/ jueves 6 de febrero de 2020

Inteligencia emocional

Siempre hemos dado mucha importancia a la preparación intelectual. Algunos hacen grandes esfuerzos por brindarles la mejor educación académica a sus hijos, y a veces identificamos al buen estudiante con tener buenas calificaciones. Y por supuesto no es malo ser inteligente en este aspecto.

Sin embargo, no somos solo “cerebro”. En los últimos años se ha visto la importancia de educar y manejar nuestra parte emocional que, aunque es voluble, influye mucho en nuestra vida. Por eso, también hay que educar la afectividad, las emociones y sentimientos, aunque nunca sean totalmente manejables. La capacidad de reconocer, aceptar y canalizar nuestras emociones se llama inteligencia emocional.

La gestión positiva de las emociones es más determinante para el éxito en la vida que el coeficiente intelectual, dicen algunos expertos. Quizá conocemos personas muy inteligentes, con gran capacidad de memoria y de relacionar datos, pero que son emocionalmente inmaduras, que les cuesta entablar relaciones sanas con los demás, que no saben trabajar en equipo o que se dejan llevar por sus impulsos y esto hace que no siempre tengan éxito en algunos ámbitos de su vida.

A veces perdemos objetividad en nuestras decisiones porque nos dejamos dominar por las emociones del momento. Hoy se ha puesto de relieve la importancia de conocernos para ser conscientes de nuestras capacidades, limitaciones, de nuestros sentimientos y de los ajenos.

La afectividad no es negativa, es parte de nuestra forma de ser, y es también muy útil y necesaria, pero hay que saber encauzarla. La persona virtuosa es la que tiene los sentimientos adecuados a cada situación. Hay que alegrarnos con el bien y entristecernos con el mal. El problema es cuando hacer el mal nos causa alegría, o hacer el bien nos deja tristes o indiferentes.

Es importante conocernos, pero también ser capaces de identificar las emociones de los demás, para establecer buenas relaciones personales. Esto se llama empatía, es decir, comprender a los demás, ponerse en “sus zapatos”. En esto radica gran parte del éxito de una vida lograda. No siempre hay que tener la razón, también hay que saber decir las cosas en el momento oportuno y de forma adecuada. Muchos fracasos en las relaciones humanas surgen porque no manejamos bien nuestras emociones y nos dejamos llevar por la ira, el rencor, el estrés, y tantos otros factores que influyen en nuestros estados de ánimo.

No solo hay que transmitir conocimientos, también hay que educar para amar, para ser buenos amigos, buenos esposos, buenos padres de familia, buenos compañeros de trabajo, etc. Educar nos interpela, porque no podemos transmitir lo que no vivimos. Reflexionemos qué tanto nos falta madurar en el manejo de nuestras propias emociones. ¡Gracias!

Siempre hemos dado mucha importancia a la preparación intelectual. Algunos hacen grandes esfuerzos por brindarles la mejor educación académica a sus hijos, y a veces identificamos al buen estudiante con tener buenas calificaciones. Y por supuesto no es malo ser inteligente en este aspecto.

Sin embargo, no somos solo “cerebro”. En los últimos años se ha visto la importancia de educar y manejar nuestra parte emocional que, aunque es voluble, influye mucho en nuestra vida. Por eso, también hay que educar la afectividad, las emociones y sentimientos, aunque nunca sean totalmente manejables. La capacidad de reconocer, aceptar y canalizar nuestras emociones se llama inteligencia emocional.

La gestión positiva de las emociones es más determinante para el éxito en la vida que el coeficiente intelectual, dicen algunos expertos. Quizá conocemos personas muy inteligentes, con gran capacidad de memoria y de relacionar datos, pero que son emocionalmente inmaduras, que les cuesta entablar relaciones sanas con los demás, que no saben trabajar en equipo o que se dejan llevar por sus impulsos y esto hace que no siempre tengan éxito en algunos ámbitos de su vida.

A veces perdemos objetividad en nuestras decisiones porque nos dejamos dominar por las emociones del momento. Hoy se ha puesto de relieve la importancia de conocernos para ser conscientes de nuestras capacidades, limitaciones, de nuestros sentimientos y de los ajenos.

La afectividad no es negativa, es parte de nuestra forma de ser, y es también muy útil y necesaria, pero hay que saber encauzarla. La persona virtuosa es la que tiene los sentimientos adecuados a cada situación. Hay que alegrarnos con el bien y entristecernos con el mal. El problema es cuando hacer el mal nos causa alegría, o hacer el bien nos deja tristes o indiferentes.

Es importante conocernos, pero también ser capaces de identificar las emociones de los demás, para establecer buenas relaciones personales. Esto se llama empatía, es decir, comprender a los demás, ponerse en “sus zapatos”. En esto radica gran parte del éxito de una vida lograda. No siempre hay que tener la razón, también hay que saber decir las cosas en el momento oportuno y de forma adecuada. Muchos fracasos en las relaciones humanas surgen porque no manejamos bien nuestras emociones y nos dejamos llevar por la ira, el rencor, el estrés, y tantos otros factores que influyen en nuestros estados de ánimo.

No solo hay que transmitir conocimientos, también hay que educar para amar, para ser buenos amigos, buenos esposos, buenos padres de familia, buenos compañeros de trabajo, etc. Educar nos interpela, porque no podemos transmitir lo que no vivimos. Reflexionemos qué tanto nos falta madurar en el manejo de nuestras propias emociones. ¡Gracias!