/ lunes 30 de marzo de 2020

La digitalización del mundo

En nuestra vida material las enfermedades de afectaciones virales y colectivas habían quedado en el pasado. Éramos una sociedad inmunizada. La ciencia y la tecnología lograron alargar la esperanza de vida al vencer enemigos que sepultaron a generaciones enteras. Hoy en día, la realidad nos coloca ante un escenario inimaginable: son necesarios otros antídotos para resistir la tensión de nuevos padecimientos. La pandemia del coronavirus COVID-19 reforzará el paradigma de la digitalización de la vida para resistir el futuro incierto.

Nadie imaginó que un virus tan pequeño e invisible a nuestros ojos pusiera el mundo de cabeza. Las bolsas de valores, la economía, el sistema financiero, el modelo escolar, las relaciones familiares y prácticamente todas las formas de producción que impliquen la interacción humana cara a cara están siendo alteradas por el COVID-19. Este nuevo enemigo va más allá de las capacidades de los Estados y de las instituciones sociales. Ha colapsado los sistemas de salud de Europa donde hay más de 20 mil muertos y todo parece apuntar a que Estados Unidos y América Latina se convertirán en las próximas semanas en el epicentro del contagio.

Las cosas han cambiado. Y cambiarán para siempre. No sólo la materialidad porque hoy la distancia con el otro significa seguridad sino también las estructuras del pensamiento. En eso acierta el filósofo Salavoj Zizek al escribir en Rusia Today (RT) que la epidemia ha detonado también epidemias ideológicas: paranoia, racismo, desinformación, etcétera. Sin embargo, esto no representa el derrumbe del capitalismo. Como escribió Byung-Chul Chan para el diario El País, el virus podría fortalecer las formas de control social y la vigilancia capitalista. Un biopoder recargado. En esta misma línea coincide el pensador italiano Roberto Esposito quien alertó a mediados de este mes sobre la politización de la medicina para el dominio social.

La crisis que genera el coronavirus será de largo alcance. Nadie sabe cuándo terminará. Ni los gobernantes que participaron en la Cumbre Mundial del G20 el pasado 26 de marzo ni la Organización Mundial de la Salud (OMS). Lo que advierten algunas de las mentes más brillantes de este planeta es que no debemos ver esta crisis sólo como algo económico o político. Esta dualidad aderezada con miedo es la más explotada en los espacios mediatizados. Hoy el confinamiento obligatorio o voluntario altera las formas imperantes de interacción humana. No afirmo que la individualización socializada (en palabras de Manuel Castells) vaya a desmoronarse. Por el contrario, parece ser que es precisamente la interacción a través de las nuevas tecnologías lo que podría garantizarnos un futuro inmune. La digitalización de la vida será cada vez más profunda. Nos habremos dado cuenta que el uso de los aparatos empleados principalmente para la socialización, la distracción y el entretenimiento, son también la respuesta a los problemas del mañana. La solución siempre la tuvimos en el bolsillo: home office, cibercomercio, educación a distancia, servicios en línea, voto electrónico, etcétera. Las instituciones sociales deberán cambiar porque ya no será funcional operar como hasta ahora lo hacían.

En nuestra vida material las enfermedades de afectaciones virales y colectivas habían quedado en el pasado. Éramos una sociedad inmunizada. La ciencia y la tecnología lograron alargar la esperanza de vida al vencer enemigos que sepultaron a generaciones enteras. Hoy en día, la realidad nos coloca ante un escenario inimaginable: son necesarios otros antídotos para resistir la tensión de nuevos padecimientos. La pandemia del coronavirus COVID-19 reforzará el paradigma de la digitalización de la vida para resistir el futuro incierto.

Nadie imaginó que un virus tan pequeño e invisible a nuestros ojos pusiera el mundo de cabeza. Las bolsas de valores, la economía, el sistema financiero, el modelo escolar, las relaciones familiares y prácticamente todas las formas de producción que impliquen la interacción humana cara a cara están siendo alteradas por el COVID-19. Este nuevo enemigo va más allá de las capacidades de los Estados y de las instituciones sociales. Ha colapsado los sistemas de salud de Europa donde hay más de 20 mil muertos y todo parece apuntar a que Estados Unidos y América Latina se convertirán en las próximas semanas en el epicentro del contagio.

Las cosas han cambiado. Y cambiarán para siempre. No sólo la materialidad porque hoy la distancia con el otro significa seguridad sino también las estructuras del pensamiento. En eso acierta el filósofo Salavoj Zizek al escribir en Rusia Today (RT) que la epidemia ha detonado también epidemias ideológicas: paranoia, racismo, desinformación, etcétera. Sin embargo, esto no representa el derrumbe del capitalismo. Como escribió Byung-Chul Chan para el diario El País, el virus podría fortalecer las formas de control social y la vigilancia capitalista. Un biopoder recargado. En esta misma línea coincide el pensador italiano Roberto Esposito quien alertó a mediados de este mes sobre la politización de la medicina para el dominio social.

La crisis que genera el coronavirus será de largo alcance. Nadie sabe cuándo terminará. Ni los gobernantes que participaron en la Cumbre Mundial del G20 el pasado 26 de marzo ni la Organización Mundial de la Salud (OMS). Lo que advierten algunas de las mentes más brillantes de este planeta es que no debemos ver esta crisis sólo como algo económico o político. Esta dualidad aderezada con miedo es la más explotada en los espacios mediatizados. Hoy el confinamiento obligatorio o voluntario altera las formas imperantes de interacción humana. No afirmo que la individualización socializada (en palabras de Manuel Castells) vaya a desmoronarse. Por el contrario, parece ser que es precisamente la interacción a través de las nuevas tecnologías lo que podría garantizarnos un futuro inmune. La digitalización de la vida será cada vez más profunda. Nos habremos dado cuenta que el uso de los aparatos empleados principalmente para la socialización, la distracción y el entretenimiento, son también la respuesta a los problemas del mañana. La solución siempre la tuvimos en el bolsillo: home office, cibercomercio, educación a distancia, servicios en línea, voto electrónico, etcétera. Las instituciones sociales deberán cambiar porque ya no será funcional operar como hasta ahora lo hacían.