/ lunes 9 de agosto de 2021

Las intermitencias de Zaldívar

Bien sabemos, de sobra, que una exigencia fundamental de un buen político es el adecuado manejo de los tiempos. “Timing”, le llaman los anglosajones y con este vocablo, más exacto y más concreto para la idea que se quiere expresar, se ha dicho que un hombre de poder sin timing no es nadie, pues la cualidad indispensable que define el carácter de un político es el aprovechamiento de esta variable cosmológica.

En la lucha y permanencia en las esferas públicas, los hombres (y mujeres, seguro), deben poseer información relevante que constantemente es renovada y procesada, y con base en ésta, mover intenciones, ajustar acciones, y de esta forma, acomodar las circunstancias en función de los objetivos planteados, creando escenarios adecuados a sus particularísimos intereses que van, desde la obtención de la anhelada autoridad, la conservación de la potestad, y en los escenarios trágicos, una puerta de salida digna y sin lesiones de trascendencia. Tal es el escenario en que se mueve esta particular especie.

La dimensión del tiempo constituye entonces una variable significativa al momento de abordar la diversidad de las formas camaleónicas en que los seres se transforman y se mueven al momento en que se hace política. En el ejercicio de los tiempos políticos es una verdad universal el que una misma acción puede tener efectos dramáticamente distintos dependiendo del momento en que se ejecuta la misma. Hitler jamás hubiese existido en la historia universal si Alemania no hubiese perdido la Primera Guerra Mundial y se hubiesen impuesto a esa nación las condiciones de armisticio insultantes y degradantes que estableció el Tratado de Versalles.

Se lee en varias de las primeras planas de los periódicos del día de hoy, que es el primer sábado del mes de agosto del año en curso: “Zaldívar rechaza ampliar su mandato; va contra corruptos”, “Zaldívar declina ampliar 2 años su mandato”, “Zaldívar no extenderá su mandato en la Suprema Corte”, “Zaldívar descarta dos años más en la Corte”, “Concluiré mi mandato en diciembre de 2022”, “Zaldívar renuncia a su ampliación de mandato”, “Zaldívar rechaza regalazo”, “Zaldívar, el demócrata”, “Zaldívar, el salvador de la Patria y la independencia judicial”, “Zaldívar, el Marco Tulio Cicerón mexicano”, etcétera ad nauseam.

Cuán importantes palabras dichas por el Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a quién, en una inconstitucional ley, se le pretendió ampliar su encargo como tal, pasándose por el arco del triunfo de manera tan absurda y descarada cuanta disposición existe en Carta Magna relativa a la temporalidad humana relacionada con el ejercicio de los cargos públicos, pues, aclaramos, no vivimos en una Monarquía hereditaria ni mucho menos, sino en un adefesio estatal que pretende emular una República. Qué trascendente posición asumida por el ínclito representante del Poder Judicial Federal, a quién según la Ley Suprema, corresponde salvaguardar la constitucionalidad y la legalidad de la vida jurídica de esta nación. Qué significativa y substancial postura en pos del mantenimiento del Estado de Derecho, de la democracia misma, de la legitimidad final de la función jurisdiccional que representa.

Todo hubiese estado a pedir de boca, a las mil maravillas, si esta posición, estas palabras, este comportamiento, los hubiese asumido y pronunciado claramente y sin titubeos el susodicho hace cuatro meses, aproximadamente, justo cuando se enteró, o le propusieron, o consintió implícitamente, no se sabe, prorrogar su encargo por dos años más, en franca violación a la Ley Suprema, y no ahora, después de haberse originado, con base en esa nefasta intención y su cómplice silencio, un desgarriate constitucional de proporciones bíblicas y de consecuencias aún todavía por sufrir.

Es decir, a Su Superior Eminencia le faltó timing, sin duda alguna.

Bien sabemos, de sobra, que una exigencia fundamental de un buen político es el adecuado manejo de los tiempos. “Timing”, le llaman los anglosajones y con este vocablo, más exacto y más concreto para la idea que se quiere expresar, se ha dicho que un hombre de poder sin timing no es nadie, pues la cualidad indispensable que define el carácter de un político es el aprovechamiento de esta variable cosmológica.

En la lucha y permanencia en las esferas públicas, los hombres (y mujeres, seguro), deben poseer información relevante que constantemente es renovada y procesada, y con base en ésta, mover intenciones, ajustar acciones, y de esta forma, acomodar las circunstancias en función de los objetivos planteados, creando escenarios adecuados a sus particularísimos intereses que van, desde la obtención de la anhelada autoridad, la conservación de la potestad, y en los escenarios trágicos, una puerta de salida digna y sin lesiones de trascendencia. Tal es el escenario en que se mueve esta particular especie.

La dimensión del tiempo constituye entonces una variable significativa al momento de abordar la diversidad de las formas camaleónicas en que los seres se transforman y se mueven al momento en que se hace política. En el ejercicio de los tiempos políticos es una verdad universal el que una misma acción puede tener efectos dramáticamente distintos dependiendo del momento en que se ejecuta la misma. Hitler jamás hubiese existido en la historia universal si Alemania no hubiese perdido la Primera Guerra Mundial y se hubiesen impuesto a esa nación las condiciones de armisticio insultantes y degradantes que estableció el Tratado de Versalles.

Se lee en varias de las primeras planas de los periódicos del día de hoy, que es el primer sábado del mes de agosto del año en curso: “Zaldívar rechaza ampliar su mandato; va contra corruptos”, “Zaldívar declina ampliar 2 años su mandato”, “Zaldívar no extenderá su mandato en la Suprema Corte”, “Zaldívar descarta dos años más en la Corte”, “Concluiré mi mandato en diciembre de 2022”, “Zaldívar renuncia a su ampliación de mandato”, “Zaldívar rechaza regalazo”, “Zaldívar, el demócrata”, “Zaldívar, el salvador de la Patria y la independencia judicial”, “Zaldívar, el Marco Tulio Cicerón mexicano”, etcétera ad nauseam.

Cuán importantes palabras dichas por el Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a quién, en una inconstitucional ley, se le pretendió ampliar su encargo como tal, pasándose por el arco del triunfo de manera tan absurda y descarada cuanta disposición existe en Carta Magna relativa a la temporalidad humana relacionada con el ejercicio de los cargos públicos, pues, aclaramos, no vivimos en una Monarquía hereditaria ni mucho menos, sino en un adefesio estatal que pretende emular una República. Qué trascendente posición asumida por el ínclito representante del Poder Judicial Federal, a quién según la Ley Suprema, corresponde salvaguardar la constitucionalidad y la legalidad de la vida jurídica de esta nación. Qué significativa y substancial postura en pos del mantenimiento del Estado de Derecho, de la democracia misma, de la legitimidad final de la función jurisdiccional que representa.

Todo hubiese estado a pedir de boca, a las mil maravillas, si esta posición, estas palabras, este comportamiento, los hubiese asumido y pronunciado claramente y sin titubeos el susodicho hace cuatro meses, aproximadamente, justo cuando se enteró, o le propusieron, o consintió implícitamente, no se sabe, prorrogar su encargo por dos años más, en franca violación a la Ley Suprema, y no ahora, después de haberse originado, con base en esa nefasta intención y su cómplice silencio, un desgarriate constitucional de proporciones bíblicas y de consecuencias aún todavía por sufrir.

Es decir, a Su Superior Eminencia le faltó timing, sin duda alguna.