/ domingo 22 de noviembre de 2020

Marihuana, paridad y otros demonios

Sor Juana Inés de la Cruz, nuestra Fénix de América, con esa valentía y libertad que le caracterizaba, alguna vez expresó: Yo, la peor de todas. Fue una máxima tajante en contra de una sociedad conservadora y plagada de dogmas. Una idea de entereza feminista. Y fue así por el hecho de que ella misma se enfrentó a tantos estigmas que envolvían a la mujer. Conductas machistas, intolerantes, racistas, discriminatorias y violentas eran el pan de cada día.

Nosotras, las partidarias de un cambio social y político, continuamente alzamos la voz para acabar con este tipo de prejuicios. No podemos seguir con actitudes negativas que conllevan discriminación, opresión, violencia y, sobre todo, la limitación en nuestros derechos humanos. Debemos ejercer el sano desarrollo de la personalidad; los principios de progresividad, libertad y de igualdad para todas y todos. No hay duda. La marihuana lleva la misma suerte que la paridad: se encuentran plagadas de tabúes y prejuicios. Sucede que muchas personas todavía no conciben que una mujer esté lista para gobernar o tomar las riendas de la vida pública del país, aun cuando somos poco más de la mitad de la población de México y tenemos la preparación y firmeza para serlo; la marihuana, como sinónimo de violencia o vandalismo, se enfrenta al continuo rechazo de una sociedad que la estigmatiza llegando al grado de generar lo que por muchos años fue un modelo prohibicionista que coarta derechos y libertades. Todo por una cerrazón oscura.

Atendiendo demandas sociales, el llamado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y cumpliendo con una deuda histórica, el Senado de la República aprobó la regulación de la cannabis. Esta planta que nos regala la naturaleza debe seguir el cauce de la libertad por encima de la prohibición. El Estado debe generar mecanismos para que gradualmente se regule su mercado, se respete a las y los usuarios que la consumen bajo el estricto criterio de la autonomía personal y se deje de criminalizar a las personas campesinas que lo siembran. ¡Cuánta injusticia ha conllevado!

Celebramos la regulación de la cannabis, con los límites claros y fijos, siempre vislumbrando la dimensión social, ambiental y económica que conlleva, porque México debe apostar por la cultura de la paz, la libertad y la autonomía de las personas. Una planta tan noble debe dejar de ser estigmatizada. Nuestra Décima Musa ya lo vislumbraba en su poesía:

¿Qué mágicas infusiones los indios herbolarios de mi patria, entre mis letras el hechizo derramaron?

Por la paz de México; por la libertad de las personas.


Sor Juana Inés de la Cruz, nuestra Fénix de América, con esa valentía y libertad que le caracterizaba, alguna vez expresó: Yo, la peor de todas. Fue una máxima tajante en contra de una sociedad conservadora y plagada de dogmas. Una idea de entereza feminista. Y fue así por el hecho de que ella misma se enfrentó a tantos estigmas que envolvían a la mujer. Conductas machistas, intolerantes, racistas, discriminatorias y violentas eran el pan de cada día.

Nosotras, las partidarias de un cambio social y político, continuamente alzamos la voz para acabar con este tipo de prejuicios. No podemos seguir con actitudes negativas que conllevan discriminación, opresión, violencia y, sobre todo, la limitación en nuestros derechos humanos. Debemos ejercer el sano desarrollo de la personalidad; los principios de progresividad, libertad y de igualdad para todas y todos. No hay duda. La marihuana lleva la misma suerte que la paridad: se encuentran plagadas de tabúes y prejuicios. Sucede que muchas personas todavía no conciben que una mujer esté lista para gobernar o tomar las riendas de la vida pública del país, aun cuando somos poco más de la mitad de la población de México y tenemos la preparación y firmeza para serlo; la marihuana, como sinónimo de violencia o vandalismo, se enfrenta al continuo rechazo de una sociedad que la estigmatiza llegando al grado de generar lo que por muchos años fue un modelo prohibicionista que coarta derechos y libertades. Todo por una cerrazón oscura.

Atendiendo demandas sociales, el llamado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y cumpliendo con una deuda histórica, el Senado de la República aprobó la regulación de la cannabis. Esta planta que nos regala la naturaleza debe seguir el cauce de la libertad por encima de la prohibición. El Estado debe generar mecanismos para que gradualmente se regule su mercado, se respete a las y los usuarios que la consumen bajo el estricto criterio de la autonomía personal y se deje de criminalizar a las personas campesinas que lo siembran. ¡Cuánta injusticia ha conllevado!

Celebramos la regulación de la cannabis, con los límites claros y fijos, siempre vislumbrando la dimensión social, ambiental y económica que conlleva, porque México debe apostar por la cultura de la paz, la libertad y la autonomía de las personas. Una planta tan noble debe dejar de ser estigmatizada. Nuestra Décima Musa ya lo vislumbraba en su poesía:

¿Qué mágicas infusiones los indios herbolarios de mi patria, entre mis letras el hechizo derramaron?

Por la paz de México; por la libertad de las personas.