/ lunes 25 de mayo de 2020

La sociedad desobediente

Durante la pandemia provocada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, uno de los rasgos que ha caracterizado las reacciones de algunos sectores de la sociedad es la incredulidad sobre la nueva enfermedad. Desde finales de marzo, cuando las autoridades de salud anunciaron las nuevas medidas de distanciamiento, aislamiento social y cierre de actividades no esenciales, muchas personas reaccionaron en contra al negar la existencia del COVID-19. Si bien las causas son diversas, las creencias son uno de los factores que pueden sostener esta desobediencia civil irracional. El problema ocurre cuando la creencia no corresponde con la realidad. Para creer no se requieren evidencias de lo que se afirma.

El pensamiento fantástico que arrastramos desde el neolítico continúa siendo una brújula de orientación para encontrar sentido al mundo. Esta guía, nos dice a través del lenguaje interiorizado qué son las cosas que nos rodean (Delaflor, 1997). La creencia opera en la mente de las personas de manera subjetiva (Noah, 2011). Hay diversos estudios que demostraron que las creencias se van adquiriendo a lo largo de la vida. Factores como la familia, la religión o la ideología política, pueden influir en las creencias. Otros estudios, descubrieron que los medios de comunicación son capaces de formar o cambiar ideas en las personas (Rothschild, 2000). Estas ideas, pueden estar condensadas como creencias en un marco previo al proceso racional (Snow y Benford, 1998). A través de la mediatización es posible construir “imaginarios” que generan ideas “homogéneas” (Bourdieu, 1999).

El éxito de las creencias que se impone a la actual pandemia global radica en el hegemónico ecosistema técnico. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación -cuya columna vertebral es internet- han potenciado las creencias. Esto se debe a dos factores: 1) gran parte de los contenidos que se originan en las redes provienen de rumores, chismes y habladurías, y 2) el modelo reticular (muchos-muchos) de la tecnología complica la ejecución de filtros para discernir entre ficción y realidad. Todos los días a nivel global, en México y en Zacatecas, circulan contenidos falsificados por Facebook, Twitter, Instagram, YouTube, WhatsApp, etcétera, que pueden ser adaptados en parte o de manera completa por las personas a su marco de creencias. Si encaja lo que se percibe con lo que se cree, entonces la creencia se refuerza y se reproduce.

Muchas de las falacias que se expanden por internet ya son parte del lenguaje de las personas. En los últimos meses aparecieron testimonios en los medios de comunicación donde los entrevistados aseguran que el COVID-19 es un complot del gobierno, que es falso que haya enfermos porque los hospitales están vacíos o que si alguien muere es de algún problema crónico no de SARS-CoV-2. En 1992, en la revista The Nation el dramaturgo Steve Tesich utilizó por primera vez el concepto de posverdad para definir a una sociedad donde la verdad es superada por versiones fantásticas que buscan dar sentido a lo real. Es precisamente lo que ocurre con el coronavirus: es más fácil creer historias imaginarias que aceptar la realidad.

Durante la pandemia provocada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, uno de los rasgos que ha caracterizado las reacciones de algunos sectores de la sociedad es la incredulidad sobre la nueva enfermedad. Desde finales de marzo, cuando las autoridades de salud anunciaron las nuevas medidas de distanciamiento, aislamiento social y cierre de actividades no esenciales, muchas personas reaccionaron en contra al negar la existencia del COVID-19. Si bien las causas son diversas, las creencias son uno de los factores que pueden sostener esta desobediencia civil irracional. El problema ocurre cuando la creencia no corresponde con la realidad. Para creer no se requieren evidencias de lo que se afirma.

El pensamiento fantástico que arrastramos desde el neolítico continúa siendo una brújula de orientación para encontrar sentido al mundo. Esta guía, nos dice a través del lenguaje interiorizado qué son las cosas que nos rodean (Delaflor, 1997). La creencia opera en la mente de las personas de manera subjetiva (Noah, 2011). Hay diversos estudios que demostraron que las creencias se van adquiriendo a lo largo de la vida. Factores como la familia, la religión o la ideología política, pueden influir en las creencias. Otros estudios, descubrieron que los medios de comunicación son capaces de formar o cambiar ideas en las personas (Rothschild, 2000). Estas ideas, pueden estar condensadas como creencias en un marco previo al proceso racional (Snow y Benford, 1998). A través de la mediatización es posible construir “imaginarios” que generan ideas “homogéneas” (Bourdieu, 1999).

El éxito de las creencias que se impone a la actual pandemia global radica en el hegemónico ecosistema técnico. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación -cuya columna vertebral es internet- han potenciado las creencias. Esto se debe a dos factores: 1) gran parte de los contenidos que se originan en las redes provienen de rumores, chismes y habladurías, y 2) el modelo reticular (muchos-muchos) de la tecnología complica la ejecución de filtros para discernir entre ficción y realidad. Todos los días a nivel global, en México y en Zacatecas, circulan contenidos falsificados por Facebook, Twitter, Instagram, YouTube, WhatsApp, etcétera, que pueden ser adaptados en parte o de manera completa por las personas a su marco de creencias. Si encaja lo que se percibe con lo que se cree, entonces la creencia se refuerza y se reproduce.

Muchas de las falacias que se expanden por internet ya son parte del lenguaje de las personas. En los últimos meses aparecieron testimonios en los medios de comunicación donde los entrevistados aseguran que el COVID-19 es un complot del gobierno, que es falso que haya enfermos porque los hospitales están vacíos o que si alguien muere es de algún problema crónico no de SARS-CoV-2. En 1992, en la revista The Nation el dramaturgo Steve Tesich utilizó por primera vez el concepto de posverdad para definir a una sociedad donde la verdad es superada por versiones fantásticas que buscan dar sentido a lo real. Es precisamente lo que ocurre con el coronavirus: es más fácil creer historias imaginarias que aceptar la realidad.