/ domingo 24 de abril de 2022

Doña Rosario

Dice Borges que el destino es inescrutable. A doña Rosario Ibarra le desaparecieron a su hijo. Fue un momento de dolor tan profundo que a partir de ese trágico suceso comenzó una lucha por la presentación con vida de las y los desaparecidos. Fue ella la que liberó a muchos presos políticos; inclusive, cuando la Operación Cóndor atravesaba toda Latinoamérica, desapareciendo a personas, ella alzó la voz en contra de un Estado represor, violento y abusivo ante la disidencia. “Pensaron los gobiernos que con la desaparición forzada iban a intimidar al pueblo. Y les resultó al revés”.

En su devenir encontró a muchas madres que también buscaban a sus hijas e hijos desaparecidos. Mucho dolor porque, como ella bien lo dijo, “solo hacemos lo que cualquier madre haría por sus hijos, por el amor profundo que les profesamos”. Así continuó. Días oscuros, pero ella era luz. Una mujer que dio la batalla más encomiable porque el gobierno no debería valerse de un crimen de lesa humanidad, como resulta ser la desaparición forzada de personas, para callar a un pueblo que, cansado y harto, alza la voz. Hitler lo instrumentó en aquel Decreto Nacht und Nebel, y muchos gobiernos lo replicaron al paso del tiempo. No más.

Me gusta pensar que ella sigue la lucha porque la violencia, los feminicidios y la desaparición forzada continúan lacerando a la sociedad. Siete mujeres desaparecen al día en nuestro país ante el velo de la cultura machista, plagada de opacidad, impunidad y corrupción de las autoridades. En muchas ocasiones, cuando se hallan sus cuerpos, sufrieron los estragos de violaciones, torturas y vejaciones; la excusa, siempre, la revictimización y el estigma por su condición de género. El país se ha convertido en el lugar más inseguro para nosotras. Sociedades patriarcales y violentas permiten, y en muchas ocasiones normalizan, este tipo de conductas.

A nosotras nos corresponde continuar con el legado de doña Rosario. Nos toca defender a las madres y padres que buscan, con pico y pala, a sus hijas e hijos desaparecidos. Nos compete exigir a las autoridades, a las fiscalías, a los ministerios públicos, a las policías, que investiguen de manera inmediata y agoten todos los medios para encontrar con vida a tantas mujeres desaparecidas. Nos toca alzar la voz cuando a una madre o padre no la oiga el gobierno. Me corresponde continuar repensando la legislación para que ninguna niña o mujer sea violentada de nueva cuenta y se cuente también con el derecho a la verdad. Debemos fomentar una justicia con perspectiva de género, interseccional, inclusiva, que ayude a solucionar esta gran tragedia que vivimos. Nos toca creernos, a nosotras, como mujeres. Es dolor. Un dolor profundo.

No permitamos que gane la violencia. Somos más las que anhelamos paz y justicia. Como doña Rosario nos enseñó, a seguir la lucha.

Dice Borges que el destino es inescrutable. A doña Rosario Ibarra le desaparecieron a su hijo. Fue un momento de dolor tan profundo que a partir de ese trágico suceso comenzó una lucha por la presentación con vida de las y los desaparecidos. Fue ella la que liberó a muchos presos políticos; inclusive, cuando la Operación Cóndor atravesaba toda Latinoamérica, desapareciendo a personas, ella alzó la voz en contra de un Estado represor, violento y abusivo ante la disidencia. “Pensaron los gobiernos que con la desaparición forzada iban a intimidar al pueblo. Y les resultó al revés”.

En su devenir encontró a muchas madres que también buscaban a sus hijas e hijos desaparecidos. Mucho dolor porque, como ella bien lo dijo, “solo hacemos lo que cualquier madre haría por sus hijos, por el amor profundo que les profesamos”. Así continuó. Días oscuros, pero ella era luz. Una mujer que dio la batalla más encomiable porque el gobierno no debería valerse de un crimen de lesa humanidad, como resulta ser la desaparición forzada de personas, para callar a un pueblo que, cansado y harto, alza la voz. Hitler lo instrumentó en aquel Decreto Nacht und Nebel, y muchos gobiernos lo replicaron al paso del tiempo. No más.

Me gusta pensar que ella sigue la lucha porque la violencia, los feminicidios y la desaparición forzada continúan lacerando a la sociedad. Siete mujeres desaparecen al día en nuestro país ante el velo de la cultura machista, plagada de opacidad, impunidad y corrupción de las autoridades. En muchas ocasiones, cuando se hallan sus cuerpos, sufrieron los estragos de violaciones, torturas y vejaciones; la excusa, siempre, la revictimización y el estigma por su condición de género. El país se ha convertido en el lugar más inseguro para nosotras. Sociedades patriarcales y violentas permiten, y en muchas ocasiones normalizan, este tipo de conductas.

A nosotras nos corresponde continuar con el legado de doña Rosario. Nos toca defender a las madres y padres que buscan, con pico y pala, a sus hijas e hijos desaparecidos. Nos compete exigir a las autoridades, a las fiscalías, a los ministerios públicos, a las policías, que investiguen de manera inmediata y agoten todos los medios para encontrar con vida a tantas mujeres desaparecidas. Nos toca alzar la voz cuando a una madre o padre no la oiga el gobierno. Me corresponde continuar repensando la legislación para que ninguna niña o mujer sea violentada de nueva cuenta y se cuente también con el derecho a la verdad. Debemos fomentar una justicia con perspectiva de género, interseccional, inclusiva, que ayude a solucionar esta gran tragedia que vivimos. Nos toca creernos, a nosotras, como mujeres. Es dolor. Un dolor profundo.

No permitamos que gane la violencia. Somos más las que anhelamos paz y justicia. Como doña Rosario nos enseñó, a seguir la lucha.