Colaborar en la tarea de sentar las bases de democracias auténticas, desde una ciudadanía madura, a la vez local y cosmopolita, es área noble y productiva.
Carece, pues, de sentido afirmar que las Humanidades no influyen en el progreso humano. Por el contrario, son útiles, proporcionan beneficio económico, han sido y son fuente de innovación, porque ofrecen soluciones para problemas concretos, que se traducen en “transferencia del conocimiento” al tejido productivo; y sobre todo son fecundas, porque diseñan marcos de sentido que permiten a las sociedades comprenderse a sí mismas y orientar cambios hacia un auténtico progreso, propiciando el cultivo de cualidades sin las que es imposible alcanzar la altura humana a la que las sociedades democráticas se han comprometido.
Fomentarlas y articularlas estrechamente con las ciencias y las tecnologías, es una de las claves del buen desarrollo humano.