/ lunes 12 de noviembre de 2018

De migraciones

Se nos reitera hasta la misma saciedad que las migraciones masivas de humanos son el estado natural de la misma historia, si es que podemos decir que ésta, la historia, pudiera tener naturaleza, conceptos estos del suyo antónimos en el vocabulario de las más rancias intelectualidades de occidente. Se nos dice, igualmente, que si no fuese por las olas migratorias, muchísimos países no tendrían el nivel de desarrollo que ahora tienen, y se nos pone como cabal ejemplo a los mismos Estados Unidos de Norteamérica, país próspero y pujante por sus migrantes, e icono internacional en materia de cimentación estructural con los venidos de otros lados. Y qué decir de la otrora inigualable Argentina, nación ejemplo de recepción de europeos, que escapó a su jodidez primigenia, esa heredada de sus conquistadores españoles, debido y gracias a llegada de arduos emprendedores italianos, alemanes y de otras razas de piel más blanca que la nativa y ojos más claros que los originarios, y que vinieron a traer no sólo la anhelada prosperidad económica, sino un halo de pedigrí en un país latinoamericano que se creía, hasta antes de la crisis de los descamisados, como un territorio europeo ubicado en las Américas. Y qué decir de aquí en casa cuando se nos restriega insistentemente que México no tendría el nivel cultural si no fuese por las intelectualidades españolas acogidas en el régimen del generalísimo Lázaro Cárdenas cuando éstas fueron expulsadas, voluntaria, o involuntariamente, por el régimen del también generalísimo Francisco Franco. Y párenle de contar.

Reflexiones que vienen a colación a propósito de esa caravana de centroamericanos, que ya no se sabe de qué país ni cuántos son, ni cuántos en camino, y que están cruzando a diestra y siniestra, por todo el territorio nacional con su propósito suicida de llegar a los Estados Unidos para incorporarse a un sueño que no es de ellos, ni fue concebido para ellos, ni está en el ánimo de los dueños de ese sueño el hacerles una cabida en esa nube de prosperidad a la que difícilmente tendrán acceso.

Pensamientos que vienen también a propósito de que gentes más avezadas y centradas en las problemáticas generales están previendo, acertadamente, de que el mayor inconveniente de esta oleada se va a quedar aquí en casa, pues cierto es que con grandísimos esfuerzos podrán pasar dos o tres de esos miembros de esas caravanas hacia el otro lado de la frontera, y entonces, ¿dónde carajos se van a quedar los restantes, qué van a hacer de sus vidas, a qué programa social de los nuevos gobiernos los vamos a aventar para que gratuitamente y a costa de los paganos de contribuciones de este país se les va a pretender dar en bandeja de plata trabajo, comida, alimentación y tantos y tantos otros elementos de esos sueños guajiros que ni en los más extremos onanismos mentales han sido concebidos por una novísima República que aún no comienza? En un país desgarrado por la inseguridad, la pobreza, la desigualdad, el crimen organizado y no organizado, y donde el encono social entre dos nuevas clases concebidas y construidas desde las nuevas cúpulas políticas comienza a hacer mella en la vida diaria, la adopción para la foto de estos migrantes se antoja un suicidio colectivo sin precedentes.

Cierto, ciertísimo, es que como humanos en desgracia existencial, esos migrantes de caminos hacia ningún lado merecen la empatía y el apoyo del prójimo, ideas estas que se quedan sólo en el ámbito teórico cuando comencemos a entender los mecanismos antropológicos que nos lleven a comprender que el ser pensante por naturaleza genética es racista, entendiendo por este concepto el rechazo inconsciente de todo aquél que no pertenece a la familia, al extraño, al de fuera, y al que llega sólo a hacer algún tipo de daño a la tribu de unas ciento veinte personas cuando nos dedicábamos, ahí sí, al ir de aquí para allá, habitar en cuevas y comer carne semicruda de mamut.

