/ lunes 15 de agosto de 2022

Diatriba sobre la violencia

En estos momentos es legítimo preguntarse: ¿Porqué los mexicanos nos comenzamos a matar entre nosotros? ¿Y, además, con tanta saña y espectacularidad, que inclusive, el Nobel peruano ha atinado a decir: “…en México, donde en la realidad, más que en los libros, el arte de matar ha llegado a extremos indescriptibles”?

Por supuesto, se pueden referir diversas teorías sobre el origen de una violencia inusual en cualquier sociedad. Y así acudimos a diversas explicaciones, por ejemplo, que establecen que la falta de educación, la desigualdad, la corrupción, la pobreza, la falta de un Estado de Derecho, y así, un sin número de etcéteras más que hacen muy complejo abordar, pero sobre todo, dar soluciones efectivas para disminuir el fenómeno delincuencial.

En nuestro país, la violencia ya ha llegado a proporciones fuera de toda racionalidad: las mejores estadísticas dicen que en un año, por decir algo, se cometen 25, o un poco más, homicidios por cada 100,000 habitantes, lo que equivale a decir que estamos 400% más que el promedio a nivel mundial, y nos ubica como uno de los países más peligrosos para vivir, estamos hablando del mundo entero y no es cualquier cosa decir eso. Por supuesto si consideramos también la comisión de otros ilícitos como el robo, el secuestro, la violación, la destrucción de propiedad ajena y algunos otros, pues entonces la realidad cotidiana se asemeja a un apocalipsis.

Con independencia de las terroríficas estadísticas que pudiéramos prolijamente relatar, uno de los aspectos que debe llamarnos más la atención es la normalización del terror que estamos viviendo. Recuerdo que hace apenas algunos pocos años, cuando esta pesadilla comenzó, nos extrañábamos sobremanera en las pláticas con los amigos y con la familia sobre el hecho de los homicidios que se cometían, de que tiraron un cuerpo a orillas de una carretera, luego de que asaltaban a plena luz del día, luego de qué dejaban cabezas humanas cercenadas en cualquier lado en cualquier lugar, hasta enfrente de las oficinas de algunas autoridades, y luego, ya hace apenas unos pocos días de plano los grupos criminales salieron a las calles a matar indiscriminadamente gente inocente, que no tiene nada que ver con lo que está sucediendo, en plenos actos que pueden calificarse sin lugar a dudas como terroristas. Entonces, pregunto ¿hasta dónde llegará esta espiral? Muy difícil saberlo.

Resulta una verdad de Perogrullo decir que la violencia sólo se da en sociedades violentas, conformada evidentemente por personas también violentas. Ello equivale a casi no decir nada, sin embargo es una verdad y es una premisa que nos debe preocupar, quizá por su simplicidad. Ejemplificamos: si una persona o un grupo de personas salieran en este momento con armas automáticas a disparar indiscriminadamente en alguna calle de algún país europeo, téngalo por seguro que en pocos minutos las policías saldrían a abatirlos sin miramientos en el cumplimiento del deber que tienen las autoridades de velar por la paz pública. En embargo, aquí tuvimos la experiencia contraria hace unos días donde los delincuentes se placeaban a lo largo ya lo ancho de la ciudades y del territorio nacional, como Pedro por su casa.

Hace poco veía un video que contenía el testimonio de una madre cuyo hijo había desaparecido, como cientos de miles más en el país, y que decía que ella iba a salir y a protestar, y a destruir lo que se encontrara a su paso, porque tenía mucho coraje, y que era la única forma en cómo ella se iba a sentir bien, y luego, reflexionando, ¿al dueño de aquél local comercial vandalizado y quemado le habrá importado el dolor legítimo, pero mal canalizado, de esta mujer?

Tenemos la idea equivocada de que la lucha contra la violencia es una tarea que corresponde exclusivamente a las autoridades policiales, judiciales y penitenciarias. Nada más alejado de la realidad, pues la erradicación de este mal no va a ocurrir hasta que cada uno de nosotros asumamos que esa batalla nos corresponde. A cada uno.

Lamentablemente, en este momento histórico, podemos afirmar, sin lugar a equivocarnos, que hay una simbiosis criminal, en donde ni las autoridades cumplen su función de resguardar la seguridad personal de los ciudadanos, ni éstos (nosotros) cumplimos con la parte que nos corresponde.

