/ lunes 11 de mayo de 2020

La educación ante el Covid-19

La crisis sanitaria que a nivel planetario ocasiona el nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) está provocando cambios profundos en el sistema educativo tradicional. Tuvieron que enfermar más de 4 millones y morir 280 mil seres humanos para que las instituciones educativas comprendieran que era imposible en lo inmediato regresar a clases presenciales. Para directivos, padres de familia, docentes y alumnos, el COVID-19 alteró esta visión tradicional que arrastramos desde la Edad Media: el aprendizaje es un proceso que se ejecuta en el mismo tiempo y espacio. La mayoría de los actores del proceso educativo piensan que sólo se aprende si se va a un lugar físico durante varias horas.

Mis primeros acercamientos como profesor en línea fueron hace más de una década. En 2007 impartí por internet una materia de nombre Comunicación Educativa en la Maestría en Educación de la Universidad Interamericana para el Desarrollo. Durante 11 años estuve al frente de esta asignatura hasta que una nueva coordinadora de posgrados con un chip medieval decidió que la verdadera educación no se aprende en pantalla. La segunda experiencia e-learning ocurrió en 2009 cuando me invitaron a participar en un proyecto de la Universidad Pedagógica Nacional y la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) para certificar a docentes de nivel medio superior en el modelo de competencias. La estrategia fue vigente hasta el 2012 cuando llegó a la Presidencia Enrique Peña Nieto y su administración dejó de apoyar el modelo de competencias pues consideraron que los maestros no aprendían a través de las nuevas tecnologías.

Hoy, estamos en la otra cara de la moneda: todo el sistema educativo se ve presionado a cambiar la forma tradicional de trabajar. En México, no es una decisión innovadora para explotar tecnologías que desde hace 20 años son utilizadas con estos fines en otros países. El COVID-19 ha revertido a regañadientes este mundo de prejuicios que aún prevalece en la mente de gran parte de docentes, alumnos, directivos y padres de familia. De acuerdo a la Unesco, casi 1,370 millones de estudiantes y jóvenes de todo el mundo están afectados por el cierre de escuelas y universidades. En México más de 37 millones de alumnos dejaron el aula para estudiar en casa. De acuerdo a la Secretaría de Educación del Estado de Zacatecas, en la entidad el coronavirus impactó en la vida de más de 520 mil estudiantes.

Ante esta situación no queda otro camino que adaptarse. Las Secretarías intentan mitigar el efecto de la pandemia utilizando aquello que tienen a la mano y creando en la marcha nuevas estrategias. A los docentes les ha implicado más trabajo que el habitual: dominio de plataformas, uso de aplicaciones, elaboración de contenidos, etcétera. Los padres de familia tampoco la han pasado nada bien, se han convertido en guías para ayudar a sus hijos a realizar sus tareas. Espero que después del Covid-19 los actores involucrados comprendan que las tecnologías deben formar parte esencial del modelo educativo. Y una segunda razón: las nuevas generaciones viven en este ecosistema técnico.

La crisis sanitaria que a nivel planetario ocasiona el nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) está provocando cambios profundos en el sistema educativo tradicional. Tuvieron que enfermar más de 4 millones y morir 280 mil seres humanos para que las instituciones educativas comprendieran que era imposible en lo inmediato regresar a clases presenciales. Para directivos, padres de familia, docentes y alumnos, el COVID-19 alteró esta visión tradicional que arrastramos desde la Edad Media: el aprendizaje es un proceso que se ejecuta en el mismo tiempo y espacio. La mayoría de los actores del proceso educativo piensan que sólo se aprende si se va a un lugar físico durante varias horas.

Mis primeros acercamientos como profesor en línea fueron hace más de una década. En 2007 impartí por internet una materia de nombre Comunicación Educativa en la Maestría en Educación de la Universidad Interamericana para el Desarrollo. Durante 11 años estuve al frente de esta asignatura hasta que una nueva coordinadora de posgrados con un chip medieval decidió que la verdadera educación no se aprende en pantalla. La segunda experiencia e-learning ocurrió en 2009 cuando me invitaron a participar en un proyecto de la Universidad Pedagógica Nacional y la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) para certificar a docentes de nivel medio superior en el modelo de competencias. La estrategia fue vigente hasta el 2012 cuando llegó a la Presidencia Enrique Peña Nieto y su administración dejó de apoyar el modelo de competencias pues consideraron que los maestros no aprendían a través de las nuevas tecnologías.

Hoy, estamos en la otra cara de la moneda: todo el sistema educativo se ve presionado a cambiar la forma tradicional de trabajar. En México, no es una decisión innovadora para explotar tecnologías que desde hace 20 años son utilizadas con estos fines en otros países. El COVID-19 ha revertido a regañadientes este mundo de prejuicios que aún prevalece en la mente de gran parte de docentes, alumnos, directivos y padres de familia. De acuerdo a la Unesco, casi 1,370 millones de estudiantes y jóvenes de todo el mundo están afectados por el cierre de escuelas y universidades. En México más de 37 millones de alumnos dejaron el aula para estudiar en casa. De acuerdo a la Secretaría de Educación del Estado de Zacatecas, en la entidad el coronavirus impactó en la vida de más de 520 mil estudiantes.

Ante esta situación no queda otro camino que adaptarse. Las Secretarías intentan mitigar el efecto de la pandemia utilizando aquello que tienen a la mano y creando en la marcha nuevas estrategias. A los docentes les ha implicado más trabajo que el habitual: dominio de plataformas, uso de aplicaciones, elaboración de contenidos, etcétera. Los padres de familia tampoco la han pasado nada bien, se han convertido en guías para ayudar a sus hijos a realizar sus tareas. Espero que después del Covid-19 los actores involucrados comprendan que las tecnologías deben formar parte esencial del modelo educativo. Y una segunda razón: las nuevas generaciones viven en este ecosistema técnico.