/ martes 10 de diciembre de 2019

Inseguridad rampante

Lejos de irse atenuando el agudo problema de la inseguridad pública en la vida cotidiana de nuestra nación, la preocupación de las mayorías de la población mexicana sigue escalando al grado dado que no hay día en el que no se tenga noticias pavorosas sobre esa ya tan aguda intranquilidad ciudadana, especialmente respecto del mortal peligro que sentimos en general los integrantes del conglomerado mexicano por la desenfrenada proliferación de delitos y crímenes.

Y por supuesto que no es de manera alguna aceptable que las autoridades correspondientes –sobre todo las federales, y especialmente el mismo presidente de la República –saquen a la discusión pública excusas absurdas al respecto del debido control de la situación delincuencial de nuestro país, sin reparar a plenitud que existe manifiesta aguda tribulación en nuestra comunidad nacional por ese tan punzante problema. Sin asimismo admitir que es necesario reforzar los mecanismos de protección necesarios para atenuar en todo lo posible la congoja cotidiana de la población dada la aguda inseguridad pública.

Así, el terror que un presidente irreflexivo como Andrés Manuel López Obrador quiere combatir con expresiones como “fuchi”, “guácala”, y con el argumento de que “los criminales son pueblo”, más que provocar confianza, causa congoja, si no es que nos provoca fuerte enojo. ¿Hasta cuándo él se va a abocar verdaderamente a paliar significativamente ese tan importante problema? La seguridad pública, procede reiterar, debe ser la preocupación principal de los gobiernos, no sólo ahora que soportamos la actual crisis, sino en todo momento, Maquiavelo dixit.

En tanto, las bandas criminales siguen actuando a sus anchas en diferentes entidades federativas, sin que por algún lado se perciba la actuación significativa del gobierno federal para paliar en todo lo posible la acción delincuencial. Sí, está bien que se celebren los triunfos policiales en la lucha contra la delincuencia organizada, cuando los haya y merezcan la pena hacerlo, pero no está en algo bien que se oculten al público los descalabros en esa tan de veras terrible lucha.

Los infortunios que se sufren en el combate contra la delincuencia organizada, caben añadir, cuando menos sirven para alertar más a la opinión pública sobre las dimensiones tan alarmantes que ha alcanzado ese problema.

Pero al mismo tiempo deja ver a la opinión pública mexicana los tamaños del reto que tienen las autoridades para vencer. Y cabe aducir: ¿tendrá idea el actual presidente de la República sobre las dimensiones del problema principal que tiene enfrente, y que por andar con su “fuchis” y “guacalas” no alcanza siquiera a dimensionar? Peor aún: el presidente no alcanza por lo menos a avizorar el potencial de daño que provoca a la comunidad y el desasosiego que provoca entre nosotros sus “fuchis” y “guacalas”.

Lejos de irse atenuando el agudo problema de la inseguridad pública en la vida cotidiana de nuestra nación, la preocupación de las mayorías de la población mexicana sigue escalando al grado dado que no hay día en el que no se tenga noticias pavorosas sobre esa ya tan aguda intranquilidad ciudadana, especialmente respecto del mortal peligro que sentimos en general los integrantes del conglomerado mexicano por la desenfrenada proliferación de delitos y crímenes.

Y por supuesto que no es de manera alguna aceptable que las autoridades correspondientes –sobre todo las federales, y especialmente el mismo presidente de la República –saquen a la discusión pública excusas absurdas al respecto del debido control de la situación delincuencial de nuestro país, sin reparar a plenitud que existe manifiesta aguda tribulación en nuestra comunidad nacional por ese tan punzante problema. Sin asimismo admitir que es necesario reforzar los mecanismos de protección necesarios para atenuar en todo lo posible la congoja cotidiana de la población dada la aguda inseguridad pública.

Así, el terror que un presidente irreflexivo como Andrés Manuel López Obrador quiere combatir con expresiones como “fuchi”, “guácala”, y con el argumento de que “los criminales son pueblo”, más que provocar confianza, causa congoja, si no es que nos provoca fuerte enojo. ¿Hasta cuándo él se va a abocar verdaderamente a paliar significativamente ese tan importante problema? La seguridad pública, procede reiterar, debe ser la preocupación principal de los gobiernos, no sólo ahora que soportamos la actual crisis, sino en todo momento, Maquiavelo dixit.

En tanto, las bandas criminales siguen actuando a sus anchas en diferentes entidades federativas, sin que por algún lado se perciba la actuación significativa del gobierno federal para paliar en todo lo posible la acción delincuencial. Sí, está bien que se celebren los triunfos policiales en la lucha contra la delincuencia organizada, cuando los haya y merezcan la pena hacerlo, pero no está en algo bien que se oculten al público los descalabros en esa tan de veras terrible lucha.

Los infortunios que se sufren en el combate contra la delincuencia organizada, caben añadir, cuando menos sirven para alertar más a la opinión pública sobre las dimensiones tan alarmantes que ha alcanzado ese problema.

Pero al mismo tiempo deja ver a la opinión pública mexicana los tamaños del reto que tienen las autoridades para vencer. Y cabe aducir: ¿tendrá idea el actual presidente de la República sobre las dimensiones del problema principal que tiene enfrente, y que por andar con su “fuchis” y “guacalas” no alcanza siquiera a dimensionar? Peor aún: el presidente no alcanza por lo menos a avizorar el potencial de daño que provoca a la comunidad y el desasosiego que provoca entre nosotros sus “fuchis” y “guacalas”.