/ miércoles 8 de julio de 2020

La muerte en tiempos de Covid-19

No digo nada nuevo si repito lo que ya sabemos: la pandemia nos ha cambiado la vida, y aunque ha sido ocasión de gran generosidad por parte de muchas personas, empezando por el personal sanitario, las consecuencias negativas también son abundantes. Se nota por ejemplo en la economía, la salud y el estrés emocional cada vez más patente.

Todavía no me queda muy claro por qué algunos pueden pensar que la pandemia vino a favorecernos. Es verdad que de cualquier situación pueden salir cosas positivas, pero si hubiéramos podido escoger, seguramente hubiéramos preferido evitarla, aunque la vida no funciona así. De lo que más me ha dolido es ver la tristeza de quienes pierden un ser querido en estos tiempos.

He acompañado ya a algunas personas celebrando las exequias de un ser querido. Es triste no poder tener un tiempo para velar al difunto y recibir el cariño, los abrazos y los ánimos de la familia y amigos. Es triste estar frente a una persona querida llorando por la pérdida, y no poder casi acercarte a consolarla. Y no me refiero solo a los que han perdido un ser querido por el Covid-19, lo cual añade un dolor extra por lo que implica la separación y manejo del cadáver.

¿Dónde está Dios? Se preguntan algunos. ¿Cuándo terminará esto? Junto al dolor, también he visto cómo la fe sostiene la vida de muchas personas. Este mundo que no termina nunca de arreglarse, parece reclamar que exista otro donde sea posible una armonía perenne. La fe es precisamente no claudicar ante el pesimismo, y creer que hay una vida mejor después de esta y que no estamos solos aquí, porque Dios nos acompaña y nos prepara para lo que sigue.

¡Parece homilía! Dirá alguno. Quizá, pero quiero compartir lo que he visto en algunos hecho realidad: una fe que los sostiene a seguir adelante y a encontrarle sentido a esta vida pasajera. La fe también nos anima a no descuidar el empeño por mejorar este mundo, pero con la esperanza de que hay uno mejor y definitivo. ¡Qué triste sería pensar que nunca veremos realizado el deseo de felicidad infinita que guarda todo corazón humano! La fe no es un amuleto que espanta las “malas vibras”, pero sí da fuerza para seguir adelante. No esperemos paraísos terrenales, aunque nos los prometan, pero tampoco nos desanimemos, porque no vamos solos por el camino. Dios está de nuestra parte. ¡Háblale! ¡Cuéntale lo que te pasa! Incluso ¡quéjate! Pero haz la experiencia de tratarlo. La fe no te defraudará, pero hay que dar “el salto” para poder percibir a Dios que está siempre cerca. ¡Gracias!

No digo nada nuevo si repito lo que ya sabemos: la pandemia nos ha cambiado la vida, y aunque ha sido ocasión de gran generosidad por parte de muchas personas, empezando por el personal sanitario, las consecuencias negativas también son abundantes. Se nota por ejemplo en la economía, la salud y el estrés emocional cada vez más patente.

Todavía no me queda muy claro por qué algunos pueden pensar que la pandemia vino a favorecernos. Es verdad que de cualquier situación pueden salir cosas positivas, pero si hubiéramos podido escoger, seguramente hubiéramos preferido evitarla, aunque la vida no funciona así. De lo que más me ha dolido es ver la tristeza de quienes pierden un ser querido en estos tiempos.

He acompañado ya a algunas personas celebrando las exequias de un ser querido. Es triste no poder tener un tiempo para velar al difunto y recibir el cariño, los abrazos y los ánimos de la familia y amigos. Es triste estar frente a una persona querida llorando por la pérdida, y no poder casi acercarte a consolarla. Y no me refiero solo a los que han perdido un ser querido por el Covid-19, lo cual añade un dolor extra por lo que implica la separación y manejo del cadáver.

¿Dónde está Dios? Se preguntan algunos. ¿Cuándo terminará esto? Junto al dolor, también he visto cómo la fe sostiene la vida de muchas personas. Este mundo que no termina nunca de arreglarse, parece reclamar que exista otro donde sea posible una armonía perenne. La fe es precisamente no claudicar ante el pesimismo, y creer que hay una vida mejor después de esta y que no estamos solos aquí, porque Dios nos acompaña y nos prepara para lo que sigue.

¡Parece homilía! Dirá alguno. Quizá, pero quiero compartir lo que he visto en algunos hecho realidad: una fe que los sostiene a seguir adelante y a encontrarle sentido a esta vida pasajera. La fe también nos anima a no descuidar el empeño por mejorar este mundo, pero con la esperanza de que hay uno mejor y definitivo. ¡Qué triste sería pensar que nunca veremos realizado el deseo de felicidad infinita que guarda todo corazón humano! La fe no es un amuleto que espanta las “malas vibras”, pero sí da fuerza para seguir adelante. No esperemos paraísos terrenales, aunque nos los prometan, pero tampoco nos desanimemos, porque no vamos solos por el camino. Dios está de nuestra parte. ¡Háblale! ¡Cuéntale lo que te pasa! Incluso ¡quéjate! Pero haz la experiencia de tratarlo. La fe no te defraudará, pero hay que dar “el salto” para poder percibir a Dios que está siempre cerca. ¡Gracias!