/ lunes 14 de septiembre de 2020

La violencia viral

La pandemia ocasionada por el coronavirus SARS-CoV-2 abrió la puerta a enemigos invisibles que habían quedado en el pasado. Desde mediados del siglo XIX y paralelo al desarrollo de la Revolución Industrial, el nacimiento de la medicina moderna nos había librado de enfermedades que durante siglos atacaron los cuerpos y ocasionaron millones de muertes. En los últimos cien años la ciencia puso un cerco al sufrimiento humano que había sido provocado por todo tipo de gérmenes. El reinado de las bacterias y los virus parecía haber sucumbido ante el conocimiento médico. Sin embargo, la emergencia sanitaria que hoy vivimos por Covid-19 trajo de vuelta la época viral.

Algunos pensadores consideran que los habitantes del siglo XXI padecemos nuevas enfermedades producto de nuestra forma de vida “desbocada”. Los riesgos a los que nos enfrentamos son producto del triunfo de la época inmunológica: la medicina había controlado los peligros microscópicos. Ahora, las enfermedades modernas emergen del interior de los cuerpos (Han, 2010). No se trata de enemigos externos, sino de padecimientos neuronales relacionados con trastornos de la personalidad. Estas crisis neuronales pueden derivar en una serie de comportamientos considerados anormales que a su vez se categorizan de acuerdo a sus rasgos: esquizoide, depresivo, narcisista, antisocial, obsesivo-compulsivo, etcétera (Millon, 2016). Las enfermedades modernas se curan con terapias sicológicas y medicamentos para mejorar el funcionamiento neuronal.

En la sociedad contemporánea las nuevas prácticas derivadas del ecosistema tecnológico imperante son capaces de potenciar algunos comportamientos anormales. Está demostrado en diversos estudios científicos que el uso de tecnologías en red para la comunicación puede estar relacionado con afectaciones en los estados emocionales. Por ejemplo, los histéricos tienden a publicar más contenidos en redes sociales que el resto de las personas; el multitasking fragmenta la atención propiciando que los recuerdos se almacenen en la memoria de corto plazo y el home work a diferencia de lo que piensan los detractores de este modelo a distancia, puede desencadenar en los individuos una adición al trabajo o workholic.

Desde hace 101 años no se había presentado a nivel planetario una epidemia como la que actualmente vivimos. Las vacunas inventadas hace dos siglos habían contenido el peligro que representan los microorganismos. Hoy, Covid-19 ha propinado una profunda herida a la técnica inmunológica. El nuevo coronavirus desnudó uno de nuestros instintos más primitivos: el miedo. El temor a contagiarnos y no saber cuál será el futuro: podríamos ser asintomáticos, tener indicios leves o morir. Esta incertidumbre a la muerte es el mayor logro de la pandemia. Puso contra las cuerdas el paradigma del mundo inmune. No lo somos más, no hasta que se descubra una vacuna o un tratamiento. Es por ello que la pandemia se enmarca dentro de un tipo de violencia que siempre ha existido en el reino animal. Los humanos nos sentimos amenazados por algo externo. Esta violencia viral nos ha impuesto nuevas situaciones de vida que no habían experimentado las actuales generaciones. La violencia viral representa el retorno de intrusos que creíamos parte de la historia.



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La pandemia ocasionada por el coronavirus SARS-CoV-2 abrió la puerta a enemigos invisibles que habían quedado en el pasado. Desde mediados del siglo XIX y paralelo al desarrollo de la Revolución Industrial, el nacimiento de la medicina moderna nos había librado de enfermedades que durante siglos atacaron los cuerpos y ocasionaron millones de muertes. En los últimos cien años la ciencia puso un cerco al sufrimiento humano que había sido provocado por todo tipo de gérmenes. El reinado de las bacterias y los virus parecía haber sucumbido ante el conocimiento médico. Sin embargo, la emergencia sanitaria que hoy vivimos por Covid-19 trajo de vuelta la época viral.

Algunos pensadores consideran que los habitantes del siglo XXI padecemos nuevas enfermedades producto de nuestra forma de vida “desbocada”. Los riesgos a los que nos enfrentamos son producto del triunfo de la época inmunológica: la medicina había controlado los peligros microscópicos. Ahora, las enfermedades modernas emergen del interior de los cuerpos (Han, 2010). No se trata de enemigos externos, sino de padecimientos neuronales relacionados con trastornos de la personalidad. Estas crisis neuronales pueden derivar en una serie de comportamientos considerados anormales que a su vez se categorizan de acuerdo a sus rasgos: esquizoide, depresivo, narcisista, antisocial, obsesivo-compulsivo, etcétera (Millon, 2016). Las enfermedades modernas se curan con terapias sicológicas y medicamentos para mejorar el funcionamiento neuronal.

En la sociedad contemporánea las nuevas prácticas derivadas del ecosistema tecnológico imperante son capaces de potenciar algunos comportamientos anormales. Está demostrado en diversos estudios científicos que el uso de tecnologías en red para la comunicación puede estar relacionado con afectaciones en los estados emocionales. Por ejemplo, los histéricos tienden a publicar más contenidos en redes sociales que el resto de las personas; el multitasking fragmenta la atención propiciando que los recuerdos se almacenen en la memoria de corto plazo y el home work a diferencia de lo que piensan los detractores de este modelo a distancia, puede desencadenar en los individuos una adición al trabajo o workholic.

Desde hace 101 años no se había presentado a nivel planetario una epidemia como la que actualmente vivimos. Las vacunas inventadas hace dos siglos habían contenido el peligro que representan los microorganismos. Hoy, Covid-19 ha propinado una profunda herida a la técnica inmunológica. El nuevo coronavirus desnudó uno de nuestros instintos más primitivos: el miedo. El temor a contagiarnos y no saber cuál será el futuro: podríamos ser asintomáticos, tener indicios leves o morir. Esta incertidumbre a la muerte es el mayor logro de la pandemia. Puso contra las cuerdas el paradigma del mundo inmune. No lo somos más, no hasta que se descubra una vacuna o un tratamiento. Es por ello que la pandemia se enmarca dentro de un tipo de violencia que siempre ha existido en el reino animal. Los humanos nos sentimos amenazados por algo externo. Esta violencia viral nos ha impuesto nuevas situaciones de vida que no habían experimentado las actuales generaciones. La violencia viral representa el retorno de intrusos que creíamos parte de la historia.



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