Las ancestrales dinastías chinas, junto con sus monumentales obras de ingeniería, son el deleite de cuanto turista visita aquéllas remotas y extrañas tierras.

En nuestro país, en la contemporaneidad cotidiana, son lugar común las críticas acérrimas y destructivas que hacemos a los pequeños empresarios que triunfan, considerándolos unos corruptos y ladrones, que roban el dinero a sus pobres trabajadores; el descrédito sistemático, pero bien ganado, de la nefasta clase política que tenemos es la comidilla en todos los cafés de la esquina, allí donde los más holgazanes profesores universitarios gestan las más increíbles revoluciones proletarias; los comentarios ácidos sobre las más escandalosas bodas fifís, a las cuales no se ha sido invitado ni por error, son el pan nuestro de cada día; y la disposición inmediata para acudir al primer convivio al que seamos invitados, pero no bienvenidos, es la constante universal de cualquiera que siente el orgullo de ser mexicano.