/ martes 17 de noviembre de 2020

La era irracional

En su célebre obra Historia y Crítica de la Opinión Pública (1986), el filósofo Jürgen Habermas coloca en el centro de la mejora democrática la comunicación política. Para este pensador los espacios públicos donde se escenifican los actos comunicativos posibilitan la relación entre la sociedad y el Estado. Tanto los lugares físicos como los mediatizados pueden convertirse en campos de racionalización y de emancipación. En el espacio público se visibiliza el ejercicio del poder y esto permite el desarrollo de la llamada opinión pública como resultado del diálogo racional, plural y sin manipulación.

Según Habermas a través de la información y la discusión racional la sociedad será capaz de llegar a un consenso sobre los asuntos considerados públicos. Esto permitirá que sujetos privados puedan hacer demandas a sujetos que forman parte del Estado mediante normas vinculantes. Este modelo de democracia deliberativa posibilita los acuerdos colectivos a través de la comunicación. Por lo tanto, para la existencia de una opinión pública real se necesita en primer lugar tener acceso a información sin alteraciones, que existan canales comunicativos que posibiliten la interacción y que los participantes se conduzcan con la razón. De acuerdo a Kant, la razón es una facultad mediante la cual se construyen argumentos que posibilitan fundamentar juicios. En la teoría kantiana un ser racional es ante todo un sujeto capaz de dominar su estado natural.

Para Habermas, con el desarrollo de los medios de comunicación la discusión sobre lo público dejó los espacios físicos para ocupar las pantallas del televisor y las páginas de los periódicos. Debido a la mediatización, la opinión pública del ciudadano es manipulada y la comunicación pública se ha transformado en actitudes estereotipadas. Esta denuncia habermasiana corresponde al modelo de comunicación vertical. En el broadcasting hay mayor control sobre la información y los temas y su orientación ideológica son decididos por factores que pocas veces tiene que ver con el interés público. A pesar de que la información mediatizada puede ser aceptada, negociada o rechazada por las personas, los temas que pueden elegir los consumidores han sido dispuestos previamente según intereses de terceros.

Con la llegada de internet la opinión pública racional habermasiana se hizo aún más utópica. El modelo horizontal de comunicación -muchos con muchos- permitió a las casi-pasivas audiencias de la mediatización escapar del modelo vertical. Sin embargo, las redes posibilitaron la profundización de la era irracional. Actualmente las personas emiten juicios públicos sin haber procesado racionalmente los hechos. Una gran cantidad de realidades mediatizadas se basan en mentiras, engaños y manipulaciones. Las creencias se imponen a los acontecimientos, las recomendaciones sin bases científicas orienten la vida de millones de seres humanos, influencers y coaches son los nuevos sacerdotes de la información, las personas creen ser líderes de opinión por abrir una fanpage o recibir muchos “me gusta” a sus fotografías en Instagram. Es por ello que uno de los principales rasgos que nos caracteriza como sociedad moderna es la erosión de la ética comunicativa y el imperativo irracional para opinar.

En su célebre obra Historia y Crítica de la Opinión Pública (1986), el filósofo Jürgen Habermas coloca en el centro de la mejora democrática la comunicación política. Para este pensador los espacios públicos donde se escenifican los actos comunicativos posibilitan la relación entre la sociedad y el Estado. Tanto los lugares físicos como los mediatizados pueden convertirse en campos de racionalización y de emancipación. En el espacio público se visibiliza el ejercicio del poder y esto permite el desarrollo de la llamada opinión pública como resultado del diálogo racional, plural y sin manipulación.

Según Habermas a través de la información y la discusión racional la sociedad será capaz de llegar a un consenso sobre los asuntos considerados públicos. Esto permitirá que sujetos privados puedan hacer demandas a sujetos que forman parte del Estado mediante normas vinculantes. Este modelo de democracia deliberativa posibilita los acuerdos colectivos a través de la comunicación. Por lo tanto, para la existencia de una opinión pública real se necesita en primer lugar tener acceso a información sin alteraciones, que existan canales comunicativos que posibiliten la interacción y que los participantes se conduzcan con la razón. De acuerdo a Kant, la razón es una facultad mediante la cual se construyen argumentos que posibilitan fundamentar juicios. En la teoría kantiana un ser racional es ante todo un sujeto capaz de dominar su estado natural.

Para Habermas, con el desarrollo de los medios de comunicación la discusión sobre lo público dejó los espacios físicos para ocupar las pantallas del televisor y las páginas de los periódicos. Debido a la mediatización, la opinión pública del ciudadano es manipulada y la comunicación pública se ha transformado en actitudes estereotipadas. Esta denuncia habermasiana corresponde al modelo de comunicación vertical. En el broadcasting hay mayor control sobre la información y los temas y su orientación ideológica son decididos por factores que pocas veces tiene que ver con el interés público. A pesar de que la información mediatizada puede ser aceptada, negociada o rechazada por las personas, los temas que pueden elegir los consumidores han sido dispuestos previamente según intereses de terceros.

Con la llegada de internet la opinión pública racional habermasiana se hizo aún más utópica. El modelo horizontal de comunicación -muchos con muchos- permitió a las casi-pasivas audiencias de la mediatización escapar del modelo vertical. Sin embargo, las redes posibilitaron la profundización de la era irracional. Actualmente las personas emiten juicios públicos sin haber procesado racionalmente los hechos. Una gran cantidad de realidades mediatizadas se basan en mentiras, engaños y manipulaciones. Las creencias se imponen a los acontecimientos, las recomendaciones sin bases científicas orienten la vida de millones de seres humanos, influencers y coaches son los nuevos sacerdotes de la información, las personas creen ser líderes de opinión por abrir una fanpage o recibir muchos “me gusta” a sus fotografías en Instagram. Es por ello que uno de los principales rasgos que nos caracteriza como sociedad moderna es la erosión de la ética comunicativa y el imperativo irracional para opinar.