En estos momentos es legítimo preguntarse: ¿Porqué los mexicanos nos comenzamos a matar entre nosotros? ¿Y, además, con tanta saña y espectacularidad, que inclusive, el Nobel peruano ha atinado a decir: “…en México, donde en la realidad, más que en los libros, el arte de matar ha llegado a extremos indescriptibles”?

Por supuesto, se pueden referir diversas teorías sobre el origen de una violencia inusual en cualquier sociedad. Y así acudimos a diversas explicaciones, por ejemplo, que establecen que la falta de educación, la desigualdad, la corrupción, la pobreza, la falta de un Estado de Derecho, y así, un sin número de etcéteras más que hacen muy complejo abordar, pero sobre todo, dar soluciones efectivas para disminuir el fenómeno delincuencial.

En nuestro país, la violencia ya ha llegado a proporciones fuera de toda racionalidad: las mejores estadísticas dicen que en un año, por decir algo, se cometen 25, o un poco más, homicidios por cada 100,000 habitantes, lo que equivale a decir que estamos 400% más que el promedio a nivel mundial, y nos ubica como uno de los países más peligrosos para vivir, estamos hablando del mundo entero y no es cualquier cosa decir eso. Por supuesto si consideramos también la comisión de otros ilícitos como el robo, el secuestro, la violación, la destrucción de propiedad ajena y algunos otros, pues entonces la realidad cotidiana se asemeja a un apocalipsis.

Con independencia de las terroríficas estadísticas que pudiéramos prolijamente relatar, uno de los aspectos que debe llamarnos más la atención es la normalización del terror que estamos viviendo. Recuerdo que hace apenas algunos pocos años, cuando esta pesadilla comenzó, nos extrañábamos sobremanera en las pláticas con los amigos y con la familia sobre el hecho de los homicidios que se cometían, de que tiraron un cuerpo a orillas de una carretera, luego de que asaltaban a plena luz del día, luego de qué dejaban cabezas humanas cercenadas en cualquier lado en cualquier lugar, hasta enfrente de las oficinas de algunas autoridades, y luego, ya hace apenas unos pocos días de plano los grupos criminales salieron a las calles a matar indiscriminadamente gente inocente, que no tiene nada que ver con lo que está sucediendo, en plenos actos que pueden calificarse sin lugar a dudas como terroristas. Entonces, pregunto ¿hasta dónde llegará esta espiral? Muy difícil saberlo.

Resulta una verdad de Perogrullo decir que la violencia sólo se da en sociedades violentas, conformada evidentemente por personas también violentas. Ello equivale a casi no decir nada, sin embargo es una verdad y es una premisa que nos debe preocupar, quizá por su simplicidad. Ejemplificamos: si una persona o un grupo de personas salieran en este momento con armas automáticas a disparar indiscriminadamente en alguna calle de algún país europeo, téngalo por seguro que en pocos minutos las policías saldrían a abatirlos sin miramientos en el cumplimiento del deber que tienen las autoridades de velar por la paz pública. En embargo, aquí tuvimos la experiencia contraria hace unos días donde los delincuentes se placeaban a lo largo ya lo ancho de la ciudades y del territorio nacional, como Pedro por su casa.

Hace poco veía un video que contenía el testimonio de una madre cuyo hijo había desaparecido, como cientos de miles más en el país, y que decía que ella iba a salir y a protestar, y a destruir lo que se encontrara a su paso, porque tenía mucho coraje, y que era la única forma en cómo ella se iba a sentir bien, y luego, reflexionando, ¿al dueño de aquél local comercial vandalizado y quemado le habrá importado el dolor legítimo, pero mal canalizado, de esta mujer?

Tenemos la idea equivocada de que la lucha contra la violencia es una tarea que corresponde exclusivamente a las autoridades policiales, judiciales y penitenciarias. Nada más alejado de la realidad, pues la erradicación de este mal no va a ocurrir hasta que cada uno de nosotros asumamos que esa batalla nos corresponde. A cada uno.

Lamentablemente, en este momento histórico, podemos afirmar, sin lugar a equivocarnos, que hay una simbiosis criminal, en donde ni las autoridades cumplen su función de resguardar la seguridad personal de los ciudadanos, ni éstos (nosotros) cumplimos con la parte que nos corresponde.