/ lunes 27 de abril de 2020

La transparencia de Chernóbil

El pasado 26 de abril se cumplieron 34 años del mayor desastre nuclear en la historia de la humanidad: la planta nuclear de Chernóbil en la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La explosión de uno de sus reactores y la liberación de una nube radiactiva equivalente a 500 bombas de Hiroshima cubrió la mayor parte de Europa y llegó hasta Japón, ocasionando la muerte de al menos 60 mil personas (Fairlie y Summer, 2006). Después de más de tres décadas, conocemos que una de las causas de esta catástrofe fue la falta de transparencia.

Recuerdo con mucha claridad este desastre. En aquel entonces, la televisión era el principal medio para enterarnos de lo que ocurría en el mundo. A través de la mediatización conocimos el accidente en lo que hoy es Ucrania. Sin embargo, la sociedad de los ochenta era muy diferente a la sociedad contemporánea. Las noticias se difundían de forma unilateral. La información llegaba al público a cuenta gotas y con grandes vacíos narrativos llenados en bastantes ocasiones por suposiciones. Los medios contaron la historia desde sus propias visiones. Se decía que una nube radiactiva llegaría a América Latina: se recomendaba no salir a la calle, moriríamos de cáncer, los alimentos estaban contaminados y nacerían muchos niños con deformidades.

Conforme pasaron los años se hicieron visibles las verdaderas causas del accidente. Una de estas hipótesis se relacionada con la falta de información. La catástrofe ocurrió en un periodo de conflicto político, económico, militar e informativo entre Estados Unidos y la URSS conocido como la Guerra Fría. Este enfrentamiento ideológico, estuvo sazonado por competencias científicas, prácticas de espionaje y robo de secretos de Estado. La energía nuclear formaba parte de esta disputa política. Es por ello que cuando explotó el reactor número 4, el gobierno negó el accidente, no quiso evacuar ciudades vecinas y ocultó información. Pasaron 18 días para que la catástrofe apareciera por primera vez en televisión (Plokhii, 2018).

El régimen soviético decidió sacrificar la vida de miles de seres humanos antes que estar dispuesto a transparentar la información sobre lo ocurrido. Fueron científicos de Suecia y Gran Bretaña quienes advirtieron sobre la tragedia al detectar mediciones elevadas de radioactividad. Tuvo que pasar casi un mes para que la comunidad internacional presionara a la URSS para que diera a conocer pormenores de la situación. 34 años después, sabemos que el problema fue ocasionado por haber utilizado material barato en la construcción de los reactores y que el personal contratado para operar la planta no contaba con un perfil adecuado. Chernóbil y la ciudad vecina de Prípiat serán pueblos fantasmas al menos por 100 años. Este es un ejemplo de la importancia que puede tener la información. Hoy, vivimos saturados de información y no la valoramos. Seguimos orientando nuestra vida en creencias y suposiciones. En 1986 no había internet para uso social, no se había inventado el teléfono inteligente y no existían redes sociodigitales. El mundo, ha cambiado.

El pasado 26 de abril se cumplieron 34 años del mayor desastre nuclear en la historia de la humanidad: la planta nuclear de Chernóbil en la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La explosión de uno de sus reactores y la liberación de una nube radiactiva equivalente a 500 bombas de Hiroshima cubrió la mayor parte de Europa y llegó hasta Japón, ocasionando la muerte de al menos 60 mil personas (Fairlie y Summer, 2006). Después de más de tres décadas, conocemos que una de las causas de esta catástrofe fue la falta de transparencia.

Recuerdo con mucha claridad este desastre. En aquel entonces, la televisión era el principal medio para enterarnos de lo que ocurría en el mundo. A través de la mediatización conocimos el accidente en lo que hoy es Ucrania. Sin embargo, la sociedad de los ochenta era muy diferente a la sociedad contemporánea. Las noticias se difundían de forma unilateral. La información llegaba al público a cuenta gotas y con grandes vacíos narrativos llenados en bastantes ocasiones por suposiciones. Los medios contaron la historia desde sus propias visiones. Se decía que una nube radiactiva llegaría a América Latina: se recomendaba no salir a la calle, moriríamos de cáncer, los alimentos estaban contaminados y nacerían muchos niños con deformidades.

Conforme pasaron los años se hicieron visibles las verdaderas causas del accidente. Una de estas hipótesis se relacionada con la falta de información. La catástrofe ocurrió en un periodo de conflicto político, económico, militar e informativo entre Estados Unidos y la URSS conocido como la Guerra Fría. Este enfrentamiento ideológico, estuvo sazonado por competencias científicas, prácticas de espionaje y robo de secretos de Estado. La energía nuclear formaba parte de esta disputa política. Es por ello que cuando explotó el reactor número 4, el gobierno negó el accidente, no quiso evacuar ciudades vecinas y ocultó información. Pasaron 18 días para que la catástrofe apareciera por primera vez en televisión (Plokhii, 2018).

El régimen soviético decidió sacrificar la vida de miles de seres humanos antes que estar dispuesto a transparentar la información sobre lo ocurrido. Fueron científicos de Suecia y Gran Bretaña quienes advirtieron sobre la tragedia al detectar mediciones elevadas de radioactividad. Tuvo que pasar casi un mes para que la comunidad internacional presionara a la URSS para que diera a conocer pormenores de la situación. 34 años después, sabemos que el problema fue ocasionado por haber utilizado material barato en la construcción de los reactores y que el personal contratado para operar la planta no contaba con un perfil adecuado. Chernóbil y la ciudad vecina de Prípiat serán pueblos fantasmas al menos por 100 años. Este es un ejemplo de la importancia que puede tener la información. Hoy, vivimos saturados de información y no la valoramos. Seguimos orientando nuestra vida en creencias y suposiciones. En 1986 no había internet para uso social, no se había inventado el teléfono inteligente y no existían redes sociodigitales. El mundo, ha cambiado.