/ viernes 7 de agosto de 2020

La puerta de Jano │ Eduard Punset III (La educación)

Para concluir con este grupo de entregas sobre Punset y la educación, me gustaría centrarme en una idea básica que él maneja y que llama la moral común entre las personas. Afirma que la investigación científica de la actualidad - en lo que respecta a relaciones humanas - intenta descubrir si hay parámetros comunes en el individuo, vengan de donde vinieren, dirigidos a la idea del cuidado del otro, la empatía, la corresponsabilidad. Esto ya unos autores lo develaron cuando asumieron al hombre como ser social. Pero más allá que - desde la antropología – supongamos que el homínido “se agrupó” con otros para salvaguardar su integridad física frente a lo desconocido, Punset se hace nuevas preguntas. La respuesta está en que a un nivel muy primario sí existe una moral común, independientemente de la procedencia cultural, el contexto geográfico, el tipo de familia, etcétera. A lo largo de la conversación sostenida con el psicólogo Robert Roeser, catedrático de la Universidad de Portland, se logra inferir que lo que buscaría desarrollar un educador privilegiaría la empatía y la compasión. De promover este enfoque en la educación formal estaríamos posicionando la instrucción a muy altos niveles que pueden incidir en mejores formas de representación en un futuro cercano.

Visto de este modo, los pilares más transcendentales de la educación serían: el primero, que se enfoca no solo en la impartición de los contenidos académicos, sino cómo educamos, cómo hacemos llegar al alumno la sabiduría ancestral de la historia, de las ciencias duras, a fin de que reconozca los legados culturales diferenciándolos de otros y valorándolos en su contexto. El segundo pilar es que no solo tenemos que enseñar a gestionar la diversidad, sino ayudar a encontrar lo común: las emociones básicas, la empatía, lo cual nos colocaría en el contexto de los valores universales, la compasión y la concordancia con el otro.

La semana pasada hablé de las características que debería reunir un educador para arribar a estos niveles de complejidad en el dar. Pero hay técnicas aun discutibles en la forma de fortalecer el primer pilar. Por ejemplo, entre los métodos de aprendizaje se cuenta una técnica que ha arrojado muchas críticas: la de la repetición. Ya muchos pedagogos la vuelven a emplear aludiendo a que el aprendizaje asociativo es útil porque nos permite liberar memoria para ocuparnos de facetas más relevantes y creativas que a la tabla del dos, por ejemplo. Descubriendo molecularmente el método asociativo es que Punset concluye que los receptores neuronales no solo funcionan para retener en la memoria objetos, ideas y procederes, sino que también localizan empatías, sentimientos e impresiones puestas “en el otro” y a las cuales nos apegamos mediante la acción de patrones cerebrales.

Con este descubrimiento pasamos de seguir simplemente un mandato de Estado concerniente a las políticas públicas enfocadas a la convivencia pacífica, y damos un gran salto a la urgencia de valorar la moral común como parte de un reto esperanzador que puede transformar nuestro contexto actual desde la educación formal.

Para concluir con este grupo de entregas sobre Punset y la educación, me gustaría centrarme en una idea básica que él maneja y que llama la moral común entre las personas. Afirma que la investigación científica de la actualidad - en lo que respecta a relaciones humanas - intenta descubrir si hay parámetros comunes en el individuo, vengan de donde vinieren, dirigidos a la idea del cuidado del otro, la empatía, la corresponsabilidad. Esto ya unos autores lo develaron cuando asumieron al hombre como ser social. Pero más allá que - desde la antropología – supongamos que el homínido “se agrupó” con otros para salvaguardar su integridad física frente a lo desconocido, Punset se hace nuevas preguntas. La respuesta está en que a un nivel muy primario sí existe una moral común, independientemente de la procedencia cultural, el contexto geográfico, el tipo de familia, etcétera. A lo largo de la conversación sostenida con el psicólogo Robert Roeser, catedrático de la Universidad de Portland, se logra inferir que lo que buscaría desarrollar un educador privilegiaría la empatía y la compasión. De promover este enfoque en la educación formal estaríamos posicionando la instrucción a muy altos niveles que pueden incidir en mejores formas de representación en un futuro cercano.

Visto de este modo, los pilares más transcendentales de la educación serían: el primero, que se enfoca no solo en la impartición de los contenidos académicos, sino cómo educamos, cómo hacemos llegar al alumno la sabiduría ancestral de la historia, de las ciencias duras, a fin de que reconozca los legados culturales diferenciándolos de otros y valorándolos en su contexto. El segundo pilar es que no solo tenemos que enseñar a gestionar la diversidad, sino ayudar a encontrar lo común: las emociones básicas, la empatía, lo cual nos colocaría en el contexto de los valores universales, la compasión y la concordancia con el otro.

La semana pasada hablé de las características que debería reunir un educador para arribar a estos niveles de complejidad en el dar. Pero hay técnicas aun discutibles en la forma de fortalecer el primer pilar. Por ejemplo, entre los métodos de aprendizaje se cuenta una técnica que ha arrojado muchas críticas: la de la repetición. Ya muchos pedagogos la vuelven a emplear aludiendo a que el aprendizaje asociativo es útil porque nos permite liberar memoria para ocuparnos de facetas más relevantes y creativas que a la tabla del dos, por ejemplo. Descubriendo molecularmente el método asociativo es que Punset concluye que los receptores neuronales no solo funcionan para retener en la memoria objetos, ideas y procederes, sino que también localizan empatías, sentimientos e impresiones puestas “en el otro” y a las cuales nos apegamos mediante la acción de patrones cerebrales.

Con este descubrimiento pasamos de seguir simplemente un mandato de Estado concerniente a las políticas públicas enfocadas a la convivencia pacífica, y damos un gran salto a la urgencia de valorar la moral común como parte de un reto esperanzador que puede transformar nuestro contexto actual desde la educación formal.