/ lunes 11 de febrero de 2019

La gran batalla

Lo hice porque aquí encontré lo que puedo hacer, con mi esfuerzo y orgullo; quise sentir como podría cambiar mi cuerpo en el deporte. Cuando entrenaba fuerte y mi mente se debilitaba, porque el cansancio de mi cuerpo le pedía algo de tregua, recordaba rápidamente el momento en que decidí lograr cosas grandes para mí, y mis fuerzas internas aumentaban como tren de carga; mis músculos se hacían sentir al entrenar muy fuerte.

Ahora soy quien soy, porque yo mismo y la ayuda de Dios me hicieron un retador y un rival de mis propios miedos y fracasos. Aprendí que la vida es para ser feliz, pero, con entrega, lucha, alegría, lágrimas y risas y siempre con el deseo de ser mejor, darse a los demás por medio de una mente positiva y fuerte.

Si el gimnasio me dio a conocer lo fuerte que puede llegar a ser mi cuerpo, la vida me ha dado a conocer lo fuerte que puede llegar a ser mi mente, para terminar mi vida como el mejor de mis entrenamientos… Cansado, tal vez muy cansado, pero, satisfecho de haber terminado con el objetivo logrado, con mi frente al frente y mis brazos levantados en señal de haber terminado y, no haber dejado mi vida y entrenamiento a medias, sin conocer su término ni su final feliz.

Al principio tuve dudas cuando enfrentaba a rivales más fuertes que yo, pues, sabía que mi lucha sería difícil y podría terminar con descalabros. Poco a poco fui comprendiendo que la vida tiene retos pequeños, que son para los que no quieren ganar cosas grandes. También me di cuenta que la competencia tiene retos grandes para lograr, y que el que venza será más grande que esos llamado retos imposibles de vencer.

Algunos años atrás, en un mes de septiembre logré subir a la montaña más alta del fisicoconstructivismo y mirar desde arriba toda mi lucha y el camino tan difícil que recorrí. Solté una pequeña risa de satisfacción;mi brazo izquierdo sostenía mi trofeo y mi brazo derecho lo levanté con el puño cerrado. Di gracias a Dios, no por haber ganado esa fuerte competencia, sino, por haber logrado lo que una vez en mi mente fue un deseo, del cual de mí no salió como un simple gusto, sino, de mi voluntad.

Recorrí todo mi trayecto con alegría, sin pasar por encima de nadie; hice escuchar mi voz, fui ejemplo de perseverancia para el que falla y de lealtad para el que da la espala en tiempos difíciles.

Yo siempre recordaba que fracasar no es el terminar sin lograr, el fracasar es seguir adelante, es tener una nueva oportunidad de vivir y conseguir tus sueños, y al recordarlo, mi cansancio desaparecía y el gesto de dolor lo convertía en alegría por saber que estaba logrando mi objetivo y no podía fallarle a mi propio orgullo, de ser quien ahora soy y lograr todo lo que ahora tengo.

Ayer luché por conseguirlo, hoy lo encontré, y mañana lo guardaré por siempre dentro de mí, pues de ahí nació y ahí debe morir. Los recuerdos con el tiempo se borran y las historias ganadas con valor se escribirán para siempre y ahí se quedarán… por siempre.

Lo hice porque aquí encontré lo que puedo hacer, con mi esfuerzo y orgullo; quise sentir como podría cambiar mi cuerpo en el deporte. Cuando entrenaba fuerte y mi mente se debilitaba, porque el cansancio de mi cuerpo le pedía algo de tregua, recordaba rápidamente el momento en que decidí lograr cosas grandes para mí, y mis fuerzas internas aumentaban como tren de carga; mis músculos se hacían sentir al entrenar muy fuerte.

Ahora soy quien soy, porque yo mismo y la ayuda de Dios me hicieron un retador y un rival de mis propios miedos y fracasos. Aprendí que la vida es para ser feliz, pero, con entrega, lucha, alegría, lágrimas y risas y siempre con el deseo de ser mejor, darse a los demás por medio de una mente positiva y fuerte.

Si el gimnasio me dio a conocer lo fuerte que puede llegar a ser mi cuerpo, la vida me ha dado a conocer lo fuerte que puede llegar a ser mi mente, para terminar mi vida como el mejor de mis entrenamientos… Cansado, tal vez muy cansado, pero, satisfecho de haber terminado con el objetivo logrado, con mi frente al frente y mis brazos levantados en señal de haber terminado y, no haber dejado mi vida y entrenamiento a medias, sin conocer su término ni su final feliz.

Al principio tuve dudas cuando enfrentaba a rivales más fuertes que yo, pues, sabía que mi lucha sería difícil y podría terminar con descalabros. Poco a poco fui comprendiendo que la vida tiene retos pequeños, que son para los que no quieren ganar cosas grandes. También me di cuenta que la competencia tiene retos grandes para lograr, y que el que venza será más grande que esos llamado retos imposibles de vencer.

Algunos años atrás, en un mes de septiembre logré subir a la montaña más alta del fisicoconstructivismo y mirar desde arriba toda mi lucha y el camino tan difícil que recorrí. Solté una pequeña risa de satisfacción;mi brazo izquierdo sostenía mi trofeo y mi brazo derecho lo levanté con el puño cerrado. Di gracias a Dios, no por haber ganado esa fuerte competencia, sino, por haber logrado lo que una vez en mi mente fue un deseo, del cual de mí no salió como un simple gusto, sino, de mi voluntad.

Recorrí todo mi trayecto con alegría, sin pasar por encima de nadie; hice escuchar mi voz, fui ejemplo de perseverancia para el que falla y de lealtad para el que da la espala en tiempos difíciles.

Yo siempre recordaba que fracasar no es el terminar sin lograr, el fracasar es seguir adelante, es tener una nueva oportunidad de vivir y conseguir tus sueños, y al recordarlo, mi cansancio desaparecía y el gesto de dolor lo convertía en alegría por saber que estaba logrando mi objetivo y no podía fallarle a mi propio orgullo, de ser quien ahora soy y lograr todo lo que ahora tengo.

Ayer luché por conseguirlo, hoy lo encontré, y mañana lo guardaré por siempre dentro de mí, pues de ahí nació y ahí debe morir. Los recuerdos con el tiempo se borran y las historias ganadas con valor se escribirán para siempre y ahí se quedarán… por siempre.