/ miércoles 9 de octubre de 2019

¿La vida o la libertad?

Desde hace ya unas décadas se ha dado a la libertad personal gran importancia. Esto, que se ha ido imponiendo con distintos ritmos según cada país y región, surge como respuesta a épocas en las que en muchos ámbitos se decía: “las cosas tienen que ser así”, y había poca cabida para la libertad, o al menos, no era igual para todos.

Es valioso que hoy se respete más la libertad para que cada quien pueda actuar según sus convicciones. Sin embargo, la libertad necesita referentes, pautas que le ayuden a tomar las mejores decisiones. El simple hecho de ejercer la libertad no asegura que uno acierte en la elección.

La libertad implica también responsabilidad, es decir, la obligación de responder por los actos hechos libremente. Ensalzamos la libertad, pero no queremos asumir las consecuencias. Creo que en este contexto se desarrolla la discusión sobre el aborto, sobre qué es más importante, ¿la vida o la libertad? A veces se insiste en vivir la propia sexualidad sin límites, pero sin aceptar lo que implica.

Si hay un óvulo fecundado por un espermatozoide en el vientre de una mujer, la vida humana que ahí se está gestando no pierde dignidad por la forma en que fue concebido, ya sea en un matrimonio, en un encuentro casual después de una noche de copas, con amor o sin él entre la pareja, por la necesidad de trabajar de la madre o incluso como consecuencia de una violación, sin querer disminuir el drama que esto supone.

La sociedad que se cuestiona sobre la posibilidad del aborto, está reflexionando sobre valores esenciales para la misma, como la vida de todos sus miembros y qué derechos tienen. Se habla de abortar como un derecho a poder decidir, pero en este caso hay ya un tercero que aparece en escena y que también tiene derechos, empezando por el derecho a la vida, que antecede al derecho a decidir. Hay derecho a vivir la propia sexualidad, pero hay que hacerlo responsablemente, sin acabar con la vida de alguien más, que además en este caso para la madre es el propio hijo, no un desconocido, aunque todavía no pueda ver su rostro.

Respetar una nueva vida no es sólo cuestión de fe, es también de humanidad. La vida del recién concebido es un valor mayor a la supuesta libertad de la madre de decidir sobre la vida del fruto de sus entrañas. Ya no está en juego sólo su futuro, sino el de los dos y el de la misma sociedad. Así de maravillosa, y a veces también de trágica, es la capacidad de las mujeres de dar nueva vida.

Desde hace ya unas décadas se ha dado a la libertad personal gran importancia. Esto, que se ha ido imponiendo con distintos ritmos según cada país y región, surge como respuesta a épocas en las que en muchos ámbitos se decía: “las cosas tienen que ser así”, y había poca cabida para la libertad, o al menos, no era igual para todos.

Es valioso que hoy se respete más la libertad para que cada quien pueda actuar según sus convicciones. Sin embargo, la libertad necesita referentes, pautas que le ayuden a tomar las mejores decisiones. El simple hecho de ejercer la libertad no asegura que uno acierte en la elección.

La libertad implica también responsabilidad, es decir, la obligación de responder por los actos hechos libremente. Ensalzamos la libertad, pero no queremos asumir las consecuencias. Creo que en este contexto se desarrolla la discusión sobre el aborto, sobre qué es más importante, ¿la vida o la libertad? A veces se insiste en vivir la propia sexualidad sin límites, pero sin aceptar lo que implica.

Si hay un óvulo fecundado por un espermatozoide en el vientre de una mujer, la vida humana que ahí se está gestando no pierde dignidad por la forma en que fue concebido, ya sea en un matrimonio, en un encuentro casual después de una noche de copas, con amor o sin él entre la pareja, por la necesidad de trabajar de la madre o incluso como consecuencia de una violación, sin querer disminuir el drama que esto supone.

La sociedad que se cuestiona sobre la posibilidad del aborto, está reflexionando sobre valores esenciales para la misma, como la vida de todos sus miembros y qué derechos tienen. Se habla de abortar como un derecho a poder decidir, pero en este caso hay ya un tercero que aparece en escena y que también tiene derechos, empezando por el derecho a la vida, que antecede al derecho a decidir. Hay derecho a vivir la propia sexualidad, pero hay que hacerlo responsablemente, sin acabar con la vida de alguien más, que además en este caso para la madre es el propio hijo, no un desconocido, aunque todavía no pueda ver su rostro.

Respetar una nueva vida no es sólo cuestión de fe, es también de humanidad. La vida del recién concebido es un valor mayor a la supuesta libertad de la madre de decidir sobre la vida del fruto de sus entrañas. Ya no está en juego sólo su futuro, sino el de los dos y el de la misma sociedad. Así de maravillosa, y a veces también de trágica, es la capacidad de las mujeres de dar nueva vida.