/ lunes 23 de agosto de 2021

El regreso a clases

Nuestro país tiene meses, quizá un par de años, que ya anda de cabeza por la falta de resolución en tiempo y forma de los temas de importancia y trascendencia para todas las humanidades nacionales: que si metemos o no metemos a la cárcel a los ex Presidentes, incluyendo en esta temática a un ex candidato a este mismo puesto que ahora ya se va al extranjero y alega ser heredero de Benito Juárez y Francisco I. Madero, etcétera; que si revocamos o no el mandato al actual titular del Ejecutivo Federal; que si los culpables del colapso de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México fueron los que dirigieron y tomaron las decisiones fundamentales y trascendentes en su diseño, ejecución y construcción o bien, el obrero que no apretó bien un tornillo en una ballena que soportaba el peso de los convoyes; y ahora, para acabarla de amolar se nos ha planteado la pregunta, sin Consulta Popular de por medio, por cierto, de si debemos o no debemos regresar a las clases presenciales en todo el territorio nacional, cuestionamiento de una trascendencia e importancia infinitas para el destino y futuro de esta patria, pues ya iremos para dos años seguramente perdidos en la instrucción adecuada de nuestra niñez y juventudes, tiempo y valía echados a los basureros inmundos de la haraganería colectiva que ya jamás se podrán recuperar, aunque se quiera.

Con relación a la interrogante específica que se plantea, y utilizando el Diálogo Socrático ampliamente reseñado ya en otros momentos, en estos mismos espacios, nos permitiremos primero aclarar que si se nos pregunta si debemos o no regresar a clases presenciales, es una cuestión relativamente sencilla de contestar, pues utilizando la razón y la buena voluntad daremos un si definitivo y categórico a ese anhelado retorno, con algunas condiciones, es decir, que el estado de cosas lo permita, considerando circunstancias adecuadas de seguridad, higiene, etcétera.

Sin embargo, el meollo del problema no radica en plantearse un cuestionamiento de esa naturaleza, es decir, a nivel de idealidad normativa como lo es el “deber” de regresar a clases presenciales, sino que, el dilema ahora se centra en saber si se va a poder regresar a la escuela de una manera segura, adecuada y ordenada, desde el punto de la salud pública, y si los actores (padres de familia, directivos escolares, maestros, sindicatos de maestros, etcétera) van a querer y permitir esa reintegración.

Al respecto, para tratar de contestar y tener mejores elementos para la respuesta a esta última incógnita planteada, es decir, si se va a poder regresar al salón de manera ordenada, adecuada y segura, desde el punto de vista de la salud pública, o si simplemente se va a poder, tendríamos que contestar primero a lo siguiente:

¿Los trabajadores de la educación, maestros, directivos, líderes sindicales, etcétera, regresarán a clases y al trabajo con la sonrisa en la boca, contentos, alegres, motivados por el amor a la patria, después de tener más de un año cobrando puntualmente sus emolumentos y prestaciones laborales desde la comodidad de su casa o del centro vacacional donde se encuentran? ¿Existe un diagnóstico nacional sobre las condiciones de la infraestructura educativa después de más de un año de total abandono y el deterioro que ha causado el tiempo, el descuido y también los actos de vandalismo? ¿Hay un plan nacional, estatal o local para ese regreso a clases presenciales donde se prevea y tomen acciones puntuales y eficaces en relación con la higiene, la seguridad y la salud de los profesores y estudiantes? ¿Hubo un presupuesto adicional suficiente y generoso al sector educativo que inyectara chorros de dinero y contemple los gastos imprevistos que seguramente se habrán de erogar con este regreso a las aulas?

Preguntas sólo para sopesar el tamaño del dilema planteado.

Nuestro país tiene meses, quizá un par de años, que ya anda de cabeza por la falta de resolución en tiempo y forma de los temas de importancia y trascendencia para todas las humanidades nacionales: que si metemos o no metemos a la cárcel a los ex Presidentes, incluyendo en esta temática a un ex candidato a este mismo puesto que ahora ya se va al extranjero y alega ser heredero de Benito Juárez y Francisco I. Madero, etcétera; que si revocamos o no el mandato al actual titular del Ejecutivo Federal; que si los culpables del colapso de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México fueron los que dirigieron y tomaron las decisiones fundamentales y trascendentes en su diseño, ejecución y construcción o bien, el obrero que no apretó bien un tornillo en una ballena que soportaba el peso de los convoyes; y ahora, para acabarla de amolar se nos ha planteado la pregunta, sin Consulta Popular de por medio, por cierto, de si debemos o no debemos regresar a las clases presenciales en todo el territorio nacional, cuestionamiento de una trascendencia e importancia infinitas para el destino y futuro de esta patria, pues ya iremos para dos años seguramente perdidos en la instrucción adecuada de nuestra niñez y juventudes, tiempo y valía echados a los basureros inmundos de la haraganería colectiva que ya jamás se podrán recuperar, aunque se quiera.

Con relación a la interrogante específica que se plantea, y utilizando el Diálogo Socrático ampliamente reseñado ya en otros momentos, en estos mismos espacios, nos permitiremos primero aclarar que si se nos pregunta si debemos o no regresar a clases presenciales, es una cuestión relativamente sencilla de contestar, pues utilizando la razón y la buena voluntad daremos un si definitivo y categórico a ese anhelado retorno, con algunas condiciones, es decir, que el estado de cosas lo permita, considerando circunstancias adecuadas de seguridad, higiene, etcétera.

Sin embargo, el meollo del problema no radica en plantearse un cuestionamiento de esa naturaleza, es decir, a nivel de idealidad normativa como lo es el “deber” de regresar a clases presenciales, sino que, el dilema ahora se centra en saber si se va a poder regresar a la escuela de una manera segura, adecuada y ordenada, desde el punto de la salud pública, y si los actores (padres de familia, directivos escolares, maestros, sindicatos de maestros, etcétera) van a querer y permitir esa reintegración.

Al respecto, para tratar de contestar y tener mejores elementos para la respuesta a esta última incógnita planteada, es decir, si se va a poder regresar al salón de manera ordenada, adecuada y segura, desde el punto de vista de la salud pública, o si simplemente se va a poder, tendríamos que contestar primero a lo siguiente:

¿Los trabajadores de la educación, maestros, directivos, líderes sindicales, etcétera, regresarán a clases y al trabajo con la sonrisa en la boca, contentos, alegres, motivados por el amor a la patria, después de tener más de un año cobrando puntualmente sus emolumentos y prestaciones laborales desde la comodidad de su casa o del centro vacacional donde se encuentran? ¿Existe un diagnóstico nacional sobre las condiciones de la infraestructura educativa después de más de un año de total abandono y el deterioro que ha causado el tiempo, el descuido y también los actos de vandalismo? ¿Hay un plan nacional, estatal o local para ese regreso a clases presenciales donde se prevea y tomen acciones puntuales y eficaces en relación con la higiene, la seguridad y la salud de los profesores y estudiantes? ¿Hubo un presupuesto adicional suficiente y generoso al sector educativo que inyectara chorros de dinero y contemple los gastos imprevistos que seguramente se habrán de erogar con este regreso a las aulas?

Preguntas sólo para sopesar el tamaño del dilema planteado.