/ miércoles 13 de marzo de 2019

De mujeres

He visto desde hace años con culpable pasividad la lucha por los derechos y la llamada igualdad y/o equidad de las mujeres a lo largo y ancho del país, y en todas las latitudes terráqueas. Hay batallas emprendidas sumo inteligentes como aquéllas que proponen una reforma profunda al sistema educativo y a los valores sociales reinantes para que se enseñe una concientización colectiva, y a temprana edad, sobre la importancia del respeto, la igualdad y tantos y tantos otros atributos morales respecto de los cuales muchos de nosotros fuimos huérfanos y víctimas inocentes de un sistema de clases genéticamente machista. Y las hay también, luchas del suyo infructuosas en esencia, como aquéllas que pugnan únicamente por las reformas legales, estableciendo y ordenando en las Constituciones, Leyes Federales, Leyes Locales, Reglamentos de todo tipo, Acuerdos gubernamentales y Oficios varios, una igualdad de papel, y ordenando en estos instrumentos legales a todos los súbditos destinatarios de tales normas obligatorias el que se respete y se le de el lugar que se merecen las féminas, esfuerzos, estimo, del suyo inútiles debido a que seguimos pensando que cambiando las leyes vamos a cambiar la realidad, mentira cierta aquí y en la República Popular China, al tal grado que debemos establecer que estas estrategias son propias de ignaros políticos que para justificar su existencia en esta realidad, y atentos a las demandas feministas, prometen y cumplen con solo la igualdad formal ante la norma jurídica, desestimando, repito, la ingrata objetividad circundante.

Otra maniobra desafortunada implementada por quienes se dicen luchadoras por la equidad de género es aquélla que lleva a las hembras a tomar las calles, con manifestaciones corporales de desnudez pintada que debían obviar en aras de la estética del cuerpo, agresiones y daño en propiedad ajena, quema de vehículos, grafiteado de fachadas de casas y monumentos históricos, de preferencia, para llamar la atención insana de los medios, rechiflas y mentadas de progenitora incluidas, pensando que la violencia se puede combatir con manifestaciones objetivas de esos mismos vicios que se pretenden erradicar.

El día que entendamos que la agresión en contra de las mujeres tiene su origen en una sociedad violenta en si misma, que es implacable también en contra de hombres, niños y ancianos por igual, estaremos en el camino correcto para erradicar las causas de esta desviación colectiva.

La creación del suyo artificiosa de las llamadas “leyes de género”, la invención baldía del denominado “lenguaje de género”, la creación de cuanta secretaría de Estado e Instituto de las Mujeres se nos ocurra, son sólo onanismos mentales que únicamente pueden atemperar los efectos de una enfermedad social que subyace como causa en la propia cultura y educación recibida a lo largo casi de toda la historia de la humanidad.

He visto desde hace años con culpable pasividad la lucha por los derechos y la llamada igualdad y/o equidad de las mujeres a lo largo y ancho del país, y en todas las latitudes terráqueas. Hay batallas emprendidas sumo inteligentes como aquéllas que proponen una reforma profunda al sistema educativo y a los valores sociales reinantes para que se enseñe una concientización colectiva, y a temprana edad, sobre la importancia del respeto, la igualdad y tantos y tantos otros atributos morales respecto de los cuales muchos de nosotros fuimos huérfanos y víctimas inocentes de un sistema de clases genéticamente machista. Y las hay también, luchas del suyo infructuosas en esencia, como aquéllas que pugnan únicamente por las reformas legales, estableciendo y ordenando en las Constituciones, Leyes Federales, Leyes Locales, Reglamentos de todo tipo, Acuerdos gubernamentales y Oficios varios, una igualdad de papel, y ordenando en estos instrumentos legales a todos los súbditos destinatarios de tales normas obligatorias el que se respete y se le de el lugar que se merecen las féminas, esfuerzos, estimo, del suyo inútiles debido a que seguimos pensando que cambiando las leyes vamos a cambiar la realidad, mentira cierta aquí y en la República Popular China, al tal grado que debemos establecer que estas estrategias son propias de ignaros políticos que para justificar su existencia en esta realidad, y atentos a las demandas feministas, prometen y cumplen con solo la igualdad formal ante la norma jurídica, desestimando, repito, la ingrata objetividad circundante.

Otra maniobra desafortunada implementada por quienes se dicen luchadoras por la equidad de género es aquélla que lleva a las hembras a tomar las calles, con manifestaciones corporales de desnudez pintada que debían obviar en aras de la estética del cuerpo, agresiones y daño en propiedad ajena, quema de vehículos, grafiteado de fachadas de casas y monumentos históricos, de preferencia, para llamar la atención insana de los medios, rechiflas y mentadas de progenitora incluidas, pensando que la violencia se puede combatir con manifestaciones objetivas de esos mismos vicios que se pretenden erradicar.

El día que entendamos que la agresión en contra de las mujeres tiene su origen en una sociedad violenta en si misma, que es implacable también en contra de hombres, niños y ancianos por igual, estaremos en el camino correcto para erradicar las causas de esta desviación colectiva.

La creación del suyo artificiosa de las llamadas “leyes de género”, la invención baldía del denominado “lenguaje de género”, la creación de cuanta secretaría de Estado e Instituto de las Mujeres se nos ocurra, son sólo onanismos mentales que únicamente pueden atemperar los efectos de una enfermedad social que subyace como causa en la propia cultura y educación recibida a lo largo casi de toda la historia de la humanidad.