/ jueves 8 de octubre de 2020

La puerta de Jano │ Escribir para ser leídos

Cuando recibí mi título de Licenciada en Historia, puedo recordar el ambiente que me rodeaba al concluir el examen: la algarabía de los asistentes, el perfume que llevaban algunas damas espectadoras y hasta el sabor del ambigú ofrecido a los invitados que permanecieron hasta el final de la defensa. Además de esa clara felicidad, lo que guardo en mi mente con una extraña sensación es el recibimiento que me hizo uno de mis propios profesores: bienvenida al mundo de los desempleados.

En ese momento la frase - que ya era trillada en ese tipo de carreras - me sacudió. Me pregunté acerca de sus rencorcillos contra la academia, pero desde luego la deseché porque para esos momentos yo ya había tenido tres empleos: uno como profesora en una Escuela para Educadoras, otro en una Escuela de Secretarias y al momento ocupaba el cargo de investigadora en el Museo de la Alhóndiga de Granaditas.

No obstante, lo que no me dijeron y sí se ha convertido en una gran incógnita en mi carrera es el destino de los productos que se escriben y quiénes son los receptores que los leen.

Escribir, para el académico, contiene un pequeño grado de estrés. Las editoriales publican lo solicitado y lo no solicitado dependiendo de sus políticas. Después de que el escritor imaginó, planificó, investigó y redactó su texto, pasa a la siguiente fase que es el envío del trabajo. Por ética profesional debes enviar un texto a una sola editorial, no a más de una simultáneamente, la cual recibe tu texto como no solicitado pero susceptible de publicar si pasa la fase de revisión por doble ciego; es decir, tiene que darlo a leer a dos o tres dictaminadores que jamás sabrán el nombre del autor. Hay revistas que sólo te mandan las revisiones que desean que corrijas. Entonces se vuelve a enviar el texto y la editorial lo reenvía a un nuevo revisor o al que constatará que las correcciones fueron ejecutadas. Finalmente te avisarán que tu artículo ha sido aprobado y se publicará. Este proceso puede tardar hasta año y medio como mínimo. Mientras ya te encuentras cocinando el próximo artículo.

Hay revistas que trabajan bajo contrato, pero comúnmente y si se trata de un escritor famoso (publicación solicitada), éste sabe que la editorial puede entregar un adelanto en plata o en especie (algunos ejemplares) y unos derechos de autor por cada ejemplar vendido.

La última incógnita en este proceso es saber quién te leerá. Si eres precavido y pones tu email debajo de tu nombre tendrás correos sorpresivos solicitándote ese artículo o algún tema semejante que se haya publicado en otra editorial. Entonces pasas a formar parte de esa pequeña comunidad que vas a encontrar en seminarios, congresos y que te va a citar en sus trabajos, siempre que tú lo cites a él o ella. Se convierte pues en una cadena de favores que deberás sostener si quieres permanecer en el argot académico. ¿Les suena parecido a cualquier otro escenario?


Cuando recibí mi título de Licenciada en Historia, puedo recordar el ambiente que me rodeaba al concluir el examen: la algarabía de los asistentes, el perfume que llevaban algunas damas espectadoras y hasta el sabor del ambigú ofrecido a los invitados que permanecieron hasta el final de la defensa. Además de esa clara felicidad, lo que guardo en mi mente con una extraña sensación es el recibimiento que me hizo uno de mis propios profesores: bienvenida al mundo de los desempleados.

En ese momento la frase - que ya era trillada en ese tipo de carreras - me sacudió. Me pregunté acerca de sus rencorcillos contra la academia, pero desde luego la deseché porque para esos momentos yo ya había tenido tres empleos: uno como profesora en una Escuela para Educadoras, otro en una Escuela de Secretarias y al momento ocupaba el cargo de investigadora en el Museo de la Alhóndiga de Granaditas.

No obstante, lo que no me dijeron y sí se ha convertido en una gran incógnita en mi carrera es el destino de los productos que se escriben y quiénes son los receptores que los leen.

Escribir, para el académico, contiene un pequeño grado de estrés. Las editoriales publican lo solicitado y lo no solicitado dependiendo de sus políticas. Después de que el escritor imaginó, planificó, investigó y redactó su texto, pasa a la siguiente fase que es el envío del trabajo. Por ética profesional debes enviar un texto a una sola editorial, no a más de una simultáneamente, la cual recibe tu texto como no solicitado pero susceptible de publicar si pasa la fase de revisión por doble ciego; es decir, tiene que darlo a leer a dos o tres dictaminadores que jamás sabrán el nombre del autor. Hay revistas que sólo te mandan las revisiones que desean que corrijas. Entonces se vuelve a enviar el texto y la editorial lo reenvía a un nuevo revisor o al que constatará que las correcciones fueron ejecutadas. Finalmente te avisarán que tu artículo ha sido aprobado y se publicará. Este proceso puede tardar hasta año y medio como mínimo. Mientras ya te encuentras cocinando el próximo artículo.

Hay revistas que trabajan bajo contrato, pero comúnmente y si se trata de un escritor famoso (publicación solicitada), éste sabe que la editorial puede entregar un adelanto en plata o en especie (algunos ejemplares) y unos derechos de autor por cada ejemplar vendido.

La última incógnita en este proceso es saber quién te leerá. Si eres precavido y pones tu email debajo de tu nombre tendrás correos sorpresivos solicitándote ese artículo o algún tema semejante que se haya publicado en otra editorial. Entonces pasas a formar parte de esa pequeña comunidad que vas a encontrar en seminarios, congresos y que te va a citar en sus trabajos, siempre que tú lo cites a él o ella. Se convierte pues en una cadena de favores que deberás sostener si quieres permanecer en el argot académico. ¿Les suena parecido a cualquier otro escenario?