/ miércoles 3 de marzo de 2021

El valor del “no”

Nos hemos acostumbrado a tener las cosas casi al momento. Podemos hacer un pedido por Internet al otro lado del mundo y estará en la puerta de nuestra casa en pocos días. Con un clic accedemos a un mundo virtual en el que las reglas y los límites se difuminan. Queremos que todo se haga pronto y a veces sin esfuerzo. La paciencia hoy día escasea. El problema es que muchos ámbitos de la vida no funcionan así.

Un reto que tenemos en la educación de los jóvenes, aunque no solo les sucede a ellos, es enseñarles que a menudo no se obtienen resultados rápidos y a la primera; que abstenernos de ciertas cosas o caprichos puede ser positivo y que no todo lo que queremos o podemos hacer nos conviene. Antes la educación era muy rígida, había poco espacio para el diálogo. Hoy nos hemos ido al otro extremo. Algunos padres de familia no quieren privar a sus hijos de nada, cayendo en el error de hacerles creer que el “resto del mundo” está a su servicio.

Pensemos en los atletas. Para lograr sus metas tienen que hacer sacrificios, pero lejos de ser malo, es el camino para triunfar. Nadie puede ganar una competencia sin esfuerzo. No hay que tener miedo a educar en el hecho de que no todo es bueno, aunque sea posible, y que hay límites que nos ayudan a no “perder el piso” y a cosechar éxitos en la vida en cualquier campo. Hay que enseñar también el valor del fracaso, que es siempre una oportunidad de aprender a levantarse para reemprender el camino cuantas veces sea necesario.

El tiempo de Cuaresma que estamos viviendo es una invitación a descubrir aquello que nos aleja de Dios y de los demás, para poner el corazón en las cosas que son importantes. Es un tiempo ideal para descubrir los senderos que debemos evitar o desandar porque al final no llevan a ningún lado. Hay que saber distinguir lo que enriquece de lo que empobrece, sobre todo en un sentido espiritual.

Lo prohibido a menudo tiene un “saborcillo” que nos atrae, por eso ser capaces de rechazar lo que nos daña o no nos hace mejores, es un reto que debemos afrontar siempre. Saber decir no es un valor que quizá hoy en parte hemos perdido. No vamos a traumar a nadie por hacerle ver, con cariño, que a veces un “no” es la mejor respuesta a sus peticiones. Si no les enseñamos esto a los jóvenes, tarde o temprano la vida, a veces con crueldad, les hará entender que no todo es bueno, aunque sea posible. ¡Gracias!

Nos hemos acostumbrado a tener las cosas casi al momento. Podemos hacer un pedido por Internet al otro lado del mundo y estará en la puerta de nuestra casa en pocos días. Con un clic accedemos a un mundo virtual en el que las reglas y los límites se difuminan. Queremos que todo se haga pronto y a veces sin esfuerzo. La paciencia hoy día escasea. El problema es que muchos ámbitos de la vida no funcionan así.

Un reto que tenemos en la educación de los jóvenes, aunque no solo les sucede a ellos, es enseñarles que a menudo no se obtienen resultados rápidos y a la primera; que abstenernos de ciertas cosas o caprichos puede ser positivo y que no todo lo que queremos o podemos hacer nos conviene. Antes la educación era muy rígida, había poco espacio para el diálogo. Hoy nos hemos ido al otro extremo. Algunos padres de familia no quieren privar a sus hijos de nada, cayendo en el error de hacerles creer que el “resto del mundo” está a su servicio.

Pensemos en los atletas. Para lograr sus metas tienen que hacer sacrificios, pero lejos de ser malo, es el camino para triunfar. Nadie puede ganar una competencia sin esfuerzo. No hay que tener miedo a educar en el hecho de que no todo es bueno, aunque sea posible, y que hay límites que nos ayudan a no “perder el piso” y a cosechar éxitos en la vida en cualquier campo. Hay que enseñar también el valor del fracaso, que es siempre una oportunidad de aprender a levantarse para reemprender el camino cuantas veces sea necesario.

El tiempo de Cuaresma que estamos viviendo es una invitación a descubrir aquello que nos aleja de Dios y de los demás, para poner el corazón en las cosas que son importantes. Es un tiempo ideal para descubrir los senderos que debemos evitar o desandar porque al final no llevan a ningún lado. Hay que saber distinguir lo que enriquece de lo que empobrece, sobre todo en un sentido espiritual.

Lo prohibido a menudo tiene un “saborcillo” que nos atrae, por eso ser capaces de rechazar lo que nos daña o no nos hace mejores, es un reto que debemos afrontar siempre. Saber decir no es un valor que quizá hoy en parte hemos perdido. No vamos a traumar a nadie por hacerle ver, con cariño, que a veces un “no” es la mejor respuesta a sus peticiones. Si no les enseñamos esto a los jóvenes, tarde o temprano la vida, a veces con crueldad, les hará entender que no todo es bueno, aunque sea posible. ¡Gracias!