/ miércoles 27 de mayo de 2020

Endeudarse

Mucha tinta ha corrido, bastante se ha discutido y copiosos han sido los análisis y las desgarraduras de vestiduras a cerca de la conveniencia o no de endeudar al país con la finalidad de hacer frente a esta catástrofe anunciada en materia económica y financiera que ya se cierne sobre todos nosotros.

Los que están a favor del apalancamiento financiero mencionado arguyen, en términos generales, que esos recursos monetarios servirían para apoyar a las familias que se han quedado sin trabajo vía subsidios directos para que sobrevivan algunos meses a estos innombrables tiempos. De igual forma, esos dineros se utilizarían para apoyar a las empresas para evitar, en la medida de lo posible, que despidan a trabajadores o bien, que despidan al menor número posible.

Los que están en contra de esta opción argumentan que lo anterior no es necesario, pues ya se cuenta con los programas pertinentes para apoyar a las familias o personas que se van a ir a la calle con motivo de esta pandemia, y que el subsidiar a las empresas, como en el pasado, sólo provoca más corrupción, y que si van a quebrar (los negocios), pues que de una vez lo hagan, pues se trata de un asunto privado que concierne sólo a los interesados o dueños de los mismas.

Sin pretender, por supuesto, simplificar indebidamente la polémica aquí abordada, y que ahora es sumo trascendente para el país, varios analistas, con la finalidad de explicar a las generalidades andantes algunos complejísimos mecanismos de finanzas públicas, recurren a una comparación entre las economías nacionales y las domésticas, es decir, tratan de situar la problemática en comento a nivel personal o familiar con la finalidad de obtener más y mejores entendimientos para los neófitos en las materias abordadas.

De esta suerte tendríamos que, para ejemplificar: una familia compuesta por cuatro miembros, los padres y dos hijos adolescentes o menores de edad estudiando. El padre, obrero de alguna fábrica, y la madre con un pequeño comercio y dos empleados que la ayudan. Vienen los tiempos actuales, de reclusión y demonios pandémicos. Despiden del trabajo al ascendiente, disminuyen las ventas hasta en un 80 o 90 % del negocio que maneja la progenitora. Y, haciendo cáculos rápidos, el dinero presente y el ahorrado alcanzaría sólo para comer dos semanas, pagar la renta un mes, cubrir los salarios de los empleados hasta la próxima quincena y abonar a los servicios públicos otro mes. De las colegiaturas y gastos escolares, ni hablar. Entonces ¿endeudarse o no?

Exacto. Ni siquiera vale la pena entrar en discutir sobre lo que hay que hacer, pues si esa familia no obtiene algún préstamo de inmediato, que sea suficiente para enfrentar unos seis meses los gastos escenciales mencionados (incluyendo, por supuesto, el pago para los salarios respectivos de sus trabajadores), inclusive la subsistencia doméstica para cubrir las necesidades básicas estaría en entredicho.

Esto mismo que pasa en el microcosmos del hogar, es necesario aplicarlo a nivel país y a nivel global. Pero a veces nos perdemos en ideas incubadas en los peores andurriales prehistóricos que no entienden de lo que es el sentido común.

Mucha tinta ha corrido, bastante se ha discutido y copiosos han sido los análisis y las desgarraduras de vestiduras a cerca de la conveniencia o no de endeudar al país con la finalidad de hacer frente a esta catástrofe anunciada en materia económica y financiera que ya se cierne sobre todos nosotros.

Los que están a favor del apalancamiento financiero mencionado arguyen, en términos generales, que esos recursos monetarios servirían para apoyar a las familias que se han quedado sin trabajo vía subsidios directos para que sobrevivan algunos meses a estos innombrables tiempos. De igual forma, esos dineros se utilizarían para apoyar a las empresas para evitar, en la medida de lo posible, que despidan a trabajadores o bien, que despidan al menor número posible.

Los que están en contra de esta opción argumentan que lo anterior no es necesario, pues ya se cuenta con los programas pertinentes para apoyar a las familias o personas que se van a ir a la calle con motivo de esta pandemia, y que el subsidiar a las empresas, como en el pasado, sólo provoca más corrupción, y que si van a quebrar (los negocios), pues que de una vez lo hagan, pues se trata de un asunto privado que concierne sólo a los interesados o dueños de los mismas.

Sin pretender, por supuesto, simplificar indebidamente la polémica aquí abordada, y que ahora es sumo trascendente para el país, varios analistas, con la finalidad de explicar a las generalidades andantes algunos complejísimos mecanismos de finanzas públicas, recurren a una comparación entre las economías nacionales y las domésticas, es decir, tratan de situar la problemática en comento a nivel personal o familiar con la finalidad de obtener más y mejores entendimientos para los neófitos en las materias abordadas.

De esta suerte tendríamos que, para ejemplificar: una familia compuesta por cuatro miembros, los padres y dos hijos adolescentes o menores de edad estudiando. El padre, obrero de alguna fábrica, y la madre con un pequeño comercio y dos empleados que la ayudan. Vienen los tiempos actuales, de reclusión y demonios pandémicos. Despiden del trabajo al ascendiente, disminuyen las ventas hasta en un 80 o 90 % del negocio que maneja la progenitora. Y, haciendo cáculos rápidos, el dinero presente y el ahorrado alcanzaría sólo para comer dos semanas, pagar la renta un mes, cubrir los salarios de los empleados hasta la próxima quincena y abonar a los servicios públicos otro mes. De las colegiaturas y gastos escolares, ni hablar. Entonces ¿endeudarse o no?

Exacto. Ni siquiera vale la pena entrar en discutir sobre lo que hay que hacer, pues si esa familia no obtiene algún préstamo de inmediato, que sea suficiente para enfrentar unos seis meses los gastos escenciales mencionados (incluyendo, por supuesto, el pago para los salarios respectivos de sus trabajadores), inclusive la subsistencia doméstica para cubrir las necesidades básicas estaría en entredicho.

Esto mismo que pasa en el microcosmos del hogar, es necesario aplicarlo a nivel país y a nivel global. Pero a veces nos perdemos en ideas incubadas en los peores andurriales prehistóricos que no entienden de lo que es el sentido común.