/ jueves 26 de marzo de 2020

La puerta de Jano │ Educar en una sociedad líquida

Algunos de ustedes habrán escuchado que un filósofo polaco llamado Zygmunt Bauman llamó a esta época “modernidad líquida”. Por extensión en muchos de sus trabajos se habla sobre la Vida Líquida, el Miedo Líquido y la Sociedad Líquida. Por “líquida” entiende este pensador a aquella sociedad cuyos miembros “cambian antes que las formas de actuar se consoliden en unos Hábitos y unas rutinas determinadas” (La Vida Líquida). Las condiciones de esta sociedad son pues como el agua: incontenible, variable, inestable, incapaz de estar quieta. Todo cambia en un abrir y cerrar de ojos y lo que en un momento puede ser verdad, al otro momento puede convertirse en mentira; hay cambios vertiginosos e imprevistos y los pronósticos infalibles son ya inimaginables.

Imaginen pues a un educador frente a una sociedad líquida, un grupo de estudiantes que discrepa consigo mismo en opiniones, valores, planes, propósitos. Pero más allá: que un día despierta queriendo ser sociólogo y al día siguiente considera que es más rentable ser abogado o empresario. Pero no quiere empeñarse mucho, por lo cual mejor decide permanecer en su zona de confort y no aplica para ninguna opción - inventada por él o sugerida por otro - porque arroja mayor libertad entrar al mundo de los freelance y ser “su propio jefe”, como muchos jóvenes mencionan. Y si me apuran, cuando intentan conseguir trabajo, quieren llegar a gerentes brincando todos los peldaños posibles, porque en la escuela se les ha educado como unos super hombres y encima los medios de comunicación y el manejo de las redes le han creado una coraza de autoafirmación donde no caben las críticas ni las observaciones o consejos de los otros.

Pues imagine usted, paciente lector, a un profesor que de entrada presenta una ruptura generacional con ese producto de la modernidad líquida tratando de insertarle una suerte de “conocimiento” empaquetado a través de los libros, de la investigación, del trabajo de campo, de las prácticas profesionales, de servicio social. Difícil ¿no? Existen muchos distractores. Por un lado el propio autoconocimiento del estudiante, el medio ambiente, los medios digitales, la hiper información, pero además esta modernidad líquida nos pone ante el paradigma de que todo aquello que pueda estar más de lo que tarde en asumirse, se vuelve desechable. Estamos ante la cultura del desecho, del reemplazo, del desperdicio. Y en este sentido el conocimiento, o la acumulación y administración del conocimiento se vuelve obsoleto. ¿Para qué estudiar entonces? ¿Con qué objeto debo acumular conocimiento? ¿para qué me va a servir? Y si logro suponer que podrá servirme un día, como suelo cambiar vertiginosamente de objetivos, entonces lo que aprendí para una actividad se convierte inútil cuando transito a otro proyecto. Viviré explorando una y otra posibilidad de sentirme cómodo con una vida que pueda sugerirme el modo de vida globalizado, o quizás opte por desprenderme de todo y vivir en el argot de la simplicidad, pero dice Bauman, para “saborear los encantos de la sencillez” antes debo haber pasado por la sofisticación.

Algunos de ustedes habrán escuchado que un filósofo polaco llamado Zygmunt Bauman llamó a esta época “modernidad líquida”. Por extensión en muchos de sus trabajos se habla sobre la Vida Líquida, el Miedo Líquido y la Sociedad Líquida. Por “líquida” entiende este pensador a aquella sociedad cuyos miembros “cambian antes que las formas de actuar se consoliden en unos Hábitos y unas rutinas determinadas” (La Vida Líquida). Las condiciones de esta sociedad son pues como el agua: incontenible, variable, inestable, incapaz de estar quieta. Todo cambia en un abrir y cerrar de ojos y lo que en un momento puede ser verdad, al otro momento puede convertirse en mentira; hay cambios vertiginosos e imprevistos y los pronósticos infalibles son ya inimaginables.

Imaginen pues a un educador frente a una sociedad líquida, un grupo de estudiantes que discrepa consigo mismo en opiniones, valores, planes, propósitos. Pero más allá: que un día despierta queriendo ser sociólogo y al día siguiente considera que es más rentable ser abogado o empresario. Pero no quiere empeñarse mucho, por lo cual mejor decide permanecer en su zona de confort y no aplica para ninguna opción - inventada por él o sugerida por otro - porque arroja mayor libertad entrar al mundo de los freelance y ser “su propio jefe”, como muchos jóvenes mencionan. Y si me apuran, cuando intentan conseguir trabajo, quieren llegar a gerentes brincando todos los peldaños posibles, porque en la escuela se les ha educado como unos super hombres y encima los medios de comunicación y el manejo de las redes le han creado una coraza de autoafirmación donde no caben las críticas ni las observaciones o consejos de los otros.

Pues imagine usted, paciente lector, a un profesor que de entrada presenta una ruptura generacional con ese producto de la modernidad líquida tratando de insertarle una suerte de “conocimiento” empaquetado a través de los libros, de la investigación, del trabajo de campo, de las prácticas profesionales, de servicio social. Difícil ¿no? Existen muchos distractores. Por un lado el propio autoconocimiento del estudiante, el medio ambiente, los medios digitales, la hiper información, pero además esta modernidad líquida nos pone ante el paradigma de que todo aquello que pueda estar más de lo que tarde en asumirse, se vuelve desechable. Estamos ante la cultura del desecho, del reemplazo, del desperdicio. Y en este sentido el conocimiento, o la acumulación y administración del conocimiento se vuelve obsoleto. ¿Para qué estudiar entonces? ¿Con qué objeto debo acumular conocimiento? ¿para qué me va a servir? Y si logro suponer que podrá servirme un día, como suelo cambiar vertiginosamente de objetivos, entonces lo que aprendí para una actividad se convierte inútil cuando transito a otro proyecto. Viviré explorando una y otra posibilidad de sentirme cómodo con una vida que pueda sugerirme el modo de vida globalizado, o quizás opte por desprenderme de todo y vivir en el argot de la simplicidad, pero dice Bauman, para “saborear los encantos de la sencillez” antes debo haber pasado por la sofisticación.