/ miércoles 23 de octubre de 2019

La Antigua Roma y Culiacán

Roma, año 216 antes de Cristo. Culiacán, Sinaloa, México, época actual, jueves 17 de octubre de 2019. Comenzaremos por la segunda de las fechas propuesta: no haremos una relación sucinta, ni muchos menos objetiva de los hechos presuntamente acaecidos, pues los medios nacionales e internacionales ya se han encargado de ello, pero todos coinciden en una aparente derrota o retirada temporal, según se vea, de las fuerzas del Estado a manos de grupos de criminales. Corresponderá a los historiadores futuros con más cabeza fría, producto de las distancias cronológicas, encontrar la verdad de lo que realmente sucedió, en su caso, y realizar las absoluciones o condenas correspondientes, también en su caso. Sin embargo, habrá que reconocer que México se encuentra en una especie de estado de shock por esos sucesos y ya comienzan los grupos antagonistas a defender su postura sobre la estrategia de seguridad específica de ese día particular: los unos, criticando a los cuatro vientos y desgarrándose las vestiduras, haciendo alusión a un inexistente Estado de Derecho, a la caída de las instituciones nacionales, a la guerra perdida y la conducción del país hacia los avernos en manos de satán; los otros apelando a las propias estrategias castrenses y de derechos humanos: es más valiosa la vida de las personas, y si se perdió una batalla, la guerra en general es otra cosa, iremos bien. En fin, bandos con posturas irreconciliables y antagónicas a muerte.

La segunda fecha, 216 a.C. es más bien ilustrativa para los precisos efectos de este escrito. Nos trasladamos hacia la Antigua Roma. Aníbal, el genio cartaginés, enemigo jurado y terror absoluto de Roma, había cruzado poco antes los Alpes (noviembre de 218 a.C.) con algo así como 20,000 infantes, 6,000 jinetes y una elefante. Estaba decidido a cobrarse las ofensas históricas que habían infligido los romanos a Cártago y se dirigió hacia Roma. En su camino hacia la ciudad tuvo lugar una de las batallas más famosas de la antigüedad por la estrepitosa derrota para el imperio y porque Aníbal se dio a conocer como unos de los mejores genios militares de todos los tiempos: el 2 de agosto de 216 a.C. tuvo lugar la batalla de Cannas donde Aníbal puso de rodillas a Roma al obtener una absoluta victoria; se dice, según algunos, que las fuerzas del general cartaginés causaron cerca de 50,000 muertos, entre los que figuraba el cónsul romano Emilio Paulo, dos ex cónsules, dos cuestores, una treintena de tribunos militares y alrededor de cien senadores. Todo un desastre para aquéllos tiempos. Esta victoria dejó la vía libre para que Aníbal tomase Roma, habiendo llegado, según se dice, hasta sus puertas y luego se retiró sin siquiera lanzarle una piedra. Las causas de esta decisión siguen hasta hoy siendo motivo de debate. Sin embargo tenemos algo cierto: el pueblo romano se organizó en una sola fuerza, se atrincheró en la ciudad, se dejaron atrás las diferencias políticas del momento y, como en muchos otros momentos de la historia, Roma demostró una unidad inquebrantable y absoluta ante el enemigo común, que sería una de las características de su grandeza universal. Lo anterior lo sabía Aníbal, y seguramente consideró que tomar la ciudad lo habría llevado a una victoria pírrica, dejando gran parte de su ejército en la conquista.

El resto de esta historia también ya la conocemos: Aníbal continuó hacia el sur de Italia, los romanos se reorganizaron rápidamente, persiguiéndolo sin descanso, en una guerra de guerrillas, y enviando a uno de sus grandísimos genios militares (Publio Cornelio Escipión, o Escipión Africano) a atacar Cártago, llevando la guerra hacia las tierras del invasor, donde, finalmente en la batalla de Zama, Aníbal fue derrotado de manera definitiva.

¿Entonces? Dirán los avezados lectores. Entonces sucede que cuando un pueblo no se une de manera inquebrantable y efectiva, como los antiguos romanos, para combatir al enemigo común, que en el caso de México, entre otros, son los grupos delincuenciales, y se permanece atomizado en grupúsculos políticos, separado por intereses facciosos, distantes por radicalismos ideológicos, la guerra se va a perder, indefectiblemente, se haga lo que se haga.

Sólo diremos, finalmente, que las reflexiones aquí vertidas son válidas, únicamente, desde el punto de la estrategia castrense, pues de todos es sabido que la ciencia y praxis políticas, huevos de otra canasta humana, son cuestiones que poco se concretan en la mayor parte de los simples mortales, como lo es quien estas líneas escribe.

