/ jueves 31 de marzo de 2022

Loco furioso

Según la mayoría de las fuentes bibliográficas de que disponemos, en la Antigua Roma existían dos tipos de locos: los “furiosi”, y los “mente capti”. El primero era un apelativo que se daba a una persona completamente privada de razón, tuviera o no intervalos lúcidos, y, por otra parte, la segunda era poseedora de un poco de inteligencia o de facultades intelectuales escasamente desarrolladas, pero que, en sus devaneos siderales, algo debía entender de lo que estaba pasando a su alrededor.

Ya de esta primera clasificación, y con el devenir del tiempo, el imaginario colectivo, que siempre es proclive hacia la utilización de vocablos que resumen de manera exacta en un fonema la idea que se quiere transmitir, y, en esto son expertos los anglosajones, con una lengua mucho más exacta que nuestro nebuloso español, se vino a la clasificación de los retrasados mentales en dos tipos: los “locos furiosos” y los “mentecatos”, reservándose el primer vocablo para aquéllos privados de razón que son peligrosos por sus conductas que pueden dañar la integridad física de terceros, y, los últimos, para aquéllas personas cuyos entendimientos disminuidos no provocan peligro alguno a la colectividad.

Por supuesto, hay que anotar que estas clasificaciones históricas están fuera de uso, pues los modernos tiempos, con sus inalcanzables e inaplicables Derechos Humanos, nos hacen entender, con el dedo flamígero, que estas denominaciones a sujetos no son propias de un ser pensante, ni mucho menos civilizado, pues estos vocablos hay que expulsarlos de nuestro hablar y referirnos simplemente a capacidades diferentes y diferenciadas, sea lo dicho.

Lo anterior viene a colación por un comparativo que han hecho algunos estudiosos de la historia sobre la biografía de algunos gobernantes que se han considerado desquiciados o locos, y que han arrastrando a sus pueblos o a otros pueblos hacia sufrimientos o desgracias inenarrables.

Hace pocos ayeres, escribía, a propósito de la locura atribuida al Emperador Nerón: “Furioso ruge el mar. En el mediterráneo el rojizo círculo solar comienza a tocar el agua, a lo lejos, por el horizonte. Es pleno verano y el calor, la sal y el sudor de los cuerpos de los soldados del ejército imperial y de la guardia pretoriana tienen el efecto de irritar los ojos cansados después de una gran batalla en contra del Dios Neptuno. Una legión completa lucha desgarrando inútilmente el líquido pesado del océano. El emperador Nerón Claudio César Augusto Germánico, quien también blande un gladio ensangrentado de agua de mar, con el nivel hasta el pecho y rodeado de sus pretores, se da media vuelta hacia la orilla y declara vencedor, por enésima vez, al gran imperio romano. Unos campesinos que pasean por la orilla no dan crédito a lo que ven sus ojos: una gran milicia dando estocadas a diestra y siniestra, luchando contra la nada, batiendo a fantasmas invisibles. El hombre sobre el burro comenta con un susurro, con evidente temor a ser escuchado: “es el emperador loco”.

El anterior relato lo dan como cierto varios historiadores, al afirmar que, en una ocasión, a Nerón se le ocurrió la puntada de declararle la guerra al Dios del Mar, y ordenar un ataque frontal de ridícula demencia en contra de las olas embravecidas. Esta locura podría ser clasificada en aquéllos lejanos ayeres como la de un “mente capti”, pues no habría agravios a terceros.

En cambio, se especula, que el actual presidente de Rusia debería ser catalogado como un loco furioso, por la tremenda devastación y sufrimiento innecesario que está provocando en su aparentemente absurda guerra en Ucrania.

Y nosotros creemos que el encasillado de este gobernante es equivocado, pues el bloque occidental de países se está enfrentando a una de las mentes más inteligentes, pero perversa, sádica e insensible de que tengamos noticia en la historia del universo entero.

Según la mayoría de las fuentes bibliográficas de que disponemos, en la Antigua Roma existían dos tipos de locos: los “furiosi”, y los “mente capti”. El primero era un apelativo que se daba a una persona completamente privada de razón, tuviera o no intervalos lúcidos, y, por otra parte, la segunda era poseedora de un poco de inteligencia o de facultades intelectuales escasamente desarrolladas, pero que, en sus devaneos siderales, algo debía entender de lo que estaba pasando a su alrededor.

Ya de esta primera clasificación, y con el devenir del tiempo, el imaginario colectivo, que siempre es proclive hacia la utilización de vocablos que resumen de manera exacta en un fonema la idea que se quiere transmitir, y, en esto son expertos los anglosajones, con una lengua mucho más exacta que nuestro nebuloso español, se vino a la clasificación de los retrasados mentales en dos tipos: los “locos furiosos” y los “mentecatos”, reservándose el primer vocablo para aquéllos privados de razón que son peligrosos por sus conductas que pueden dañar la integridad física de terceros, y, los últimos, para aquéllas personas cuyos entendimientos disminuidos no provocan peligro alguno a la colectividad.

Por supuesto, hay que anotar que estas clasificaciones históricas están fuera de uso, pues los modernos tiempos, con sus inalcanzables e inaplicables Derechos Humanos, nos hacen entender, con el dedo flamígero, que estas denominaciones a sujetos no son propias de un ser pensante, ni mucho menos civilizado, pues estos vocablos hay que expulsarlos de nuestro hablar y referirnos simplemente a capacidades diferentes y diferenciadas, sea lo dicho.

Lo anterior viene a colación por un comparativo que han hecho algunos estudiosos de la historia sobre la biografía de algunos gobernantes que se han considerado desquiciados o locos, y que han arrastrando a sus pueblos o a otros pueblos hacia sufrimientos o desgracias inenarrables.

Hace pocos ayeres, escribía, a propósito de la locura atribuida al Emperador Nerón: “Furioso ruge el mar. En el mediterráneo el rojizo círculo solar comienza a tocar el agua, a lo lejos, por el horizonte. Es pleno verano y el calor, la sal y el sudor de los cuerpos de los soldados del ejército imperial y de la guardia pretoriana tienen el efecto de irritar los ojos cansados después de una gran batalla en contra del Dios Neptuno. Una legión completa lucha desgarrando inútilmente el líquido pesado del océano. El emperador Nerón Claudio César Augusto Germánico, quien también blande un gladio ensangrentado de agua de mar, con el nivel hasta el pecho y rodeado de sus pretores, se da media vuelta hacia la orilla y declara vencedor, por enésima vez, al gran imperio romano. Unos campesinos que pasean por la orilla no dan crédito a lo que ven sus ojos: una gran milicia dando estocadas a diestra y siniestra, luchando contra la nada, batiendo a fantasmas invisibles. El hombre sobre el burro comenta con un susurro, con evidente temor a ser escuchado: “es el emperador loco”.

El anterior relato lo dan como cierto varios historiadores, al afirmar que, en una ocasión, a Nerón se le ocurrió la puntada de declararle la guerra al Dios del Mar, y ordenar un ataque frontal de ridícula demencia en contra de las olas embravecidas. Esta locura podría ser clasificada en aquéllos lejanos ayeres como la de un “mente capti”, pues no habría agravios a terceros.

En cambio, se especula, que el actual presidente de Rusia debería ser catalogado como un loco furioso, por la tremenda devastación y sufrimiento innecesario que está provocando en su aparentemente absurda guerra en Ucrania.

Y nosotros creemos que el encasillado de este gobernante es equivocado, pues el bloque occidental de países se está enfrentando a una de las mentes más inteligentes, pero perversa, sádica e insensible de que tengamos noticia en la historia del universo entero.