/ domingo 22 de septiembre de 2019

Después del temblor

Pasó el temblor. Sacudió a México. Colapsó edificios y casas. Muchos murieron cuando no era su tiempo, el terremoto se los llevó. Ahora entendemos que también somos los muertos que enterramos y las calles que recordamos porque ya no son lo que eran. El sismo lo cambió todo.

Llegó el temblor y nos hizo estrujar el alma. En Álvaro Obregón, Ciudad de México, colapsó un edificio con personas atrapadas. La impotencia se sintió en los poblados al sur de la Ciudad de México, en Morelos, en Puebla, tanta pobreza y marginación de las personas y, además, sufriendo por lo que perdieron: su hogar. Las personas no querían abandonar su casa porque, bien saben, no hay más, porque no tienen más, porque no hay a dónde ir.

Esa noche del temblor supimos de las niñas y niños enterrados en el colegio Rébsamen y de personas muertas, enterradas en escombros. La vida pronto cambió. Todo se hizo gris.

El sol se fue, dio paso a una luz más brillante: la esperanza. Ese día del temblor las personas ayudaban en cualquier sitio donde se necesitaba. El pueblo mexicano acudía al rescate. Jóvenes corriendo con material. Mujeres cargando piedras pesadas. Hombres con traje y corbata quitando escombros. Militares y personas de la sociedad civil gritando esa frase repleta de esperanza: “¿hay alguien ahí?” Nadie contestaba. Seguían trabajando, queriendo rescatar.

Se vio la solidaridad, la empatía, el reflejo de la otredad. Personas que llegaron con comida para esa larga y terrible noche, otras más traían cobijas y pan porque esto apenas comenzaba.

Pasó el temblor, hoy lo conmemoramos.

México y nosotros, como bien lo dice Heráclito con el río, ya no seremos los mismos, somos sobrevivientes de un terremoto que nos hizo repensarnos de entre los escombros. Vernos más a fondo. Nos unió en hermandad.

De las personas que fallecieron, paz para ellas donde se encuentren y a sus familias. Aquí, donde seguimos nosotros, tenemos la obligación, la convicción, de cambiar si queremos recordarlas. Debemos sin duda alguna ayudar a quienes perdieron su hogar.

Ese 19 de septiembre de 2017 tembló a las 13:14 horas. Vivimos la suerte del apoyo. México se está reconstruyendo, nosotros somos sus sobrevivientes.

Y sí, tembló y como dijera Lucía Zamora, una sobreviviente del sismo enterrada por más de 36 horas entre los escombros:

“Es que sí soy otra porque un edificio se desplomó sobre mí. Soy otra porque me atreví a derrumbarme y a reconstruirme: me atreví a vivir.”

Ayudar, esa es la palabra clave si pretendemos conmemorar esta fecha que nos sirvió para unirnos como pueblo mexicano.

Pasó el temblor. Sacudió a México. Colapsó edificios y casas. Muchos murieron cuando no era su tiempo, el terremoto se los llevó. Ahora entendemos que también somos los muertos que enterramos y las calles que recordamos porque ya no son lo que eran. El sismo lo cambió todo.

Llegó el temblor y nos hizo estrujar el alma. En Álvaro Obregón, Ciudad de México, colapsó un edificio con personas atrapadas. La impotencia se sintió en los poblados al sur de la Ciudad de México, en Morelos, en Puebla, tanta pobreza y marginación de las personas y, además, sufriendo por lo que perdieron: su hogar. Las personas no querían abandonar su casa porque, bien saben, no hay más, porque no tienen más, porque no hay a dónde ir.

Esa noche del temblor supimos de las niñas y niños enterrados en el colegio Rébsamen y de personas muertas, enterradas en escombros. La vida pronto cambió. Todo se hizo gris.

El sol se fue, dio paso a una luz más brillante: la esperanza. Ese día del temblor las personas ayudaban en cualquier sitio donde se necesitaba. El pueblo mexicano acudía al rescate. Jóvenes corriendo con material. Mujeres cargando piedras pesadas. Hombres con traje y corbata quitando escombros. Militares y personas de la sociedad civil gritando esa frase repleta de esperanza: “¿hay alguien ahí?” Nadie contestaba. Seguían trabajando, queriendo rescatar.

Se vio la solidaridad, la empatía, el reflejo de la otredad. Personas que llegaron con comida para esa larga y terrible noche, otras más traían cobijas y pan porque esto apenas comenzaba.

Pasó el temblor, hoy lo conmemoramos.

México y nosotros, como bien lo dice Heráclito con el río, ya no seremos los mismos, somos sobrevivientes de un terremoto que nos hizo repensarnos de entre los escombros. Vernos más a fondo. Nos unió en hermandad.

De las personas que fallecieron, paz para ellas donde se encuentren y a sus familias. Aquí, donde seguimos nosotros, tenemos la obligación, la convicción, de cambiar si queremos recordarlas. Debemos sin duda alguna ayudar a quienes perdieron su hogar.

Ese 19 de septiembre de 2017 tembló a las 13:14 horas. Vivimos la suerte del apoyo. México se está reconstruyendo, nosotros somos sus sobrevivientes.

Y sí, tembló y como dijera Lucía Zamora, una sobreviviente del sismo enterrada por más de 36 horas entre los escombros:

“Es que sí soy otra porque un edificio se desplomó sobre mí. Soy otra porque me atreví a derrumbarme y a reconstruirme: me atreví a vivir.”

Ayudar, esa es la palabra clave si pretendemos conmemorar esta fecha que nos sirvió para unirnos como pueblo mexicano.