Roma, año 216 antes de Cristo. Culiacán, Sinaloa, México, época actual, jueves 17 de octubre de 2019. Comenzaremos por la segunda de las fechas propuesta: no haremos una relación sucinta, ni muchos menos objetiva de los hechos presuntamente acaecidos, pues los medios nacionales e internacionales ya se han encargado de ello, pero todos coinciden en una aparente derrota o retirada temporal, según se vea, de las fuerzas del Estado a manos de grupos de criminales. Corresponderá a los historiadores futuros con más cabeza fría, producto de las distancias cronológicas, encontrar la verdad de lo que realmente sucedió, en su caso, y realizar las absoluciones o condenas correspondientes, también en su caso. Sin embargo, habrá que reconocer que México se encuentra en una especie de estado de shock por esos sucesos y ya comienzan los grupos antagonistas a defender su postura sobre la estrategia de seguridad específica de ese día particular: los unos, criticando a los cuatro vientos y desgarrándose las vestiduras, haciendo alusión a un inexistente Estado de Derecho, a la caída de las instituciones nacionales, a la guerra perdida y la conducción del país hacia los avernos en manos de satán; los otros apelando a las propias estrategias castrenses y de derechos humanos: es más valiosa la vida de las personas, y si se perdió una batalla, la guerra en general es otra cosa, iremos bien. En fin, bandos con posturas irreconciliables y antagónicas a muerte.

La segunda fecha, 216 a.C. es más bien ilustrativa para los precisos efectos de este escrito. Nos trasladamos hacia la Antigua Roma. Aníbal, el genio cartaginés, enemigo jurado y terror absoluto de Roma, había cruzado poco antes los Alpes (noviembre de 218 a.C.) con algo así como 20,000 infantes, 6,000 jinetes y una elefante. Estaba decidido a cobrarse las ofensas históricas que habían infligido los romanos a Cártago y se dirigió hacia Roma. En su camino hacia la ciudad tuvo lugar una de las batallas más famosas de la antigüedad por la estrepitosa derrota para el imperio y porque Aníbal se dio a conocer como unos de los mejores genios militares de todos los tiempos: el 2 de agosto de 216 a.C. tuvo lugar la batalla de Cannas donde Aníbal puso de rodillas a Roma al obtener una absoluta victoria; se dice, según algunos, que las fuerzas del general cartaginés causaron cerca de 50,000 muertos, entre los que figuraba el cónsul romano Emilio Paulo, dos ex cónsules, dos cuestores, una treintena de tribunos militares y alrededor de cien senadores. Todo un desastre para aquéllos tiempos. Esta victoria dejó la vía libre para que Aníbal tomase Roma, habiendo llegado, según se dice, hasta sus puertas y luego se retiró sin siquiera lanzarle una piedra. Las causas de esta decisión siguen hasta hoy siendo motivo de debate. Sin embargo tenemos algo cierto: el pueblo romano se organizó en una sola fuerza, se atrincheró en la ciudad, se dejaron atrás las diferencias políticas del momento y, como en muchos otros momentos de la historia, Roma demostró una unidad inquebrantable y absoluta ante el enemigo común, que sería una de las características de su grandeza universal. Lo anterior lo sabía Aníbal, y seguramente consideró que tomar la ciudad lo habría llevado a una victoria pírrica, dejando gran parte de su ejército en la conquista.

El resto de esta historia también ya la conocemos: Aníbal continuó hacia el sur de Italia, los romanos se reorganizaron rápidamente, persiguiéndolo sin descanso, en una guerra de guerrillas, y enviando a uno de sus grandísimos genios militares (Publio Cornelio Escipión, o Escipión Africano) a atacar Cártago, llevando la guerra hacia las tierras del invasor, donde, finalmente en la batalla de Zama, Aníbal fue derrotado de manera definitiva.

¿Entonces? Dirán los avezados lectores. Entonces sucede que cuando un pueblo no se une de manera inquebrantable y efectiva, como los antiguos romanos, para combatir al enemigo común, que en el caso de México, entre otros, son los grupos delincuenciales, y se permanece atomizado en grupúsculos políticos, separado por intereses facciosos, distantes por radicalismos ideológicos, la guerra se va a perder, indefectiblemente, se haga lo que se haga.

Sólo diremos, finalmente, que las reflexiones aquí vertidas son válidas, únicamente, desde el punto de la estrategia castrense, pues de todos es sabido que la ciencia y praxis políticas, huevos de otra canasta humana, son cuestiones que poco se concretan en la mayor parte de los simples mortales, como lo es quien estas líneas escribe.