/ jueves 19 de diciembre de 2019

La puerta de Jano | El Costo de las evaluaciones

Hablemos ahora de que un organismo educativo, en tanto que está compuesto de individuos es – digámoslo así - un ser vivo; por lo tanto, va variando y se va modificando con el tiempo. Las estructuras educativas, los modelos, las teorías de la educación, obligan a una paulatina transformación. El paso de sus estudiantes, el crecimiento académico de sus profesores, las adecuaciones a un sistema o reforma, generan un movimiento constante en la educación.

Hace ocho días hablábamos de lo que representa estar bajo la lupa de un órgano como el COPAES (Consejo para la Acreditación de la Educación Superior, A.C.) y créanlo, es bastante estresante. No sólo hay que lidiar con la presión institucional que ejerce la administración de una universidad sobre una escuela, facultad, programa o centro educativo; armonizar los tiempos o formas de trabajo también conlleva una carga de tipo administrativo sumada a los deberes “académicos”. Así, a los profesores o investigadores no les queda tiempo para atender a las propias demandas de su profesión: investigar en archivos, bibliotecas o laboratorios; preparar clases, cursos y seminarios; revisar exámenes, leer avances de tesis; asistir a congresos, publicar productos, etcétera.

Cualquier organismo acreditador de programas académicos de nivel superior actúa bajo un procedimiento a fin de otorgar el buscado reconocimiento, pero la dinámica de las evaluaciones exige una periodicidad que no va más allá de cinco años. En ese tiempo la escuela o programa evaluado tendrán que enmendar las observaciones realizadas durante el proceso de acreditación y cumplido el plazo habrán de mostrar haberse sujetado a las recomendaciones impuestas. Cinco años son suficientes para modificar o mejorar currículas, certificar a los profesores, corregir procedimientos de tipo administrativo, financiero, académico, normatividad, estructura laboral, y demostrar que se avanzó de nivel y se cumplieron las metas.

Al reconocimiento social se suma otra razón para desear ser evaluado: los apoyos federales que se otorgan como premio a sus acreditaciones. Es como la serpiente que se muerde la cola. Un programa no alcanza calidad académica en tanto no tenga recursos para ello, pero sólo contando con calidad académica puedes aspirar a tener recursos para superarte. ¿Alguien entiende esta lógica? Si, es la lógica de mercado. Así como el sistema económico imperante determina a quién le concede libertades para la producción, distribución y manejo de sus productos; así el sistema educativo determina quién o no tienen derechos y acceso a más capital para seguir alcanzando la zanahoria que cada vez está más lejos de sus realidades terrenas. Los estándares suben cada vez más altos, porque el capital del mercado sube también sus expectativas. Las pautas internacionales, las mediciones de desarrollo son las metas que impone un mercado educativo a todas las entidades que están obligadas a homologar sus procesos, así sea en Maconochie Island al norte de Canadá o a las escuelas rurales de Quezaltenango en Guatemala. Bien o mal es un modelo definido en México y cuyos resultados no podremos evaluar hasta pasadas algunas décadas. Mientras, lo único que queda es entrar al redil.

Hablemos ahora de que un organismo educativo, en tanto que está compuesto de individuos es – digámoslo así - un ser vivo; por lo tanto, va variando y se va modificando con el tiempo. Las estructuras educativas, los modelos, las teorías de la educación, obligan a una paulatina transformación. El paso de sus estudiantes, el crecimiento académico de sus profesores, las adecuaciones a un sistema o reforma, generan un movimiento constante en la educación.

Hace ocho días hablábamos de lo que representa estar bajo la lupa de un órgano como el COPAES (Consejo para la Acreditación de la Educación Superior, A.C.) y créanlo, es bastante estresante. No sólo hay que lidiar con la presión institucional que ejerce la administración de una universidad sobre una escuela, facultad, programa o centro educativo; armonizar los tiempos o formas de trabajo también conlleva una carga de tipo administrativo sumada a los deberes “académicos”. Así, a los profesores o investigadores no les queda tiempo para atender a las propias demandas de su profesión: investigar en archivos, bibliotecas o laboratorios; preparar clases, cursos y seminarios; revisar exámenes, leer avances de tesis; asistir a congresos, publicar productos, etcétera.

Cualquier organismo acreditador de programas académicos de nivel superior actúa bajo un procedimiento a fin de otorgar el buscado reconocimiento, pero la dinámica de las evaluaciones exige una periodicidad que no va más allá de cinco años. En ese tiempo la escuela o programa evaluado tendrán que enmendar las observaciones realizadas durante el proceso de acreditación y cumplido el plazo habrán de mostrar haberse sujetado a las recomendaciones impuestas. Cinco años son suficientes para modificar o mejorar currículas, certificar a los profesores, corregir procedimientos de tipo administrativo, financiero, académico, normatividad, estructura laboral, y demostrar que se avanzó de nivel y se cumplieron las metas.

Al reconocimiento social se suma otra razón para desear ser evaluado: los apoyos federales que se otorgan como premio a sus acreditaciones. Es como la serpiente que se muerde la cola. Un programa no alcanza calidad académica en tanto no tenga recursos para ello, pero sólo contando con calidad académica puedes aspirar a tener recursos para superarte. ¿Alguien entiende esta lógica? Si, es la lógica de mercado. Así como el sistema económico imperante determina a quién le concede libertades para la producción, distribución y manejo de sus productos; así el sistema educativo determina quién o no tienen derechos y acceso a más capital para seguir alcanzando la zanahoria que cada vez está más lejos de sus realidades terrenas. Los estándares suben cada vez más altos, porque el capital del mercado sube también sus expectativas. Las pautas internacionales, las mediciones de desarrollo son las metas que impone un mercado educativo a todas las entidades que están obligadas a homologar sus procesos, así sea en Maconochie Island al norte de Canadá o a las escuelas rurales de Quezaltenango en Guatemala. Bien o mal es un modelo definido en México y cuyos resultados no podremos evaluar hasta pasadas algunas décadas. Mientras, lo único que queda es entrar al redil.