Es la historia y punto.


Se nos reitera hasta la misma saciedad que las migraciones masivas de humanos son el estado natural de la misma historia, si es que podemos decir que ésta, la historia, pudiera tener naturaleza, conceptos estos del suyo antónimos en el vocabulario de las más rancias intelectualidades de occidente. Se nos dice, igualmente, que si no fuese por las olas migratorias, muchísimos países no tendrían el nivel de desarrollo que ahora tienen, y se nos pone como cabal ejemplo a los mismos Estados Unidos de Norteamérica, país próspero y pujante por sus migrantes, e icono internacional en materia de cimentación estructural con los venidos de otros lados. Y qué decir de la otrora inigualable Argentina, nación ejemplo de recepción de europeos, que escapó a su jodidez primigenia, esa heredada de sus conquistadores españoles, debido y gracias a llegada de arduos emprendedores italianos, alemanes y de otras razas de piel más blanca que la nativa y ojos más claros que los originarios, y que vinieron a traer no sólo la anhelada prosperidad económica, sino un halo de pedigrí en un país latinoamericano que se creía, hasta antes de la crisis de los descamisados, como un territorio europeo ubicado en las Américas. Y qué decir de aquí en casa cuando se nos restriega insistentemente que México no tendría el nivel cultural si no fuese por las intelectualidades españolas acogidas en el régimen del generalísimo Lázaro Cárdenas cuando éstas fueron expulsadas, voluntaria, o involuntariamente, por el régimen del también generalísimo Francisco Franco. Y párenle de contar.

Reflexiones que vienen a colación a propósito de esa caravana de centroamericanos, que ya no se sabe de qué país ni cuántos son, ni cuántos en camino, y que están cruzando a diestra y siniestra, por todo el territorio nacional con su propósito suicida de llegar a los Estados Unidos para incorporarse a un sueño que no es de ellos, ni fue concebido para ellos, ni está en el ánimo de los dueños de ese sueño el hacerles una cabida en esa nube de prosperidad a la que difícilmente tendrán acceso.

Pensamientos que vienen también a propósito de que gentes más avezadas y centradas en las problemáticas generales están previendo, acertadamente, de que el mayor inconveniente de esta oleada se va a quedar aquí en casa, pues cierto es que con grandísimos esfuerzos podrán pasar dos o tres de esos miembros de esas caravanas hacia el otro lado de la frontera, y entonces, ¿dónde carajos se van a quedar los restantes, qué van a hacer de sus vidas, a qué programa social de los nuevos gobiernos los vamos a aventar para que gratuitamente y a costa de los paganos de contribuciones de este país se les va a pretender dar en bandeja de plata trabajo, comida, alimentación y tantos y tantos otros elementos de esos sueños guajiros que ni en los más extremos onanismos mentales han sido concebidos por una novísima República que aún no comienza? En un país desgarrado por la inseguridad, la pobreza, la desigualdad, el crimen organizado y no organizado, y donde el encono social entre dos nuevas clases concebidas y construidas desde las nuevas cúpulas políticas comienza a hacer mella en la vida diaria, la adopción para la foto de estos migrantes se antoja un suicidio colectivo sin precedentes.

Cierto, ciertísimo, es que como humanos en desgracia existencial, esos migrantes de caminos hacia ningún lado merecen la empatía y el apoyo del prójimo, ideas estas que se quedan sólo en el ámbito teórico cuando comencemos a entender los mecanismos antropológicos que nos lleven a comprender que el ser pensante por naturaleza genética es racista, entendiendo por este concepto el rechazo inconsciente de todo aquél que no pertenece a la familia, al extraño, al de fuera, y al que llega sólo a hacer algún tipo de daño a la tribu de unas ciento veinte personas cuando nos dedicábamos, ahí sí, al ir de aquí para allá, habitar en cuevas y comer carne semicruda de mamut.

Es la historia y punto.