/ lunes 16 de agosto de 2021

El argüende de los 500 años

En nuestro México, desde las escépticas infancias, se enseña a los escolares en los niveles de primaria y secundaria, principalmente, y en términos generales, y sin hacer algunas excepciones pertinentes, dada la vastedad del tema y lo escabroso que siempre ha sido esa parte de la historia, que: los españoles conquistaron nuestro país, que el malvado artífice de tan desdichado acontecimiento se llamaba Hernán Cortés, quien, con cerca de ochocientos hombres de la península logró esa hazaña bélica, que quién le ayudó en esta encomienda fue una traidora llamada Malinche (Malintzin), que gran parte de la derrota que sufrieron los aztecas se debió a que los extremeños traicionaron la confianza del entonces emperador Moctezuma, quien, ingenuo, acogió a las huestes conquistadoras en el corazón de sus propios dominios, que una fecha de regocijo nacional lo fue el momento en que los invasores sufrieron una eventual derrota al abandonar Tenochtitlán, una victoriosa noche, cuando debajo de un ahuehuete lloró desconsoladamente el conquistador, y que, a partir de este momento, todas las calamidades nacionales, todas las desventuras venidas y por venir, la mala suerte, la pobreza, la desdicha, las tragedias, las desgracias, las calamidades, las desventuras, la caída de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México, y en fin, el estado actual de las cosas en nuestro país se lo debemos, en el origen mismo de las cosas, a los depravados y execrables demonios venidos de Extremadura (que no de España, porque en aquéllos ayeres no existía esa nación).

Con posterioridad también hemos racionalizado nuestras incompetencias, traumas y complejos echándole la culpa de todos nuestros pesares terrenales a los vecinos del norte. Y para ello también nos hemos inventado interpretaciones maniqueas de la historia al gusto de los gobernantes en turno y de una clase política en franca decadencia desde hace décadas y que sigue trayendo grabada en su memoria, como piedra prehistórica tallada, esas lecciones aprendidas desde la tierna niñez, donde los españoles y norteamericanos son hijos del averno, los ricos, y también los clasemedieros, son sus descendientes directos y los únicos buenos son los pobres que siempre tendrán el reino de los cielos abierto y a su entera disposición. Es decir, somos un pueblo de pobres y desposeídos porque desde la caída de Tenochtitlan hemos sido conquistados, subyugados, incautados, usurpados por poderosos y extranjeros.

Con estas ideas en la cabeza, es claro que siempre vamos a tener una problemática generalizada para encontrar soluciones racionales y maduras a todas las dificultades con las que cualquier pueblo se va a tropezar en el devenir de los tiempos.

Ahora llama poderosamente la atención una nueva estrategia enjaretada con el objeto de mitigar ese sufrimiento e infortunio que como pecado original nos persigue: modificar la historia y cambiarle el nombre a las cosas, a ciertos símbolos históricos que nos han perseguido como íncubos y súcubos infernales. Nos enteramos que ya el árbol de la Noche Triste no es tal, sino que ahora el mismo será acogido y llevará en su nombre uno situado en la Calzada de la Noche Victoriosa; que el tramo de Puente de Alvarado a San Cosme, será renombrado como Calzada México – Tenochtitlan, y que hay la idea que hasta la Ciudad de México se renombre y se llame La Gran Tenochtitlan, y seguramente, los Estados Unidos Mexicanos cambiarán al apelativo de Glorioso e Invencible Imperio Azteca, o algo así.

Colofón: En uno de los eventos, a propósito de la conmemoración de estos 500 años de esclavitud del pueblo mexica, al momento de leer los apellidos (de origen evidentemente europeo) de los invitados de honor se escucha con voz clara y limpia: Sheinbaum, Ebrard, Bruera, Murra, Veloz, Sánchez Cordero, Bartlett, Clouthier, Scherer, Vilchis, Polevnsky, Batres, Lajous, Fajart, De la O, Meyer, Buylla, etcétera.

¿Los aludidos cambiarán sus apelativos por algo así como Alotl, Cihuacoatl, Metztli, Quetzalli, Tonalli, Tonatiuh, Citlali, Xóchitl, Tlacaelel, o ya de perdis Yalitzia, ahora que está de moda, digo, para estar en consonancia con este nuevo orden nacional? Lo dudo mucho.


