/ lunes 23 de diciembre de 2019

Epístola (brevísima) a Emiliano

Al Caudillo del Sur, también denominado como El Atila de esas mismas latitudes, considerado por muchos como generalísimo, Emiliano Zapata Salazar, oriundo de Anenecuilco, Morelos, nacido el día 8 de agosto de 1879 y fallecido el 10 de abril de 1919, acribillado por las balas de esa misma Revolución Mexicana que se nos ha vendido desde aquéllos entonces como el origen preciso de estas modernidades de nación, con sus muchas mentiras históricas y acomodos ideológicos, harina de otros costales, por ahora.

Pues como ya sabrás, ya te traen en los lavaderos cibernéticos de estos contemporáneos tiempos del internet, las redes sociales, los chats de celulares, por un intento dizque de obra de arte, pintura sumo chafa y sin técnica ni ideas originales, por cierto, donde apareces en una pose, vestuario y con ademanes que asemejan que decidiste recientemente, vaya disparate, optar por otras rutas diferentes a la de la mayoría de los hombres, como decimos para no ofender las sensibilidades andantes de eso que ahora llaman diversidades en el ámbito sexual.

Entendemos, y no te faltará razón, que seguramente te estarás retorciendo del puro y sumo coraje en esas profundidades de las tumbas de todos los difuntos, actitud perfectamente entendible en un hombre recio que demostró en su momento la valía que tenía al arriesgar su vida en pos de ideales que, como sabrás, se los pasaron por el arco del triunfo estos que se declararon herederos de ese movimiento social que tú y otros iniciaron y siguieron hasta la precisa muerte. Preguntarte, por cierto, ya que mis escasos entendimientos sobre el mundo de los muertos así me lo exige, cómo se siente retorcerse del coraje desde la tumba, dicho muy difundido entre las generalidades y que no alcanzo a comprender a cabalidad, como decía.

Habrá que comentarte, si es que no lo han hecho, que, después que fuiste sacrificado en aras de la patria, se publicó una Contitución Política que, entre otras cosas, contenía y sigue conteniendo un derecho fundamental, garantía individual o derecho humano denominado “libertad de expresión”, mismo que se consagró en el artículo 6º de esa Carta Magna que te comento y, en la cual, por obviedades históricas, no participaste en su elaboración, pues muerto ya, no podías, además que los políticos de Sonora, léanse Venustiano Carranza y secuases, agandallaron todo ese movimiento revolucionario, y del cual fuiste excluido, y plasmaron, supuestamente, todos los idearios libertarios que sostenías, pero en otro numeral.

Pues bien, este artículo constitucional establece que, cualquier persona, tiene la libertad de expresar sus ideas como y cuando le parezca, pero, como límite a esa prerrogativa, está la circunstancia de que esa manifestación no “ataque la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito, o perturbe el orden público”, es decir, por muy legítima que sea la imaginación que tenga un pintor, como el caso particular que nos ocupa, no puede, so pena de violentar este numeral de la Carta Magna, plasmar lo que le venga en gana, pues hay límites precisos y concisos a esa emisión de sus particulares sensaciones.

De lo que si estoy cierto es que si, este intento nefasto de artista, hubiese exhibido el cuadro cuestionado cuando vivías, seguramente lo habrías mandado fusilar, pues es obvio que con sus expresiones pseudo artísticas, de quinta categoría, te sentirías ofendido, tú y muchos más que te ven como un héroe nacional. Lo mismo ha sucedido ahora, pues hay muchos grupos que se han considerado agraviados, ultrajados y denigrados, y es aquí, precisamente, donde encontramos el límite exacto a ese derecho constitucional donde supuestamente se arropa el susodicho acuarelista, pues aunque defenderíamos siempre el derecho que tienen las personas a escoger cualquier preferencia en el ámbito carnal, eso no significa que nadie posea la prerrogativa omnímoda de imponer su particular cosmovisión erótica a terceros.

