/ martes 7 de abril de 2020

La Semana Santa

Escribo estas líneas en la reflexión del hogar, con las ideas de la Revista “Pastores, portavoz del seminario de Zacatecas”.

Estamos próximos a vivir la pasión, muerte y resurrección de nuestro señor Jesucristo, la palabra Cuaresma en latín, significa cuarenta, dicho periodo litúrgico de cuarenta días que comienza con el miércoles de ceniza y concluye el jueves santo por la tarde. La imposición de la ceniza es un signo que reconoce la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la infinita misericordia de Dios. Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos del año anterior, esto nos recuerda lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada. Desde tiempos apostólicos la Iglesia ha observado un periodo de oración, y ayuno, la cuaresma ha tenido una evolución a lo largo de los siglos.

La cuaresma es recordar a Jesús, quien, por su cruz, se acerca a nuestra miseria y nos perdona, quien nos ama, incluso donde nosotros mismos no somos capaces de amarnos, quien nos llama al perdón y a la reconciliación, es contemplar al Crucificado con los ojos de la fe y sentirnos contemplados por él.

Es también tiempo de combate espiritual: combatir las tentaciones como lo hizo el maestro, sin orgullo, sin presunción, utilizando las armas de la fe, es decir, con la oración, la limosna, y el ayuno. Estas prácticas penitenciales deben ser comprendidas en su totalidad, ya que son momentos muy preciosos que se han de vivir para probar la capacidad de entregarse sin condiciones.

En un primer aspecto esta la oración que es sumergirse en las aguas profundas del amor de Dios, y de elevar el corazón a las cosas celestiales, para después vivir coherentemente el Evangelio. Después tenemos la limosna, que es la compasión (padecer con el que padece) el hermano necesitado es el camino que nos conduce a Dios. Con facilidad olvidamos que la limosna es la traducción material de la caridad. Lamentablemente nos cuesta menos dar dinero que dar amor, o algo que brote de nuestro corazón. No debemos ignorar la limosna de una palabra cariñosa o del perdón.

Finalmente el ayuno, no llega a su plenitud, si no nutre de bondad, si no se sacia de misericordia. El ayuno que Dios quiere es un ayuno realizado en el amor al prójimo e impregnado de bondad. Dar pues a los otros, aquello de lo que uno se abstiene; así nuestra penitencia corporal aliviará el bienestar corporal del prójimo necesitado.

Acompañar a Jesús al desierto es la invitación a que cada año se hace al iniciar el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Se trata de dejarse guiar y abandonarse en el desierto del Padre para tener un encuentro intimo con él y lograr una comunión tan intensa que deje una huella indeleble en el corazón, capaz de revitalizar nuestra espiritualidad y llenarla de ardor para vivir con un amor intenso la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. La Santa Madre Iglesia nos exhorta a recuperar el dinamismo de vivir con más plenitud este periodo de tiempo, a convertirnos y movernos en el amor, en ese amor que se ha crucificado por nuestra salvación y que se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza, dispongámonos a vivir una bonita y espiritual Semana Mayor. (Ideas basadas en el artículo de Juan Antonio Martínez Sánchez, estudiante para el Sacerdocio, 1º de filosofía, Las Novedades de la Cuaresma, de la revista Pastores, portavoz del seminario de Zacatecas.)

Escribo estas líneas en la reflexión del hogar, con las ideas de la Revista “Pastores, portavoz del seminario de Zacatecas”.

Estamos próximos a vivir la pasión, muerte y resurrección de nuestro señor Jesucristo, la palabra Cuaresma en latín, significa cuarenta, dicho periodo litúrgico de cuarenta días que comienza con el miércoles de ceniza y concluye el jueves santo por la tarde. La imposición de la ceniza es un signo que reconoce la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la infinita misericordia de Dios. Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos del año anterior, esto nos recuerda lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada. Desde tiempos apostólicos la Iglesia ha observado un periodo de oración, y ayuno, la cuaresma ha tenido una evolución a lo largo de los siglos.

La cuaresma es recordar a Jesús, quien, por su cruz, se acerca a nuestra miseria y nos perdona, quien nos ama, incluso donde nosotros mismos no somos capaces de amarnos, quien nos llama al perdón y a la reconciliación, es contemplar al Crucificado con los ojos de la fe y sentirnos contemplados por él.

Es también tiempo de combate espiritual: combatir las tentaciones como lo hizo el maestro, sin orgullo, sin presunción, utilizando las armas de la fe, es decir, con la oración, la limosna, y el ayuno. Estas prácticas penitenciales deben ser comprendidas en su totalidad, ya que son momentos muy preciosos que se han de vivir para probar la capacidad de entregarse sin condiciones.

En un primer aspecto esta la oración que es sumergirse en las aguas profundas del amor de Dios, y de elevar el corazón a las cosas celestiales, para después vivir coherentemente el Evangelio. Después tenemos la limosna, que es la compasión (padecer con el que padece) el hermano necesitado es el camino que nos conduce a Dios. Con facilidad olvidamos que la limosna es la traducción material de la caridad. Lamentablemente nos cuesta menos dar dinero que dar amor, o algo que brote de nuestro corazón. No debemos ignorar la limosna de una palabra cariñosa o del perdón.

Finalmente el ayuno, no llega a su plenitud, si no nutre de bondad, si no se sacia de misericordia. El ayuno que Dios quiere es un ayuno realizado en el amor al prójimo e impregnado de bondad. Dar pues a los otros, aquello de lo que uno se abstiene; así nuestra penitencia corporal aliviará el bienestar corporal del prójimo necesitado.

Acompañar a Jesús al desierto es la invitación a que cada año se hace al iniciar el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Se trata de dejarse guiar y abandonarse en el desierto del Padre para tener un encuentro intimo con él y lograr una comunión tan intensa que deje una huella indeleble en el corazón, capaz de revitalizar nuestra espiritualidad y llenarla de ardor para vivir con un amor intenso la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. La Santa Madre Iglesia nos exhorta a recuperar el dinamismo de vivir con más plenitud este periodo de tiempo, a convertirnos y movernos en el amor, en ese amor que se ha crucificado por nuestra salvación y que se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza, dispongámonos a vivir una bonita y espiritual Semana Mayor. (Ideas basadas en el artículo de Juan Antonio Martínez Sánchez, estudiante para el Sacerdocio, 1º de filosofía, Las Novedades de la Cuaresma, de la revista Pastores, portavoz del seminario de Zacatecas.)