/ jueves 11 de febrero de 2021

La puerta de Jano │  El complejo hacendario

Hoy en día la pandemia nos ha quitado muchas cosas; entre otras visitar haciendas que es uno de mis esparcimientos favoritos. Para aquellos que les gusten estos impresionantes conjuntos arquitectónicos donde descansó gran parte de la economía virreinal y decimonónica les comparto que el antecedente de la hacienda se localiza en la encomienda, forma de retribución real española que consistió en beneficiar al conquistador con un espacio de tierra, así como con mano de obra indígena a cambio de su evangelización. El tipo, calidad, destino y extensión de los terrenos otorgados proviene de las labores que fueron unidades empleadas para los cultivos agrícolas y se midieron por caballerías, estancias y peonías. La formación de las haciendas transcurrió entre fines del siglo XVI y el final de la etapa colonial pues durante ese tiempo gran parte de la organización económica giró en torno suyo. Su consolidación se localiza en el siglo XVIII y su apogeo de 1870 a 1910, ya que durante esta época la población creció considerablemente y por tanto la demanda de productos con la oferta de mano de obra.

Las haciendas alcanzaron colosales extensiones de terreno en virtud de que frecuentemente nacían como una mediana propiedad y al pasar los años iban allegándose pequeñas o medianas fincas vecinas, lo cual dio origen a los grandes latifundios del México decimonónico. Las más abundantes fueron las ganaderas y las orientadas a beneficiar los metales que contenían los llamados patios de beneficio. En la zona del centro y sur de México crecieron las azucareras pertenecientes a órdenes religiosas. Otros tipos de haciendas muy importantes fueron las pulqueras, todas con inmensos tinacales y trojes para almacenar cargas de cebada, maíz y pastura con agostaderos para el ganado menor, vacuno y caballar. Las cafetaleras compaginaron su especialidad primordial con el cultivo de árboles frutales.

Por estas características, su fisonomía dependió del tipo de funcionamiento, del uso al que serían destinadas, del clima y la topografía, pero todas compartieron elementos comunes.

El patrimonio hacendario en México, además de haber contribuido a la conformación del paisaje rural y a la proliferación de la arquitectura civil, funcional y religiosa, también legó a nuestra historia gran cantidad de bienes muebles, desde enseres domésticos, herramentaje, maquinaria y multitud de objetos rescatables para diversos quehaceres como: coleccionismo, exhibición, muestras didácticas, instalaciones, intercambios, elaboración de catálogos, folletos, ejemplares instrumentales, etcétera.

La desaparición violenta de esta unidad de producción se propició con el reparto agrario, pero la destrucción paulatina de sus espacios físicos obedece primero al abandono por la urbanización y la entrada del funcionalismo; después, al rechazo ideológico y al prejuicio de guardar para la posteridad estos emblemáticos muros.

Parte de esta información está en mi artículo: “Recuperación de cascos hacendarios en México: el Ecomuseo como alternativa”, (en) Revista de El Colegio de San Luis, 2016. El objetivo del estudio fue llamar la atención sobre el rescate, uso y obtención de un remanente económico para los poblados que rodean estos conjuntos. Ojalá las autoridades hagan algo antes de que desaparezcan.

Hoy en día la pandemia nos ha quitado muchas cosas; entre otras visitar haciendas que es uno de mis esparcimientos favoritos. Para aquellos que les gusten estos impresionantes conjuntos arquitectónicos donde descansó gran parte de la economía virreinal y decimonónica les comparto que el antecedente de la hacienda se localiza en la encomienda, forma de retribución real española que consistió en beneficiar al conquistador con un espacio de tierra, así como con mano de obra indígena a cambio de su evangelización. El tipo, calidad, destino y extensión de los terrenos otorgados proviene de las labores que fueron unidades empleadas para los cultivos agrícolas y se midieron por caballerías, estancias y peonías. La formación de las haciendas transcurrió entre fines del siglo XVI y el final de la etapa colonial pues durante ese tiempo gran parte de la organización económica giró en torno suyo. Su consolidación se localiza en el siglo XVIII y su apogeo de 1870 a 1910, ya que durante esta época la población creció considerablemente y por tanto la demanda de productos con la oferta de mano de obra.

Las haciendas alcanzaron colosales extensiones de terreno en virtud de que frecuentemente nacían como una mediana propiedad y al pasar los años iban allegándose pequeñas o medianas fincas vecinas, lo cual dio origen a los grandes latifundios del México decimonónico. Las más abundantes fueron las ganaderas y las orientadas a beneficiar los metales que contenían los llamados patios de beneficio. En la zona del centro y sur de México crecieron las azucareras pertenecientes a órdenes religiosas. Otros tipos de haciendas muy importantes fueron las pulqueras, todas con inmensos tinacales y trojes para almacenar cargas de cebada, maíz y pastura con agostaderos para el ganado menor, vacuno y caballar. Las cafetaleras compaginaron su especialidad primordial con el cultivo de árboles frutales.

Por estas características, su fisonomía dependió del tipo de funcionamiento, del uso al que serían destinadas, del clima y la topografía, pero todas compartieron elementos comunes.

El patrimonio hacendario en México, además de haber contribuido a la conformación del paisaje rural y a la proliferación de la arquitectura civil, funcional y religiosa, también legó a nuestra historia gran cantidad de bienes muebles, desde enseres domésticos, herramentaje, maquinaria y multitud de objetos rescatables para diversos quehaceres como: coleccionismo, exhibición, muestras didácticas, instalaciones, intercambios, elaboración de catálogos, folletos, ejemplares instrumentales, etcétera.

La desaparición violenta de esta unidad de producción se propició con el reparto agrario, pero la destrucción paulatina de sus espacios físicos obedece primero al abandono por la urbanización y la entrada del funcionalismo; después, al rechazo ideológico y al prejuicio de guardar para la posteridad estos emblemáticos muros.

Parte de esta información está en mi artículo: “Recuperación de cascos hacendarios en México: el Ecomuseo como alternativa”, (en) Revista de El Colegio de San Luis, 2016. El objetivo del estudio fue llamar la atención sobre el rescate, uso y obtención de un remanente económico para los poblados que rodean estos conjuntos. Ojalá las autoridades hagan algo antes de que desaparezcan.