En nuestro México, desde las escépticas infancias, se enseña a los escolares en los niveles de primaria y secundaria, principalmente, y en términos generales, y sin hacer algunas excepciones pertinentes, dada la vastedad del tema y lo escabroso que siempre ha sido esa parte de la historia, que: los españoles conquistaron nuestro país, que el malvado artífice de tan desdichado acontecimiento se llamaba Hernán Cortés, quien, con cerca de ochocientos hombres de la península logró esa hazaña bélica, que quién le ayudó en esta encomienda fue una traidora llamada Malinche (Malintzin), que gran parte de la derrota que sufrieron los aztecas se debió a que los extremeños traicionaron la confianza del entonces emperador Moctezuma, quien, ingenuo, acogió a las huestes conquistadoras en el corazón de sus propios dominios, que una fecha de regocijo nacional lo fue el momento en que los invasores sufrieron una eventual derrota al abandonar Tenochtitlán, una victoriosa noche, cuando debajo de un ahuehuete lloró desconsoladamente el conquistador, y que, a partir de este momento, todas las calamidades nacionales, todas las desventuras venidas y por venir, la mala suerte, la pobreza, la desdicha, las tragedias, las desgracias, las calamidades, las desventuras, la caída de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México, y en fin, el estado actual de las cosas en nuestro país se lo debemos, en el origen mismo de las cosas, a los depravados y execrables demonios venidos de Extremadura (que no de España, porque en aquéllos ayeres no existía esa nación).

Con posterioridad también hemos racionalizado nuestras incompetencias, traumas y complejos echándole la culpa de todos nuestros pesares terrenales a los vecinos del norte. Y para ello también nos hemos inventado interpretaciones maniqueas de la historia al gusto de los gobernantes en turno y de una clase política en franca decadencia desde hace décadas y que sigue trayendo grabada en su memoria, como piedra prehistórica tallada, esas lecciones aprendidas desde la tierna niñez, donde los españoles y norteamericanos son hijos del averno, los ricos, y también los clasemedieros, son sus descendientes directos y los únicos buenos son los pobres que siempre tendrán el reino de los cielos abierto y a su entera disposición. Es decir, somos un pueblo de pobres y desposeídos porque desde la caída de Tenochtitlan hemos sido conquistados, subyugados, incautados, usurpados por poderosos y extranjeros.

Con estas ideas en la cabeza, es claro que siempre vamos a tener una problemática generalizada para encontrar soluciones racionales y maduras a todas las dificultades con las que cualquier pueblo se va a tropezar en el devenir de los tiempos.

Ahora llama poderosamente la atención una nueva estrategia enjaretada con el objeto de mitigar ese sufrimiento e infortunio que como pecado original nos persigue: modificar la historia y cambiarle el nombre a las cosas, a ciertos símbolos históricos que nos han perseguido como íncubos y súcubos infernales. Nos enteramos que ya el árbol de la Noche Triste no es tal, sino que ahora el mismo será acogido y llevará en su nombre uno situado en la Calzada de la Noche Victoriosa; que el tramo de Puente de Alvarado a San Cosme, será renombrado como Calzada México – Tenochtitlan, y que hay la idea que hasta la Ciudad de México se renombre y se llame La Gran Tenochtitlan, y seguramente, los Estados Unidos Mexicanos cambiarán al apelativo de Glorioso e Invencible Imperio Azteca, o algo así.

Colofón: En uno de los eventos, a propósito de la conmemoración de estos 500 años de esclavitud del pueblo mexica, al momento de leer los apellidos (de origen evidentemente europeo) de los invitados de honor se escucha con voz clara y limpia: Sheinbaum, Ebrard, Bruera, Murra, Veloz, Sánchez Cordero, Bartlett, Clouthier, Scherer, Vilchis, Polevnsky, Batres, Lajous, Fajart, De la O, Meyer, Buylla, etcétera.

¿Los aludidos cambiarán sus apelativos por algo así como Alotl, Cihuacoatl, Metztli, Quetzalli, Tonalli, Tonatiuh, Citlali, Xóchitl, Tlacaelel, o ya de perdis Yalitzia, ahora que está de moda, digo, para estar en consonancia con este nuevo orden nacional? Lo dudo mucho.