/ viernes 18 de enero de 2019

Huachicol, imperio de la corrupción

La siguiente analogía es propia para comprender la magnitud de la corrupción en México:

En los últimos 12 años, grupos criminales, como el Cártel del Golfo y Los Zetas, se dedicaron al robo de hidrocarburos. Sus cómplices han sido contratistas, empleados, técnicos y funcionarios de Pemex. Incluso, la gasolina robada fue exportada a Estados Unidos y era comprada por empresas como Shell, BASF Corporation, Marathon Petroleumy Conoco Phillips.

En el actual entramado delincuencial, está siendo investigado el general Eduardo León Trauwitz, quien fue nada menos el responsable de combatir el robo del combustible en el sexenio de Enrique Peña Nieto. También se indaga la posible participación de otros altos mandos castrenses.

Se estima que tan sólo en Guanajuato el 80 % de combustible proviene del ‘huachicol’; gasolineras blanquearon 45 mil millones de pesos particularmente en la Ciudad de México, Estado de México, Michoacán, Guanajuato, Puebla, Querétaro e Hidalgo; 35% de los ductos o trece mil kilómetros, han sido vulnerados por el crimen organizado.

Estos son algunos datos de una historia digna de un thriller literario que rebasa los límites de la imaginación.

La trama, no termina aquí. Al cumplir 40 días de gobierno, Andrés Manuel López Obrador inició un operativo para abatir el robo de combustible. Por supuesto, diversas reacciones por el combate al ‘huachicol’. Desde el malestar ciudadano por desabasto de gasolina y diversas posturas furibundas de la oposición, incluyendo expresidentes.

Ante este escenario de diversos matices, el cuestionamiento más válido a plantearnos es: ¿Por qué ninguna autoridad se atrevió en poner fin a tan ofensiva corrupción?

Podrá argumentar el gobernador zacatecano que la estrategia “ha fallado”, podrá la dirigente nacional del PRI sentenciar que López Obrador “no tiene un proyecto claro, constitucional, democrático y de ideas”.

Pero no existe un argumento creíble o válido cuando las voces disidentes provienen de un pasado ominoso.

Estaré de acuerdo en que las determinaciones y acciones del presidente podrán ser perfectibles, pero es impostergable reconstruir la patria.

Quienes gobernaron las últimas décadas son corresponsables del daño al país por permitir o ser parte de la corrupción que ha erosionado la confianza en las instituciones públicas, inhibido el crecimiento económico y fomentado la descomposición social en todos los rubros de la vida pública.

Para la Organización de la Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, la corrupción incluye fraude, soborno, desviación de recursos, extorsión, tráfico de influencia uso indebido de información privilegiada, entre otras prácticas.

Diversos especialistas coinciden en señalar que el efecto de la corrupción se acentúa en países con mayores índices de desigualdad y pobreza.

Sino comenzamos a erradicar los principales males que nos aquejan, estaremos condenando el futuro de México.

La siguiente analogía es propia para comprender la magnitud de la corrupción en México:

En los últimos 12 años, grupos criminales, como el Cártel del Golfo y Los Zetas, se dedicaron al robo de hidrocarburos. Sus cómplices han sido contratistas, empleados, técnicos y funcionarios de Pemex. Incluso, la gasolina robada fue exportada a Estados Unidos y era comprada por empresas como Shell, BASF Corporation, Marathon Petroleumy Conoco Phillips.

En el actual entramado delincuencial, está siendo investigado el general Eduardo León Trauwitz, quien fue nada menos el responsable de combatir el robo del combustible en el sexenio de Enrique Peña Nieto. También se indaga la posible participación de otros altos mandos castrenses.

Se estima que tan sólo en Guanajuato el 80 % de combustible proviene del ‘huachicol’; gasolineras blanquearon 45 mil millones de pesos particularmente en la Ciudad de México, Estado de México, Michoacán, Guanajuato, Puebla, Querétaro e Hidalgo; 35% de los ductos o trece mil kilómetros, han sido vulnerados por el crimen organizado.

Estos son algunos datos de una historia digna de un thriller literario que rebasa los límites de la imaginación.

La trama, no termina aquí. Al cumplir 40 días de gobierno, Andrés Manuel López Obrador inició un operativo para abatir el robo de combustible. Por supuesto, diversas reacciones por el combate al ‘huachicol’. Desde el malestar ciudadano por desabasto de gasolina y diversas posturas furibundas de la oposición, incluyendo expresidentes.

Ante este escenario de diversos matices, el cuestionamiento más válido a plantearnos es: ¿Por qué ninguna autoridad se atrevió en poner fin a tan ofensiva corrupción?

Podrá argumentar el gobernador zacatecano que la estrategia “ha fallado”, podrá la dirigente nacional del PRI sentenciar que López Obrador “no tiene un proyecto claro, constitucional, democrático y de ideas”.

Pero no existe un argumento creíble o válido cuando las voces disidentes provienen de un pasado ominoso.

Estaré de acuerdo en que las determinaciones y acciones del presidente podrán ser perfectibles, pero es impostergable reconstruir la patria.

Quienes gobernaron las últimas décadas son corresponsables del daño al país por permitir o ser parte de la corrupción que ha erosionado la confianza en las instituciones públicas, inhibido el crecimiento económico y fomentado la descomposición social en todos los rubros de la vida pública.

Para la Organización de la Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, la corrupción incluye fraude, soborno, desviación de recursos, extorsión, tráfico de influencia uso indebido de información privilegiada, entre otras prácticas.

Diversos especialistas coinciden en señalar que el efecto de la corrupción se acentúa en países con mayores índices de desigualdad y pobreza.

Sino comenzamos a erradicar los principales males que nos aquejan, estaremos condenando el futuro de México.