/ jueves 1 de octubre de 2020

La puerta de Jano │ Educación y religión

Si bien mis primeras intervenciones - cuando el director de este medio informativo me incluyó en el honroso grupo de análisis - fueron algunas noticias sobre cómo se erigieron las primeras universidades del mundo occidental y de qué modo se convirtieron también en modelos pedagógicos; quisiera hoy referirme a una preocupación que ha mostrado la iglesia católica en Zacatecas en torno a la educación.

Hace poco más de un año tuve el agrado de coincidir con un grupo de asesores cercanos al arzobispo de la Diócesis de Zacatecas. Uno de ellos, responsable de la pastoral de Educación y Cultura de la misma, desde ese momento y contemplando que podríamos tender algunos lazos por mi perfil académico y el colectivo de humanidades al que pertenezco, me incluyó entre sus invitadas frecuentes para hacerme llegar promociones sobre sus cursos, talleres, encuentros y conferencias dirigidas a educadores de todos los niveles en nuestro estado.

Próximamente, y que sirva también de información, el 17 de octubre nada menos, transmitirán en línea el Foro de Consulta de Educación del III Sínodo Diocesano de Zacatecas.

Como bien sabemos, el tema de la secularización en nuestro país se fincó una vez que se determinó la separación de la Iglesia y el Estado durante el siglo XIX. No obstante y a pesar de la persistencia de los liberales, durante el gobierno de Porfirio Díaz (1876-1910) hubo tal apertura a la entrada de órdenes religiosas como en los buenos tiempos de la conquista. Su postura frente a la iglesia católica comenzó con una política de conciliación. “dejando en letra muerta las leyes de reforma por la que habían luchado los liberales permitiendo que el clero recuperara propiedades y que se reestablecieran monasterios y congregaciones dedicadas a la educación y beneficencia pública” (Doralicia Carmona Dávila, Memoria Política de México).

Así, los altibajos entre gobierno civil y eclesiástico han permitido una confluencia, convivencia y divorcio a veces de la Iglesia y el Estado en México.

Hoy, diríamos que no es tiempo de dispersarnos. Sabemos y conocemos muchas de las aristas que la religión católica ha representado en el mundo y en nuestro país. No conozco mucho de los juegos y rejuegos de la política eclesiástica actual en Zacatecas, pero me congratulo de la intención que proyecta la diócesis de Zacatecas al tratar de entablar un vínculo con los educadores. Quizás la vertiginosa y cada vez mayor presencia de denominaciones cristianas tenga un poco inquieta a la diócesis, pero también está la evidente ausencia de feligreses en los espacios del culto católico; por lo cual una manera de seguir vigentes es a partir de las escuelas, ya sean éstas de procedencia privada o pública. Nadie niega que la iglesia católica ha desempeñado durante siglos una vocación de educadora, si bien con todas las críticas que puedan hacerse desde su sistema ideológico, pero en la actualidad representa una posibilidad de diálogo retro alimentador para encontrar posibles respuestas a la indiferencia y la ignorancia del “otro”, quien se vuelve a veces “mi propio espejo”.


Si bien mis primeras intervenciones - cuando el director de este medio informativo me incluyó en el honroso grupo de análisis - fueron algunas noticias sobre cómo se erigieron las primeras universidades del mundo occidental y de qué modo se convirtieron también en modelos pedagógicos; quisiera hoy referirme a una preocupación que ha mostrado la iglesia católica en Zacatecas en torno a la educación.

Hace poco más de un año tuve el agrado de coincidir con un grupo de asesores cercanos al arzobispo de la Diócesis de Zacatecas. Uno de ellos, responsable de la pastoral de Educación y Cultura de la misma, desde ese momento y contemplando que podríamos tender algunos lazos por mi perfil académico y el colectivo de humanidades al que pertenezco, me incluyó entre sus invitadas frecuentes para hacerme llegar promociones sobre sus cursos, talleres, encuentros y conferencias dirigidas a educadores de todos los niveles en nuestro estado.

Próximamente, y que sirva también de información, el 17 de octubre nada menos, transmitirán en línea el Foro de Consulta de Educación del III Sínodo Diocesano de Zacatecas.

Como bien sabemos, el tema de la secularización en nuestro país se fincó una vez que se determinó la separación de la Iglesia y el Estado durante el siglo XIX. No obstante y a pesar de la persistencia de los liberales, durante el gobierno de Porfirio Díaz (1876-1910) hubo tal apertura a la entrada de órdenes religiosas como en los buenos tiempos de la conquista. Su postura frente a la iglesia católica comenzó con una política de conciliación. “dejando en letra muerta las leyes de reforma por la que habían luchado los liberales permitiendo que el clero recuperara propiedades y que se reestablecieran monasterios y congregaciones dedicadas a la educación y beneficencia pública” (Doralicia Carmona Dávila, Memoria Política de México).

Así, los altibajos entre gobierno civil y eclesiástico han permitido una confluencia, convivencia y divorcio a veces de la Iglesia y el Estado en México.

Hoy, diríamos que no es tiempo de dispersarnos. Sabemos y conocemos muchas de las aristas que la religión católica ha representado en el mundo y en nuestro país. No conozco mucho de los juegos y rejuegos de la política eclesiástica actual en Zacatecas, pero me congratulo de la intención que proyecta la diócesis de Zacatecas al tratar de entablar un vínculo con los educadores. Quizás la vertiginosa y cada vez mayor presencia de denominaciones cristianas tenga un poco inquieta a la diócesis, pero también está la evidente ausencia de feligreses en los espacios del culto católico; por lo cual una manera de seguir vigentes es a partir de las escuelas, ya sean éstas de procedencia privada o pública. Nadie niega que la iglesia católica ha desempeñado durante siglos una vocación de educadora, si bien con todas las críticas que puedan hacerse desde su sistema ideológico, pero en la actualidad representa una posibilidad de diálogo retro alimentador para encontrar posibles respuestas a la indiferencia y la ignorancia del “otro”, quien se vuelve a veces “mi propio espejo”.