En fin, si volvieras del más allá, te volverías a morir del puro retortijón.

Al Caudillo del Sur, también denominado como El Atila de esas mismas latitudes, considerado por muchos como generalísimo, Emiliano Zapata Salazar, oriundo de Anenecuilco, Morelos, nacido el día 8 de agosto de 1879 y fallecido el 10 de abril de 1919, acribillado por las balas de esa misma Revolución Mexicana que se nos ha vendido desde aquéllos entonces como el origen preciso de estas modernidades de nación, con sus muchas mentiras históricas y acomodos ideológicos, harina de otros costales, por ahora.

Pues como ya sabrás, ya te traen en los lavaderos cibernéticos de estos contemporáneos tiempos del internet, las redes sociales, los chats de celulares, por un intento dizque de obra de arte, pintura sumo chafa y sin técnica ni ideas originales, por cierto, donde apareces en una pose, vestuario y con ademanes que asemejan que decidiste recientemente, vaya disparate, optar por otras rutas diferentes a la de la mayoría de los hombres, como decimos para no ofender las sensibilidades andantes de eso que ahora llaman diversidades en el ámbito sexual.

Entendemos, y no te faltará razón, que seguramente te estarás retorciendo del puro y sumo coraje en esas profundidades de las tumbas de todos los difuntos, actitud perfectamente entendible en un hombre recio que demostró en su momento la valía que tenía al arriesgar su vida en pos de ideales que, como sabrás, se los pasaron por el arco del triunfo estos que se declararon herederos de ese movimiento social que tú y otros iniciaron y siguieron hasta la precisa muerte. Preguntarte, por cierto, ya que mis escasos entendimientos sobre el mundo de los muertos así me lo exige, cómo se siente retorcerse del coraje desde la tumba, dicho muy difundido entre las generalidades y que no alcanzo a comprender a cabalidad, como decía.

Habrá que comentarte, si es que no lo han hecho, que, después que fuiste sacrificado en aras de la patria, se publicó una Contitución Política que, entre otras cosas, contenía y sigue conteniendo un derecho fundamental, garantía individual o derecho humano denominado “libertad de expresión”, mismo que se consagró en el artículo 6º de esa Carta Magna que te comento y, en la cual, por obviedades históricas, no participaste en su elaboración, pues muerto ya, no podías, además que los políticos de Sonora, léanse Venustiano Carranza y secuases, agandallaron todo ese movimiento revolucionario, y del cual fuiste excluido, y plasmaron, supuestamente, todos los idearios libertarios que sostenías, pero en otro numeral.

Pues bien, este artículo constitucional establece que, cualquier persona, tiene la libertad de expresar sus ideas como y cuando le parezca, pero, como límite a esa prerrogativa, está la circunstancia de que esa manifestación no “ataque la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito, o perturbe el orden público”, es decir, por muy legítima que sea la imaginación que tenga un pintor, como el caso particular que nos ocupa, no puede, so pena de violentar este numeral de la Carta Magna, plasmar lo que le venga en gana, pues hay límites precisos y concisos a esa emisión de sus particulares sensaciones.

De lo que si estoy cierto es que si, este intento nefasto de artista, hubiese exhibido el cuadro cuestionado cuando vivías, seguramente lo habrías mandado fusilar, pues es obvio que con sus expresiones pseudo artísticas, de quinta categoría, te sentirías ofendido, tú y muchos más que te ven como un héroe nacional. Lo mismo ha sucedido ahora, pues hay muchos grupos que se han considerado agraviados, ultrajados y denigrados, y es aquí, precisamente, donde encontramos el límite exacto a ese derecho constitucional donde supuestamente se arropa el susodicho acuarelista, pues aunque defenderíamos siempre el derecho que tienen las personas a escoger cualquier preferencia en el ámbito carnal, eso no significa que nadie posea la prerrogativa omnímoda de imponer su particular cosmovisión erótica a terceros.

En fin, si volvieras del más allá, te volverías a morir del puro retortijón.