/ domingo 15 de marzo de 2020

La puerta de Jano │ Una mala reputación

Quienes estemos al tanto de todas las noticias tanto internacionales como nacionales y locales que se dejaron venir en una avalancha este fin de semana, estaremos de acuerdo que aun en el ostracismo de nuestro quieto encierro, estuvimos realmente convulsionados y deseando que todo fuera una pesadilla. Desde las noticias del confinamiento en Italia por los efectos del debut de una pandemia que presume ser una guerra biológica; las infiltraciones incendiarias en una marcha multitudinaria que provocó todos los comentarios conservadores sobre una lucha legítima de mujeres que siguen una tendencia revolucionaria e histórica; hasta los odios más desencarnados de un móvil escondido entre los rincones de nuestros pizarrones y pupitres.

A punto del hartazgo es preciso preguntarse qué fin tiene todo el trabajo que hacen unos si por momentos la balanza se desborda hacia un flanco, hiriendo absolutamente a todos los que quedan bajo ese inmenso plomo llamado reputación.

Cuando nos dedicamos a una tarea perversa, peligrosa, riesgosa, es comprensible que estemos expuestos a ser vituperados, señalados y hasta juzgados por los actores sociales que se mueven a nuestro alrededor; pero cuando hemos alzado la mano prometiendo cumplir y hacer cumplir la normatividad de la institución que nos otorga un título y lo que de ella derive, sobreviene la advertencia: si así fuere que la sociedad se lo reconozca y si no… que os lo demande.

Hace algunos años estando en la Prepa, fui co-protagonista de una obra de teatro que se llamaba “Cómo pasar matemáticas sin problemas” del dramaturgo Alejandro Licona. Era una denuncia al sistema educativo cuyos protagonistas eran jóvenes que al no estudiar buscaban la forma para sacar sus estudios preparatorios fuera como fuese. Tanto hombres o mujeres, recurrían a métodos poco plausibles para dar ese salto mortal por la tan temida materia para algunos: las matemáticas. Después de observar cómo unos recurren al chantaje, otros ceden a la corrupción de los docentes y otras a las demandas indecorosas de algunos, el más corrupto de los estudiantes termina convirtiéndose en un político famoso cuyo parlamento cierra la obra: “Yo siempre he dicho que no hay nada como la honradez y la integridad en un individuo. Por eso exhorto a toda la juventud mexicana a que siga mi ejemplo para que México sea cada vez más grande y mejor. Señores: la Honradez somos todos”.

Por la frase sabrán a qué periodo me refiero, pero la gran reflexión apunta a que aquello que sucedió hace décadas no ha cambiado nada. Cambian o regresan las modas, la música se reinventa, pero los métodos se encrudecen. Los tiempos pre electorales pueden convertir nuestro entorno en un infierno o bien destapar una cloaca por la que todos pasaban pero nadie se había atrevido a exhibir. La pregunta es si vale la pena hacerlo ahora que la sociedad está más que lastimada, dolida y entristecida circunscribiendo todas las causales del quebranto de la ruptura del tejido social a “una mala reputación”.

Quienes estemos al tanto de todas las noticias tanto internacionales como nacionales y locales que se dejaron venir en una avalancha este fin de semana, estaremos de acuerdo que aun en el ostracismo de nuestro quieto encierro, estuvimos realmente convulsionados y deseando que todo fuera una pesadilla. Desde las noticias del confinamiento en Italia por los efectos del debut de una pandemia que presume ser una guerra biológica; las infiltraciones incendiarias en una marcha multitudinaria que provocó todos los comentarios conservadores sobre una lucha legítima de mujeres que siguen una tendencia revolucionaria e histórica; hasta los odios más desencarnados de un móvil escondido entre los rincones de nuestros pizarrones y pupitres.

A punto del hartazgo es preciso preguntarse qué fin tiene todo el trabajo que hacen unos si por momentos la balanza se desborda hacia un flanco, hiriendo absolutamente a todos los que quedan bajo ese inmenso plomo llamado reputación.

Cuando nos dedicamos a una tarea perversa, peligrosa, riesgosa, es comprensible que estemos expuestos a ser vituperados, señalados y hasta juzgados por los actores sociales que se mueven a nuestro alrededor; pero cuando hemos alzado la mano prometiendo cumplir y hacer cumplir la normatividad de la institución que nos otorga un título y lo que de ella derive, sobreviene la advertencia: si así fuere que la sociedad se lo reconozca y si no… que os lo demande.

Hace algunos años estando en la Prepa, fui co-protagonista de una obra de teatro que se llamaba “Cómo pasar matemáticas sin problemas” del dramaturgo Alejandro Licona. Era una denuncia al sistema educativo cuyos protagonistas eran jóvenes que al no estudiar buscaban la forma para sacar sus estudios preparatorios fuera como fuese. Tanto hombres o mujeres, recurrían a métodos poco plausibles para dar ese salto mortal por la tan temida materia para algunos: las matemáticas. Después de observar cómo unos recurren al chantaje, otros ceden a la corrupción de los docentes y otras a las demandas indecorosas de algunos, el más corrupto de los estudiantes termina convirtiéndose en un político famoso cuyo parlamento cierra la obra: “Yo siempre he dicho que no hay nada como la honradez y la integridad en un individuo. Por eso exhorto a toda la juventud mexicana a que siga mi ejemplo para que México sea cada vez más grande y mejor. Señores: la Honradez somos todos”.

Por la frase sabrán a qué periodo me refiero, pero la gran reflexión apunta a que aquello que sucedió hace décadas no ha cambiado nada. Cambian o regresan las modas, la música se reinventa, pero los métodos se encrudecen. Los tiempos pre electorales pueden convertir nuestro entorno en un infierno o bien destapar una cloaca por la que todos pasaban pero nadie se había atrevido a exhibir. La pregunta es si vale la pena hacerlo ahora que la sociedad está más que lastimada, dolida y entristecida circunscribiendo todas las causales del quebranto de la ruptura del tejido social a “una mala reputación”.