/ lunes 7 de septiembre de 2020

La atención dispersa

A diferencia de épocas anteriores, en las sociedades modernas existe una profunda distracción social producto de múltiples factores. Como han apuntado algunos filósofos posmodernos y sociólogos, la crisis que padece la focalización de nuestra mente es resultado en parte de la forma hegemónica de socialización: el individualismo. Sin embargo, uno de los factores que potencia el imperio de la dispersión de la mente es la práctica hipermediada por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Encontramos en la digitalización de la vida el más claro ejemplo de la distracción social. Los humanos nos hemos convertido en una especie asediada por nuestras propias prácticas comunicativas que nos dominan a lo largo del día.

A finales de julio pasado, al Organización de Estados Americanos (OEA) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) publicaron el informe “Ciberseguridad: riesgos, avances, y el camino a seguir en América Latina y el Caribe”, en donde se revela que debido a la pandemia ocasionada por el coronavirus SARS-CoV-2, en un lapso de tres meses se experimentó una aceleración de la transformación digital en los países latinoamericanos que se había anticipado que ocurriría en tres años. Dicho estudio, es una muestra más de lo que ha venido ocurriendo en las últimos dos décadas: la difusión de nuevas tecnologías digitales en diversos contextos sociales. Hoy en día, tal digitalización alcanza al 62% de la población mundial. Conforme se normalizan este tipo de prácticas también lo hace la dispersión de la mente. Aunque parece que cada vez es más visible esta situación, aún no existe la literatura suficiente para unir nodos que permitan comprender de una manera más clara este problema presente en todas las estructuras sociales.

Para el filósofo Han (2012), la distracción contemporánea que padecemos los humanos tiene repercusiones en la manera en la que pensamos: la percepción del individuo es fragmentada y dispersa, mientras que las actividades se orientan por una atención multitasking. Internet y las innovaciones posibilitan lo que señala Han: la mente y el cuerpo se ocupan de múltiples tareas que se realizan al mismo tiempo. La mayoría de tales prácticas se efectúan desde el individualismo. Esto es visible al observar a un adolescente realizar sus actividades escolares escolar mientras ve por televisión inteligente una película en Netflix, envía mensajes a través de WhatsApp y da actualizaciones a su perfil en Facebook. Aclaro: no es algo propio de las nuevas generaciones: adultos y adultos mayores también se han vuelvo multitasking.

La multitarea implica hacer varias cosas al mismo tiempo. Como lo he señalado en anteriores entregas, el hacer varias “cosas” al mismo tiempo se ha maximizado debido a la contingencia sanitaria. En los hogares, los adultos realizan trabajo en casa o home office, pero también atienden los hijos, lavan la ropa y hacen de comer simultáneamente. El nuevo paradigma tecnológico ha salvado una parte de la productividad de su parálisis total. Pero aumentó el modelo de dispersión que se impone a millones de seres humanos cada vez que se tiene conexión a internet.


A diferencia de épocas anteriores, en las sociedades modernas existe una profunda distracción social producto de múltiples factores. Como han apuntado algunos filósofos posmodernos y sociólogos, la crisis que padece la focalización de nuestra mente es resultado en parte de la forma hegemónica de socialización: el individualismo. Sin embargo, uno de los factores que potencia el imperio de la dispersión de la mente es la práctica hipermediada por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Encontramos en la digitalización de la vida el más claro ejemplo de la distracción social. Los humanos nos hemos convertido en una especie asediada por nuestras propias prácticas comunicativas que nos dominan a lo largo del día.

A finales de julio pasado, al Organización de Estados Americanos (OEA) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) publicaron el informe “Ciberseguridad: riesgos, avances, y el camino a seguir en América Latina y el Caribe”, en donde se revela que debido a la pandemia ocasionada por el coronavirus SARS-CoV-2, en un lapso de tres meses se experimentó una aceleración de la transformación digital en los países latinoamericanos que se había anticipado que ocurriría en tres años. Dicho estudio, es una muestra más de lo que ha venido ocurriendo en las últimos dos décadas: la difusión de nuevas tecnologías digitales en diversos contextos sociales. Hoy en día, tal digitalización alcanza al 62% de la población mundial. Conforme se normalizan este tipo de prácticas también lo hace la dispersión de la mente. Aunque parece que cada vez es más visible esta situación, aún no existe la literatura suficiente para unir nodos que permitan comprender de una manera más clara este problema presente en todas las estructuras sociales.

Para el filósofo Han (2012), la distracción contemporánea que padecemos los humanos tiene repercusiones en la manera en la que pensamos: la percepción del individuo es fragmentada y dispersa, mientras que las actividades se orientan por una atención multitasking. Internet y las innovaciones posibilitan lo que señala Han: la mente y el cuerpo se ocupan de múltiples tareas que se realizan al mismo tiempo. La mayoría de tales prácticas se efectúan desde el individualismo. Esto es visible al observar a un adolescente realizar sus actividades escolares escolar mientras ve por televisión inteligente una película en Netflix, envía mensajes a través de WhatsApp y da actualizaciones a su perfil en Facebook. Aclaro: no es algo propio de las nuevas generaciones: adultos y adultos mayores también se han vuelvo multitasking.

La multitarea implica hacer varias cosas al mismo tiempo. Como lo he señalado en anteriores entregas, el hacer varias “cosas” al mismo tiempo se ha maximizado debido a la contingencia sanitaria. En los hogares, los adultos realizan trabajo en casa o home office, pero también atienden los hijos, lavan la ropa y hacen de comer simultáneamente. El nuevo paradigma tecnológico ha salvado una parte de la productividad de su parálisis total. Pero aumentó el modelo de dispersión que se impone a millones de seres humanos cada vez que se tiene conexión a internet.